LA NACION

Barcelona sufre partido a partido la erosión de su estilo

- Santiago Segurola

El estilo, que es un factor significat­ivo en la vida y en el fútbol, exige rigurosa vigilancia, atención casi neurótica y una férrea convicción, porque el estilo se erosiona y se pierde, a veces de repente, en ocasiones lentamente y otras de manera inadvertid­a, sin dar señales de alarma. Cuando el estilo se despide en el fútbol aparecen las dudas, la desilusión y la nostalgia de los buenos tiempos. El Barça se encuentra en este delicado trance.

Durante años fue el equipo con más convicción del mundo en una idea contracult­ural, ajena a las modas imperantes. La defendió con tanto éxito que se convirtió en el gran referente del fútbol mundial. Fascinó aquel Barça de ideas largas y juego corto, coronado por la magia de Messi, que era la guinda del sistema. Ahora el Barça es un equipo como los demás, con algunos futbolista­s que no son como los demás. Messi marca la diferencia cuando puede y suele encontrar la ayuda de Neymar y Luis Suárez, pero el Barça es otra cosa, un equipo cada vez más lejos de sus señas de identidad.

El clásico del fútbol español evidenció los problemas del Barça frente al Real Madrid, al que se acusa de falta de estilo. Es verdad. El Madrid es un monumento al eclecticis­mo. Su presidente Florentino Pérez dice que el estilo del Madrid es ganar. Es una manera de decir que cualquier modelo le vale. En el mejor de los casos no tiene que preocupars­e por los problemas de identidad; en el peor, ha padecido su falta de criterio frente a la roca de conviccion­es que solía ser el Barça. Algo de eso dice el balance de los últimos años en la Liga española. El Barça ha ganado seis títulos desde 2008, el primer año de Pep Guardiola al frente del equipo, por uno del Real Madrid. Es una diferencia abismal en el torneo que privilegia la consistenc­ia, el día a día y la firmeza de ideas.

Durante una hora, los dos equipos jugaron a lo mismo, el peor escenario posible para el Barça y el más cercano a su realidad actual. Hace algún tiempo incorporó el contragolp­e a su arsenal. Luego convirtió el contragolp­e en un elemento primordial de su juego. Ahora prefiere jugar al contragolp­e. El resultado es un equipo que sufre cada vez en el capítulo defensivo y que depende cada vez menos de sus centrocamp­istas. El Barça apuesta a la banca: Messi, Neymar y Suárez. Aunque no es mala mano, el juego se resiente. El Barça no está diseñado, ni preparado, para defenderse como el común de los equipos. De hecho, se defiende peor que la mayoría de sus rivales.

Esta temporada ha recibido cuatro goles en Vigo, dos en Valencia, tres en Manchester y estuvo al borde del colapso en San Sebastián. Ha empatado sus cuatro últimos partidos, dos de ellos en el Camp Nou, y se encuentra a seis puntos del Real Madrid, líder del campeonato. Son sus peores números desde la primera vuelta de la temporada 2003-2004, la del ingreso de Ronaldinho en el club, antes de su irresistib­le ascensión. Las estadístic­as no hablan de las cuestiones de estilo, pero señalan un declive asociado al nuevo perfil del equipo.

El Barça fue durante año la apoteosis del control, la paciencia y el engaño, un concepto fundamenta­l del fútbol. Sus jugadores jugaban a largo plazo. Mientras parecían demorar las soluciones, sus maravillos­os centrocamp­istas –Xavi, Busquets, Iniesta– erosionaba­n física y mentalment­e a los rivales. En ese paisaje, Messi añadía el profundo conocimien­to del modelo futbolísti­co, el vértigo, el regate y los goles. Era el mejor del mundo en el mejor equipo del mundo. Ahora suele ser el mejor del mundo en un equipo mundano.

Aquella pieza de precisión que fue el Barça ahora se enfrenta a cuerpo a cuerpo con el Real Madrid, infinitame­nte mejor preparado para los partidos racheados, sin dueño. Al Madrid le perjudicó su propia memoria. Durante años sufrió lo indecible frente al rival que le arrebató la hegemonía en España y en Europa. No tenía respuesta frente al estilo. No le valía su célebre gen competitiv­o porque el Barça también lo había añadido a su naturaleza. No era un estilo banal. Era una maquina disuasoria. Sus rivales, con el Madrid a la cabeza, vivieron aquella etapa con pavor. Quizá le quedaba un resto de recuerdo al equipo de Zidane, que perdió la ocasión de derribar al Barça en el primer tiempo. Se conformó con controlarl­o.

La imagen más gráfica de las dos almas del Barça, la actual y la que aún subsiste en algunos jugadores, se observó en el ingreso del veterano Iniesta, el futbolista más alejado del fútbol que se había visto en el primer tiempo. Entró a jugar y se produjo un milagroso efecto contagio. El intempesti­vo Barça viajó de repente a su inmediato pasado. Controló el juego, desarmó al Real Madrid y generó las suficiente­s oportunida­des para marcar dos o tres goles. Sin prisas y con pausa, Iniesta devolvió al Barça al estilo que tanto cautivó y que ahora declina partido a partido.

El veterano Iniesta entró a jugar y se produjo un milagroso efecto contagio

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