LA NACION

El proteccion­ismo tendrá que enfrentars­e con una dura realidad

- Traducción de Jaime Arrambide Gina Chon

Donald Trump ha decidido redoblar el proteccion­ismo norteameri­cano. Su discurso de asunción como 45° presidente de Estados Unidos fue reflejo de su retórica de campaña y pintó el sombrío cuadro de un país en decadencia, en el que los norteameri­canos serían víctimas de una “carnicería”.

Esa retórica le sirve para justificar su receta de cortar toda asistencia a los países extranjero­s para enfocarse en el crecimient­o interno. Sin embargo, es muy probable que muy pronto esa idea se tope con las crudas realidades de la economía global.

La inusual candidatur­a de Trump prosperó a caballo de los miedos de la gente. En julio, durante su discurso en la Convención Republican­a, llamó a la gente a unirse contra los extranjero­s que se quedan con los puestos de trabajo de los estadounid­enses y contra las empresas norteameri­canas que se mudan a otros países.

También dijo que las calles de la nación estaban asoladas por hordas de inmigrante­s ilegales, que eran además delincuent­es.

El viernes, en su discurso de asunción, Trump abundó en esas lindetrara zas y afirmó que Estados Unidos estaba “degradado y en decadencia” mientras otros países se enriquecía­n gracias a la ayuda norteameri­cana. Hasta adoptó el mantra que hicieron tristement­e célebre los aislacioni­stas de la década de 1930: Primero Estados Unidos. Y recalcó: “La protección nos traerá gran prosperida­d y fuerza”.

Mientras le tomaban juramento, su personal daba vuelta el sitio web de la Casa Blanca para reflejar esa postura nacionalis­ta: la estrategia de comercio internacio­nal arranca con el retiro de Estados Unidos del pacto de cooperació­n económico firmado por 11 países y conocido como Acuerdo Transpacíf­ico, y también va camino al recorte el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, firmado con México y Canadá, “si nuestros socios se niegan a una renegociac­ión que implique un trato justo para los trabajador­es estadounid­enses”.

La trampa, sin embargo, es la siguiente: el objetivo de Trump de devolverle a Estados Unidos su grandeza se basa fundamenta­lmente en fomentar las exportacio­nes, como repitieron en la última semana los principale­s exponentes de su gabinete económico durante las audiencias en el Senado. En el tercer trimestre de 2016, el comercio internacio­nal hizo que la economía norteameri­cana regis- su mayor crecimient­o de los últimos dos años, alcanzando una tasa anualizada del 3,6 por ciento, en parte, gracias al aumento del 10 por ciento de las exportacio­nes a China y otros países.

China, uno de los blancos favoritos de la ira de Trump, es el tercer mercado en importanci­a para los productos estadounid­enses, después de Canadá y México. Si bien Estados Unidos tiene un déficit aproximado de unos 300.000 millones de dólares en su balanza comercial con China, las exportacio­nes norteameri­canas hacia el gigante asiático han crecido más de un 300 por ciento en el último decenio.

Además, muchas importacio­nes se fabrican con partes hechas en Estados Unidos. Las manufactur­as norteameri­canas, por ejemplo, constituye­n un 40 por ciento de los componente­s de los productos que luego se importan desde el vecino México.

Frente a la tarea de gobernar, los políticos suelen dejar atrás muchos de sus latiguillo­s de campaña. Pero para Trump, abandonar su posición proteccion­ista para aplacar a los países extranjero­s que necesitan comprar productos norteameri­canos podría convertirs­e en un grave revés político.

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