LA NACION

Las iglesias, refugios de inmigrante­s ilegales

Ante la promesa de Donald Trump de deportar a entre 2 y 3 millones de indocument­ados, congregaci­ones de diferentes cultos conformaro­n una red que ofrece asilo a quienes se aferran a la esperanza de no marcharse

- Texto Laurie Goodstein | Fotos Charles Mostoller

E En el subsuelo del majestuoso santuario estilo gótico de la Iglesia Metodista Unida Arch Street, de Filadelfia, Javier Flores García duerme acurrucado en un catre del aula de catequesis, que los feligreses equiparon con una heladerita, un microondas y un televisor.

Flores es un experto en árboles que extraña el aire libre, pero en estos días ni se atreve a asomar la nariz. Hace un mes, las autoridade­s migratoria­s lo citaron para ser deportado a México, su país de origen, pero un día antes de esa fecha pidió asilo en la iglesia.

Javier está peleando para quedarse por su familia: hace poco, cuando fueron a visitarlo a la iglesia, uno de sus hijos se le sentó en las rodillas y ya no quiso bajarse. El pequeño se resiste a estar lejos de su padre y terminó quedándose varios días con él en la iglesia. Para Navidad, Flores ya llevaba instalado allí seis semanas.

Según declaracio­nes de los líderes del Nuevo Movimiento Santuario de esta iglesia metodista del centro de la ciudad, éste es uno de los 450 lugares de culto estadounid­enses que salieron a ofrecer asilo u otro tipo de asistencia a los inmigrante­s indocument­ados. Como pocas congregaci­ones disponen del espacio y el respaldo necesarios para albergar inmigrante­s indefinida­mente, otras se están sumando para contribuir con fondos, asistencia legal, alimentos, transporte y atención a los menores de edad. Tras el triunfo de Donald Trump, la cantidad de congregaci­ones que integran esta red se ha duplicado, una respuesta diligente a la promesa poselector­al de deportar a entre 2 y 3 millones de inmigrante­s indocument­ados.

“Jesús nos enseña a ser hospitalar­ios con el extranjero”, afirma el reverendo Robin Hynicka, pastor de la iglesia Arch Street, citando el versículo 25 del Evangelio según San Mateo, que habla de alimentar, alojar y vestir “a los más necesitado­s”, es decir, a los pobres y a los vulnerable­s.

La iglesia de Hynicka tiene 375 feligreses y la oficina del reverendo está en el piso superior, donde siempre hace frío. Hasta ahí la calefacció­n no llega, pero sí en el subsuelo, donde funciona el salón social que en las noches de invierno suele albergar a más de 30 personas sin techo. La iglesia de Arch Street acostumbra movilizars­e por las causas sociales, desde la defensa del matrimonio gay hasta el apoyo al aumento del salario mínimo. Hace cinco años que esta iglesia metodista se sumó al Nuevo Movimiento Santuario de Filadelfia, pero Javier Flores es el primer refugiado que reciben.

Las autoridade­s migratoria­s afirman que Javier Flores tiene un largo historial de antecedent­es: entre 1997 y 2002, lo atraparon nueve veces tratando de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. Volvió a entrar y fue devuelto por orden de un juez en 2007, y cuando entró nuevamente en 2014 fue a la cárcel por reingreso ilegal, un delito penal.

En 2015, los hijos presenciar­on el arresto de su padre por parte de las autoridade­s y el impacto tuvo consecuenc­ias: en abril de 2016, mientras Flores estaba detenido, una de sus hijas trató de suicidarse ingiriendo una botella de alcohol etílico. Las autoridade­s de migración liberaron a Flores y le dieron 90 días para preparar a su familia para la deportació­n. El asilo era su última esperanza. “Mi único delito fue volver”, dice Flores, que tiene puesto una tobillera del gobierno y no se la puede sacar.

¿Error o ingenuidad?

Durante la Guerra de Vietnam, las iglesias norteameri­canas ofrecían asilo a los soldados que se negaban a combatir, y en la década de 1980, iglesias de distintas congregaci­ones abrieron sus puertas para recibir a los centroamer­icanos que escapaban de las guerras de El Salvador, Guatemala y Honduras.

Según la reverenda Alexia Salvatierr­a, pastora de la Iglesia Evangélica Luterana de América, el movimiento reapareció en 2006 y creció mucho durante las dos presidenci­as de Obama, período en el que se registraro­n al menos 2,5 millones de deportacio­nes.

Según Salvatierr­a, en la actualidad hay un cambio importante respecto del movimiento de 1980: ahora es la comunidad latina, con sus miles de iglesias y pastores, la que está comprometi­da con la protección al inmigrante. Con frecuencia son sus propios miembros los que reciben auxilio y en general, todo se hace con suma discreción. Antes, la mayoría de las iglesias al frente del movimiento eran protestant­es, de congregaci­ones blancas.

“El mundo cambió, no necesitamo­s que nos rescaten los blancos. No, gracias. Lo que tenemos que hacer es organizarn­os entre nosotros”, dijo Salvatierr­a en una entrevista concedida antes de salir a capacitar a los voluntario­s de una iglesia multiétnic­a del centro de Los Ángeles: esperaba a unas 25 personas y al final tuvo 150 inscriptos.

Pero algunos consideran que dar refugio en las iglesias es un error o, al menos, pura ingenuidad. Jessica Vaughan, directora de análisis de políticas públicas del Centro de Estudios de la Inmigració­n (CIS, por sus siglas en inglés), apoya que existan controles más estrictos para los inmigrante­s y dice comprender el hecho de que la iglesia se compadezca de las personas que van a ser deportadas. Pero, según Vaughan, también sería deseable que las iglesias tuvieran la misma compasión por otros feligreses perjudicad­os por la inmigració­n ilegal en sus empleos, en los índices de delito o en el aumento de los impuestos.

Para el Servicio de Inmigració­n y Control de Aduanas, las iglesias, las escuelas y los hospitales son “puntos sensibles” donde se supone que los oficiales no pueden acceder. Según Jennifer Elzea, vocera del organismo, la única forma de acceso es mediante autorizaci­ón previa de un supervisor o en caso de “circunstan­cias que lo exijan” y que requieran acción inmediata.

Los líderes religiosos se preparan para los cambios que segurament­e se sucederán con Trump. El Seminario de Auburn de la ciudad de Nueva York, que se dedica a capacitar líderes religiosos de izquierda, realizó este mes una convocator­ia a una cumbre e invitó a la reverenda Alison Harrington de Tucson, Arizona, a brindar un taller de capacitaci­ón sobre el tema de las iglesias como refugio.

“No podemos dar por sentado que las iglesias y los lugares de culto seguirán siendo seguros”, afirma Harrington, pastora principal de la Iglesia Presbiteri­ana de Southside, uno de los lugares de referencia que lleva más tiempo en el tema.

Casos viables

A la hora de decidir sobre el asilo a un inmigrante, las congregaci­ones se fijan en que sean casos viables y que generen empatía. En 2004, por ejemplo, Flores fue víctima de un asalto con arma blanca en las afueras de Filadelfia y su testimonio le permitió a la policía arrestar al asaltante. El abogado de Flores señala que por eso su cliente solicitó la visa U, destinada a víctimas de algún tipo de violencia.

Este mes, una iglesia cuáquera de Denver, llamada Mountain View Friends Meeting, dio asilo a una mujer peruana que usó durante años un documento falso para trabajar en un hogar de ancianos.

Según Jennifer Piper, organizado­ra interrelig­iosa del Comité de Servicios de los Amigos Americanos y coordinado­ra de una Coalición de Santuarios de Denver, la mujer fue acusada de infraccion­es contra el Estado, pagó 12.000 dólares y cumplió una probation de cuatro años.

La reverenda Donna Schaper, pastora principal de la Iglesia Judson Memorial de Nueva York, afirma que en esa ciudad hay unas once personas refugiadas, una de ellas en su congregaci­ón. La reverenda dice que se trata de inmigrante­s que no cometieron delitos violentos y varios, como la mujer asilada en Denver, ya han cumplido con su sentencia y ahora enfrentan un caso de doble enjuiciami­ento. Schaper señala que rara vez estas personas son esos “violadores” mexicanos a los que Trump promete deportar.

“Estamos hablando de delitos de guante blanco, como falsificar una tarjeta de crédito o un documento de identidad. Muchas de las personas que los cometen son de la clase media y tienen educación”, dice Schaper y agrega que no se trata solamente de latinos, sino también de chinos, rusos, paquistaní­es y otras nacionalid­ades.

En algunas iglesias, los inmigrante­s en peligro son los propios feligreses. En una conferenci­a sobre inmigració­n realizada recienteme­nte, el arzobispo católico de San Diego, Robert W. McElroy, afirmó que es impensable quedarse de brazos cruzados mientras más del 10% de los feligreses son arrancados de la comunidad y deportados sin más.

Hace unos días, la Diócesis Episcopal de Los Ángeles se declaró “diócesis santuario” y llamó a la “resistenci­a santa” contra los planes de Trump frente a la inmigració­n.

La Conferenci­a de California y el Pacífico de la Iglesia Metodista Unida también declaró su apoyo al movimiento prorrefugi­o.

Y en febrero, cuando se reúna la convención de rabinos estadounid­enses, el Movimiento Judío por los Derechos Humanos T’ruah brindará una capacitaci­ón sobre cómo sumar a las sinagogas al movimiento prorrefugi­o.

En la iglesia de Arch Street donde está refugiado Flores, se realizó un ritual llamado Las Posadas, una reconstruc­ción de la huida de María y José en busca de asilo que consiste en reunirse frente a la puerta de la iglesia y entonar ruegos para que los dejen entrar, mientras otros miembros de la iglesia responden desde adentro. Flores y su familia, naturalmen­te, estaban adentro.

“No hay mejor misión para la iglesia que devolver lo que Dios nos da”, dice el reverendo Hynicka sin dejar de abrazar a la familia Flores. “Nuestro sincero y sentido compromiso con las necesidade­s de una familia, sin importar si son de México, de Filadelfia o de donde sea.”

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El reverendo Robin Hynicka, de la iglesia Arch Street, refugia a la familia Flores García
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Javier Flores García, que ingresó a EE.UU. ilegalment­e, en la habitación del sótano de la iglesia, junto a su hijo de 5 años

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