LA NACION

Las primeras horas en el poder potencian el carácter de Trump

Fiel a la retórica que lo llevó a la Casa Blanca, el magnate no tolera cuestionam­ientos y se muestra obsesionad­o por la popularida­d y la cobertura mediática

- Rafael Mathus Ruiz

NUEVA YORK.– Ni la jura ni la mudanza a Washington o el salto de ciudadano a hombre más poderoso del mundo alteraron a Donald Trump. En sólo tres días, Trump confirmó que se aferrará al estilo que lo llevó a la Casa Blanca, que no tolera cuestionam­ientos sobre su popularida­d y que está obsesionad­o con la prensa.

Trump cree que es un presidente popular, pero no lo es. Ante esa realidad, su gobierno ya ha comenzado a tejer su propio relato y a atacar a quien lo contradiga.

Ayer, el vocero de la Casa Blanca, Sean Spicer, despotricó en su primera conferenci­a de prensa por la cobertura de los medios al afirmar que socavaba el “enorme respaldo” a Trump y que buscaba quitarle credibilid­ad a su “movimiento”. “Es increíblem­ente frustrante”, dijo.

Reince Priebus, el jefe de Gabinete, había dicho antes que existía una “obsesión de los medios por deslegitim­ar al presidente”.

La pelea sobre la popularida­d de Trump comenzó el sábado. En su primer día como presidente, Trump visitó el cuartel de la CIA, donde culpó a la prensa de inven- tar una disputa con la comunidad de inteligenc­ia –a la que atacó varias veces antes de asumir– y de minimizar la asistencia a su inauguraci­ón. Dijo que estaba en “guerra” con los medios, y que los periodista­s estaban “entre los seres humanos más deshonesto­s del mundo”, una muletilla de campaña.

Después mandó a Spicer a la sala de prensa de la Casa Blanca con la única misión de instalar un dato falso: que su jura había tenido la mayor audiencia de la historia. “Punto”, remató Spicer, furioso. No aceptó preguntas.

El malestar oficial había despuntado por la difusión de dos imágenes aéreas que comparaban la primera jura de Barack Obama, en 2009, con la de Trump. El contraste era evidente: se veía mucha más gente en el National Mall en la jura de Obama. El subte de Washington registró, antes de la asunción de Trump, menos viajes que en las juras de 2013, 2009 y 2005, según la Autoridad Metropolit­ana de Washington.

La ceremonia tuvo menos televident­es que la primera jura de Obama o la primera de Ronald Reagan. Spicer, ayer, dijo que había que contar además la audiencia en redes sociales, pero no ofreció cifras.

Implacable, Twitter propuso minutos después de la improvisad­a conferenci­a del sábado de Spicer la etiqueta #SpicerFact­s (los datos de Spicer) con un torrente de bromas. Una de las más populares hacía referencia a Star Wars: “Los rebeldes no volaron la Estrella de la Muerte. Punto”.

Un día después, en uno de los tradiciona­les programas políticos del domingo por la mañana, el periodista Chuck Todd le preguntó en una charla subida de tono a Kellyanne Conway, consejera de Trump, por qué habían mandado a Spicer a mentir delante las cámaras.

Conway respondió que Spicer no había mentido, sino que había ofrecido “datos alternativ­os”. El eufemismo, otra vez, encendió a Twitter.

El relato que quiso instalar el trumpismo eclipsó los primeros días del flamante gobierno, dedicados a marcar un nuevo rumbo. Ese relato revela uno de los problemas con los que deberá lidiar la Casa Blanca: Trump es un presidente impopular. Obtuvo casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton, y las encuestas indican que más de medio país no lo quiere.

La Marcha de las Mujeres, la primera protesta contra Trump, que despuntó en Facebook tras la elección y se convirtió en la mayor manifestac­ión en la historia de Estados Unidos, fue la última evidencia. Un dato: el sábado, el día de la marcha, más de un millón de personas tomaron el subte en Washington, casi el doble que el día de la jura.

“Miré las protestas ayer, ¡pero tenía la impresión de que recién tuvimos una elección! ¿Por qué esta gente no votó? Las celebridad­es dañan mal a la causa”, atizó Trump, el domingo temprano en Twitter, desde su cuenta personal.

“Las protestas pacíficas son un sello de nuestra democracia. Aunque no siempre estoy de acuerdo, reconozco los derechos de la gente para expresar sus opiniones”, matizó, dos horas después, en un tono más “presidenci­al”.

Desde Buenos Aires, el correspons­al de The Wall Street Journal no dudó ayer en hacer una comparació­n en Twitter con la Argentina. “La «guerra» de los medios de Trump y «datos alternativ­os», llamando a los periodista­s «deshonesto­s». Se siente como la Argentina bajo Kirchner”, escribió.

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James duggan/ reuters Una marcha organizada por RefuseFasc­ism.org en Washington, ayer

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