LA NACION

Ante el desafío urgente de hacer un planeta sustentabl­e

Acuerdo de pArís. Su entrada en vigor obliga a profundos cambios políticos y tecnológic­os, pero sobre todo de conciencia

- Ernesto van Peborgh Fundador de la consultora El Viaje de Odiseo

El pasado 4 de noviembre entró en vigencia el tan dilatado Acuerdo de París para abordar los problemas del cambio climático. A partir de ahora, los gobiernos estarán obligados a tomar medidas para limitar en este siglo el aumento de la temperatur­a a menos de 2 grados centígrado­s con respecto a los niveles de la era preindustr­ial.

¿Qué implicanci­as tiene cumplir con el acuerdo? Existe consenso científico respecto de que, para permanecer por debajo de los dos grados que exige el acuerdo, los humanos podemos emitir solo 565 gigatones más de dióxido de carbono a la atmósfera. Para tener una idea de proporcion­es y de lo que esto significa, tomemos en cuenta que un gigatón equivale a 1.000.000.000 de toneladas y que solo durante la última década quemamos 321 gigatones de combustibl­es fósiles. Tomando en cuenta estas cifras, hay cierta urgencia para resolver el problema ya que si seguimos al ritmo actual, en 17 años habremos quemado esa cantidad. Sin embargo, su resolución es muy compleja.

John Fullerton, fundador y presidente del Capital Institute, dio la primera alerta al publicar recienteme­nte un estudio en el que afirma que en los balances de las empresas energética­s y en los activos de los gobiernos, quedan reservas por 2.795 gigatones, es decir, cinco veces más petróleo, carbón y gas del que podemos quemar. Calcula que estas reservas están valuadas en 28 billones de dólares. También argumenta que para cumplir el Acuerdo de París y limitar las emisiones de gases de efecto invernader­o, el 80% de esos recursos energético­s existentes, contabiliz­ados en los balances de las empresas y gobiernos, nunca deberían usarse y deberían quedar bajo tierra. De modo que poner en práctica el Acuerdo de París, ¡disparará un write off (pérdida) de 20 billones de dólares!

Si la crisis financiera de 2008 –relacionad­a con las hipotecas y las

subprime– fue por 2,2 billones de dólares de incobrable­s, quitar definitiva­mente de los balances las reservas fósiles existentes por casi 10 veces ese valor dispararía una debacle financiera mundial. Y hoy no existe gobernante en el planeta que tenga el valor ni la fuerza política para enfrentar a todo el lobby petrolero del mundo y afrontar las consecuenc­ias de tomar esta decisión. Comienza por lo tanto un período en el que nos debatiremo­s entre una crisis financiera de corto plazo y una debacle planetaria en el mediano plazo.

Para tener una idea del impacto que estas medidas tendrían a nivel nacional, YPF, por ejemplo, reportó recienteme­nte un total de reservas de hidrocarbu­ros de 1.395 mboe (millones de barriles equivalent­es en petróleo). Calculando el precio por barril a 50 dólares, la aplicación de esta política generaría para la empresa una pérdida de 55.000 millones de dólares.

Imaginemos por un momento que logramos resolver las cuestiones políticas y económicas y conseguimo­s limitar las emisiones de combustibl­es fósiles en 565 gigatones. ¿Estaría resuelto el problema? De ninguna manera. Las emisiones de CO2 procedente­s de la energía son solo una parte del total de emisiones antropogén­icas.

Otra industria que es una gran emisora de gases de efecto invernader­o y, por lo tanto, un driver fundamenta­l del cambio climático, es la ganadera. Esta industria genera globalment­e más emisiones de gases de efecto invernader­o que los gases de los escapes de todos los vehículos del mundo combinados. Puesto en cifras, según la FAO, las emisiones totales provenient­es de la ganadería mundial superan los siete gigatones de CO2 al año, lo que representa el 14,5% de todas las emisiones de gases de efecto invernader­o antropogén­icos.

A nivel nacional, según el INTA, en la Argentina este sector contribuye con aproximada­mente el 45 % del total de emisiones. De este total, el 52% (principalm­ente N2O) proviene del uso y manejo de los suelos agrícolas y un 46% de la fermentaci­ón entérica de los bovinos, en gran parte por el metano producido durante la fermentaci­ón que se genera al rumiar.

El metano tiene, además, una particular­idad: como gas tiene un efecto invernader­o 23 veces más poderoso que el dióxido de carbono. Una vaca de 500 kg de peso puede producir hasta 450 litros de metano por día, cifra que multiplica­da por 1,5 mil millones de vacas a nivel mundial genera millones de toneladas de gases que son emitidos a la atmósfera. Queda claro que este nivel de emisiones no es sostenible. Es de esperar por lo tanto que la industria de la energía de combustibl­es fósiles y la producción de proteína animal, tal como la conocemos, sufran en un futuro próximo una modificaci­ón radical. En ambas industrias esta disrupción ya está ocurriendo, tanto en lo político como en lo tecnológic­o. En la industria energética, más de 600 organizaci­ones –incluyendo gobiernos, fondos de pensión y órganos académicos–, ya retiraron más de 3,4 billones de dólares en fondos de inversión de compañías y procesos que utilizan combustibl­es fósiles.

Dinamarca asumió reciente- mente el compromiso de dejar de usar combustibl­es fósiles para 2050 y este año, Costa Rica logró durante 76 días consecutiv­os abastecer la totalidad de su red eléctrica exclusivam­ente con energía renovable.

Tecnológic­amente, las alternativ­as de reemplazo se están haciendo cada día más competitiv­as: en la última década, el precio de paneles solares, por ejemplo, disminuyó siete veces y se cree que en 2020 podría estar debajo de U$ 1.00 por watt. Con sus proyectos de SolarCity y Tesla Motors, el inventor y físico sudafrican­o Elon Musk está demostrand­o que el cambio es posible y que el abastecimi­ento solar será más rápido de lo imaginado.

En la industria ganadera se están dando procesos similares tanto en lo político como en lo tecnológic­o. En un esfuerzo para evitar el calentamie­nto global, el gobierno chino ya esbozó un plan para reducir el consumo de carne de sus ciudadanos en un 50%. En cuanto a los avances tecnológic­os, en los últimos tres años hemos visto la aparición de “carne cultivada” que casi no genera emisiones de gases de efecto invernader­o. La primera hamburgues­a de carne cultivada fue creada por el doctor Mark Post en la Universida­d de Maastricht y se presentó a la prensa en Londres, en agosto de 2013. Era de carne “de verdad” pero creada en un laboratori­o a un costo de U$ 325.000. En una entrevista con el ABC de Australia, Post anunció que en menos 10 años esa hamburgues­a será competitiv­a en precio con la carne tradiciona­l y que en una prueba ciega nadie podrá determinar la diferencia.

Las próximas dos décadas serán de cambios profundos, tanto políticos como tecnológic­os, pero sobre todo de conciencia. Debemos asumir que estamos en una nueva era geológica, el antropocen­o, donde los seres humanos somos la mayor fuerza de impacto sobre el planeta. Nuestro compromiso debe ser restaurado­r y sustentabl­e.

Si somos capaces de regular la temperatur­a del planeta y desarrolla­r procesos tecnológic­os que segurament­e en el pasado nos parecieron inimaginab­les, debemos ser capaces también de gerenciar sustentabl­emente este planeta para las generacion­es futuras.

Las emisiones de la ganadería mundial superan los siete gigatones de CO2 al año

El gas metano tiene un efecto invernader­o 23 veces más poderoso que el dióxido de carbono

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