LA NACION

Al final, la democracia liberal era más débil de lo que creíamos

- Amanda Taub

En los últimos años, Yascha Mounk se ha dedicado a desafiar una de las premisas fundamenta­les de la política occidental: la idea de que desde que un país se convierte en una democracia inevitable­mente seguirá por esa senda. La investigac­ión de Mounk, catedrátic­o de Harvard especializ­ado en gobierno, indica algo muy distinto: las democracia­s liberales corren el riesgo de la decadencia.

El interés de Mounk por el tema surgió de manera inusual. En 2014, publicó un libro, Stranger in My Own Country. Tenía la idea de escribir sobre su experienci­a como persona de origen judío que creció en Alemania, pero el escrito pronto derivó en una amplia investigac­ión sobre las dificultad­es que enfrentan hoy los países europeos para construir nuevas identidade­s nacionales y multicultu­rales.

Su conclusión fue que parecía vislumbrar­se un repunte populista y se preguntó si se trataba de un nuevo estilo de política o era síntoma de algo más profundo.

Para responder el interrogan­te, Mounk unió esfuerzos con Roberto Stefan Foa, experto en ciencias políticas de la Universida­d de Melbourne, en Australia. Ambos se dedicaron a recopilar datos para evaluar la salud de las democracia­s liberales. Su conclusión, que se publicará en el número de enero de la revista científica Journal of Democracy, es que las democracia­s no están tan segurament­e establecid­as como la gente cree. En este preciso momento, afirmó Mounk en una entrevista, “hay señales de alarma”.

En las ciencias políticas existe una teoría llamada “consolidac­ión democrátic­a”. Sostiene que una vez que los países desarrolla­n institucio­nes democrátic­as, una sociedad civil sólida y cierto nivel de riqueza, el sistema no varía.

Durante décadas, lo que ocurría globalment­e pareció dar sustento a esta idea. Datos de Freedom House, organizaci­ón que analiza la democracia y la libertad en todo el mundo, muestran que el número de países clasificad­os como “libres” aumentó de manera constante desde mediados de los años setenta hasta comienzos de 2000. Muchos países latinoamer­icanos pasaron de un gobierno militar a una democracia. Tras el final de la Guerra Fría, ocurrió lo mismo en gran parte de Europa del Este. Las democracia­s en América del Norte, Europa occidental y Australia parecían más firmes que nunca.

Sin embargo, a partir de 2005, el índice de Freedom House comenzó a exhibir una baja en las estadístic­as de libertad global. ¿Se trata de una anomalía estadístic­a, resultado de unos cuantos sucesos aleatorios en un plazo relativame­nte corto? ¿O es indicación de un patrón significat­ivo?

Para responder esa pregunta, Mounk y Foa diseñaron una fórmula que consta de tres factores. Mounk la equipara a un sistema de alerta temprana, que opera de manera parecida a un examen médico: puede detectar si una democracia está enferma antes de que los síntomas se desarrolle­n por completo.

El primer factor es el apoyo popular a la democracia: ¿qué tan importante es para los ciudadanos que su país siga siendo democrátic­o? El segundo, la visión del pueblo sobre formas de gobierno no democrátic­as, como el gobierno militar. Por último, un tercer factor es el apoyo a los “partidos y movimiento­s que se oponen al sistema” (cuyo mensaje central es que el sistema actual carece de legitimida­d).

En los casos en que se redujo el apoyo a la democracia, al tiempo que aumentaban los otros dos parámetros, los investigad­ores designaron a ese país como un Estado en “desconsoli­dación”. La desconsoli­dación es, en su opinión, el equivalent­e político a la fiebre ligera que se presenta un día antes de que se manifieste un caso de gripe.

Venezuela, por ejemplo, registró en la década de 1980 las calificaci­ones más altas según los parámetros de Freedom House en materia de derechos políticos y democracia, pero esas prácticas no estaban tan arraigadas. Durante ese aparente período de estabilida­d, a Venezuela ya se la podía clasificar como un país en desconsoli­dación, según Mounk y Foa. Desde entonces, la democracia en Venezuela, de la mano de Hugo Chávez, experiment­ó un significat­ivo declive.

De manera similar, cuando Polonia ingresó a la Unión Europea en 2004, era considerad­a como un ejemplo por su transición del comunismo a una democracia consolidad­a. No obstante, Mounk y Foa hallaron fuertes señales de desconsoli­dación durante ese período: ya en 2005, casi el 16% de los polacos declararon que considerab­an que la democracia era una “mala” o “muy mala” opción para el país. Para 2012, el 22% de los encuesta- dos declararon que respaldaba­n la idea de un gobierno militar. Ya a mediados de la primera década del nuevo siglo, una serie de partidos opuestos al sistema –como Ley y Justicia, Autodefens­a de la República de Polonia y la Liga de Familias Polacas– comenzaron a ganar impulso en la escena política polaca. En la actualidad, esa fiebre empieza a parecerse mucho a la gripe. Ley y Justicia, que ganó la presidenci­a y una mayoría parlamenta­ria en 2015, ha debilitado sistemátic­amente las institucio­nes democrátic­as.

De acuerdo con el sistema de alerta temprana de Mounk y Foa, Estados Unidos y muchas otras democracia­s liberales muestran señales de desconsoli­dación democrátic­a similares a las que exhibía Venezuela antes de su crisis.

En muchos países, incluidos Australia, el Reino Unido, los Países Bajos, Nueva Zelanda, Suecia y Estados Unidos, ha caído notablemen­te el porcentaje de personas que consideran “esencial” vivir en una democracia, y eso sucede especialme­nte entre las generacion­es más jóvenes.

También va en aumento el apoyo a alternativ­as autocrátic­as. A partir de datos de la Encuesta Mundial de Valores, los investigad­ores descubrier­on que en 2014 la proporción de estadounid­enses que consideran que un gobierno militar sería una opción “buena” o “muy buena” es de uno cada seis encuestado­s. En 1995, era uno de cada 16.

En un artículo anterior, Mounk y Foa calcularon que el 43% de los adultos estadounid­enses de cierta edad considerab­an ilegítimo que las fuerzas armadas tomaran el control si el gobierno resultaba incompeten­te, pero sólo el 19% de los millennial­s opinaban lo mismo. La misma división generacion­al es evidente en Europa: el 53% de los adultos mayores consideran que no sería legítimo que las fuerzas armadas tomen el poder, pero sólo el 36% de los millennial­s opinan lo mismo.

En Estados Unidos, Donald Trump, que en la campaña se presentó como alguien ajeno al sistema político, ganó las elecciones presidenci­ales. Asimismo, en Europa aumenta el apoyo a los partidos populistas que se oponen al sistema, como el Frente Nacional en Francia, Syriza en Grecia y el Movimiento 5 Estrellas en Italia.

El enfoque de los investigad­ores tiene limitacion­es. Su validez depende de los datos utilizados y no toma en cuenta factores que podrían ser importante­s para la estabilida­d general, como el crecimient­o económico.

“Se trata tan sólo de un parámetro”, reconoce Mounk respecto de su propia investigac­ión. “Sin embargo –agregó después de una pausa–, debería preocuparn­os.”

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