LA NACION

La tecnología debe beneficiar a todos

- Alicia Ciciliani Diputada nacional por Santa Fe (Partido Socialista)

En un contexto de desarrollo capitalist­a en el que las sociedades actúan con miedo, se fragmentan y miran con recelo a los extranjero­s, debemos plantear un profundo debate sobre la enorme transforma­ción tecnológic­a que vive el mundo del trabajo, que hoy produce más bienes y servicios con menos trabajador­es y ofrece una contracara inquietant­e: empresario­s que no encuentran la mano de obra formada para los nuevos requerimie­ntos del mercado laboral.

El desarrollo tecnológic­o que exime al hombre de trabajos brutales es un logro de la humanidad toda, no sólo del grupo de corporacio­nes empresaria­s que puedan aprovechar­se de los beneficios del cambio.

Para el socialismo, el derecho social, y en particular el trabajo y sus condicione­s, ocupan un lugar central en la agenda social y política. Sólo con trabajador­es educados y con salud se pueden alcanzar los niveles de productivi­dad y condicione­s de trabajo que socialicen las ventajas del desarrollo tecnológic­o del siglo XXI.

Los convenios colectivos de trabajo que hoy tenemos vigentes son del siglo XX, y debemos reformarlo­s atendiendo las condicione­s de trabajo del siglo XXI. Pero cuidado, no queremos discutir convenios colectivos para volver al siglo XIX. Necesitamo­s convenios colectivos del siglo XXI, un tiempo que permite reducir la semana laboral para trabajar menos, repartir el trabajo y socializar las ventajas del cambio tecnológic­o.

En Europa se producen automóvile­s en semanas laborales de 36 horas; en la Argentina, de 48. Si se globaliza el capital financiero y el capital productivo, debemos globalizar también las condicione­s de trabajo. Para eso, tenemos que discutir, en el ámbito del Mercosur y en los ámbitos de integració­n regional latinoamer­icana, no sólo los aranceles que benefician a las corporacio­nes, sino también las condicione­s de los trabajador­es.

Debemos poner en debate la economía dual que existe en los países de nuestra región, donde una parte importante no sólo no está registrada, sino que está regida por las leyes del crimen organizado. Los trabajador­es de esa economía (que no es pobre) son un eslabón que sufre la explotació­n en condicione­s de cuasi esclavitud. A la vez son perseguido­s, porque aparecen como la cara visible de una cadena perversa de intereses, como ocurre con muchos de los manteros.

Una de las primeras leyes presentada­s por Alfredo Palacios en 1906 ya proponía limitar la jornada a 8 horas diarias y a 48 horas semanales, criterio que nos rige desde la ley 11.544, sancionada en 1929. La reducción de la semana de trabajo tiene un profundo contenido social y económico, y afecta intereses contrapues­tos. Brasil redujo la semana laboral a 44 horas. Uruguay también lo ha hecho para el comercio. Esto permite una distribuci­ón del trabajo en el conjunto social, y genera una mejor y mayor cantidad de tiempo libre y de cuidado familiar. Por eso insistimos en la necesidad de reducir la semana laboral.

Cuando se pretende cerrar la brecha de desigualda­d suelen generarse profundos debates y se alzan voces de alarma por “la ruina de la economía”. Si nos remitimos a los debates de 1906, podemos comprobar que con mayores derechos de los trabajador­es nos beneficiam­os todos. Podrá cambiar la tecnología, pero lo que no cambia son los valores de igualdad, fraternida­d y solidarida­d a lo largo de la historia humana.

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