DESAFÍO CORPORATIVO
El gobierno de Trump revive el dilema entre el interés de los accionistas y el bien de la comunidad
cómo adaptarse a la era del populismo
A l deslizarse por las calles de Davos, muchos economistas habrán sentido un interrogante que les corroía las tripas. ¿Quién importa más: los accionistas o la gente? Parece estarse dando una revuelta en todo el mundo. Una cohorte creciente –quizás una mayoría– de ciudadanos quiere que las corporaciones sean más afables, que inviertan más en casa, que paguen más impuestos y salarios más altos y empleen más gente, y están votando por políticos que dicen que harán que eso suceda. Pero de acuerdo con la ley y las convenciones en la mayoría de los países ricos, las firmas se conducen en interés de los accionistas, que habitualmente quieren que las compañías usen todos los medios legales para maximizar sus ganancias.
Los ejecutivos ingenuos temen no poder conciliar estos dos impulsos. ¿Deberían echar personal, reducir costos y expandirse en el extranjero y enfrentar la ira de los comentarios de Donald Trump en Twitter, el disgusto de sus hijos y el riesgo de ser los primeros ante el paredón cuando venga la revolución? ¿O se inclinan ante la opinión popular y dejan caer las ganancias, con el peligro de que previo a su asamblea de accionistas anual en 2018 un administrador de fondos, digamos de Fidelity o Capital, los voltee por su mal desempeño?
Los ejecutivos más sabios saben que el valor para los accionistas viene en tonos de gris. Ha pasado un siglo desde que la idea fue incorporada a la legislación de Estados Unidos. En 1919, una corte dictaminó que “una corporación de negocios se organiza y es conducida primordialmente para la ganancia de sus accionistas”. En la década de 1990 esta visión se extendió a Europa, Asia y América latina por reformas en las leyes y el peso creciente de los inversores institucionales. Pero la doctrina no es monolítica. El economista Joseph Schumpeter considera que hay seis tribus corporativas diferentes, cada una con su propia interpretación de lo que significa el valor para los accionistas. Las firmas tienen cierta flexibilidad para escoger a cuál pertenecen.
Comenzando por la derecha del espectro, con los fundamentalistas corporativos. Su meta es elevar sus ganancias y el precio de sus acciones inmediatamente. A las firmas construidas sobre estos objetivos rara vez les va bien mucho tiempo. Valeant, una firma farmacéutica canadiense, es un ejemplo. Entre 2011 y 2015 elevó sus precios, redujo la inversión, pagó pocos impuestos y despidió personal. En 2016 enfrentó escándalos y sus acciones cayeron 85 por ciento. Ocasionalmente las firmas se debilitan tanto que usan tácticas fundamentalistas temporariamente para tratar de restaurar la confianza. IBM está apuntalando el precio de sus acciones con recortes de costos salvajes y recompra de acciones.
Yendo un poco a la izquierda, están los trabajadores corporativos infatigables. La mayoría de las firmas occidentales se ubican en este grupo. Creen en la primacía del valor para el accionista, pero están preparadas para ser más pacientes. En su mejor expresión estas firmas son consistentemente exitosas: como en los casos de Shell o Intel, que invierten con un horizonte a 10 años.
Los oráculos corporativos, el tercer grupo, quieren maximizar las ganancias dentro de la ley, pero con un giro particular. Creen que la ley evolucionará con la opinión pública y por lo tanto hacen hoy voluntariamente cosas que pueden requerírseles mañana. La mayoría de las firmas de energía se han vuelto más verdes para anticipar las cambiantes expectativas del público en materia de polución y seguridad. Los retrasados descubren un escenario que puede ser devastador cuando cambien las reglas del capitalismo. Las acciones de las firmas de carbón y energía nuclear en el mundo rico se han hundido. Las siguientes pueden ser las firmas de bebidas sin alcohol, al cambiar las actitudes y las leyes respecto del azúcar y de la obesidad.
Los reyes corporativos están en una posición lujosa. Es tanto su éxito en la creación de valor para los accionistas que tienen licencia para ignorarlo periódicamente. En julio, Jamie Dimon, el jefe de JPMorgan Chase, ahora el banco más valioso del mundo, dio a su personal peor pago un aumento “porque permite a más gente comenzar a participar en los beneficios del crecimiento económico”. Paul Polman describe Unilever, la firma de productos de consumo masivo que dirige, como una organización no gubernamental dedicada a reducir la pobreza. Puede hacerlo sólo porque Unilever obtiene una rentabilidad financiera impactante del 34 por ciento.
Fuera de los directorios occidentales, la secta más común es la quinta, la de los socialistas corporativos. Estas firmas están controladas por el Estado, por familias o jefes dominantes. Creen que el valor para los accionistas no es tan importante como objetivos sociales tales como el empleo, la alta paga o los productos baratos. Pero reconocen que los inversores institucionales tienen algunos poderes legales. Por lo que fijan las ganancias de acuerdo con un sistema de cuotas informal: los accionistas externos deben recibir el mínimo requerido para evitar una revuelta, pero no más. Las firmas estatales chinas juntas registran una rentabilidad financiera de entre 6 y 8 por ciento. Goldman Sachs es una organización socialista corporativa champagne. Paga a sus accionistas lo menos que las circunstancias le permiten y distribuye lo que queda a su personal en la forma de premios.
En la extrema izquierda están los apóstatas corporativos. Están organizados en forma corporativa, pero no les importan en absoluto los accionistas. Por lo general esto es resultado de la disfunción política. Pdvsa, la petrolera estatal venezolana, financia gran parte del Estado de Bienestar y la corrupción de su país. Fannie Mae y Freddie Mac, dos firmas hipotecarias estadounidenses de propiedad del Estado, están orientadas a ofrecer créditos baratos, no a obtener ganancias.
Las sectas cambian
Entre 1990 y 2007 las compañías de todo el mundo derivaron a la derecha, hacia los accionistas. Ahora, en respuesta al populismo, pueden derivar hacia el otro lado. Pero no hay que prever una crisis. El sistema es adaptable. Los fabricantes de autos están derivando fábricas a Estados Unidos; las firmas farmacéuticas y de defensa pueden reducir sus precios. Todas se han vuelto oráculos. Anticipan que la administración Trump cambiará las reglas en materia de aranceles aduaneros y las compras estatales que gobiernan sus negocios. Los accionistas sólo pueden objetar hasta cierto punto.
Las firmas se convierten en socialistas corporativos si tienen dueños de la mayoría del paquete accionario que demandan que se prioricen objetivos sociales. No hay señal de esto aún.
De todos modos, muchas firmas individuales se moverán en sentido contrario, en favor de los accionistas. Google se está volviendo un trabajador corporativo incansable, no un rey, al desacelerarse su crecimiento. Luego de su escándalo de emisiones, Volkswagen deja de lado sus manejos extravagantes y despidiendo personal. Con su nuevo jefe, el Grupo Tata en la India ahora comenzará a preocuparse por las ganancias tanto como por la construcción de la nación. Y para revivir la economía las firmas japonesas tendrán que elevar su rentabilidad financiera por encima del actual 8% reducido. En la competencia entre los accionistas y la gente, las compañías y sus jefes quedan en el medio. Pero no hay victorias finales. Sólo movimientos pragmáticos constantes.