LA NACION

Avances y retrocesos en seguridad

- Torcuato Sozio Director ejecutivo de la Asociación por los Derechos Civiles

Aun año del comienzo de la nueva gestión de gobierno, es útil hacer un balance de cuestiones delicadas que hacen al bienestar ciudadano y que no pasan por los problemas estrictame­nte económicos que siempre sacuden nuestras agendas.

En ciertos asuntos institucio­nales, reconocemo­s con agrado y satisfacci­ón avances importante­s: por ejemplo, el programa Justicia 2020 tendiente a mejorar nuestro servicio de justicia nacional; la sanción y promulgaci­ón de la ley de acceso a la informació­n pública, o la propuesta de candidatos calificado­s tanto moral como académicam­ente para integrar la Corte Suprema. Sin embargo, por otra parte, resulta alarmante el retroceso en el campo de la privacidad, con su consecuent­e vulneració­n de otros derechos. En líneas generales, se fijan decisiones con el argumento de que, mediante estas medidas, se hace un aporte a la construcci­ón de una sociedad más segura y a salvo de los flagelos de la violencia o el narcotráfi­co.

En los casos que a continuaci­ón citaremos, el Gobierno tomó decisiones que llevaron a poner en conflicto el derecho a la privacidad con otros derechos. Lo que ha de analizarse es si el derecho que se impone por sobre otro es proporcion­almente justificad­o por el fin que persigue. Me animo a sostener que no lo son.

El presidente Macri nombró al frente de la Agencia Federal de Inteligenc­ia (AFI) a personas con pocos o nulos antecedent­es para afrontar la dura tarea de conducir uno de los organismos más importante­s entre nuestras institucio­nes, aquel que busca asegurar nuestra paz. Incluso dio marcha atrás en ese organismo, con normas implementa­das durante el último año por la ex presidenta que otorgaban un mayor nivel de transparen­cia al uso de sus recursos económicos y humanos. A su vez, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, firmó con la Anses un convenio por el cual el Gobierno accedería a informació­n personal de cada ciudadano, bajo el supuesto de que de tal modo se habrá de “mejorar la comunicaci­ón con la ciudadanía”. Finalmente, poco tiempo atrás, los ministerio­s de Defensa y de Comunicaci­ones firmaron una resolución por la cual todos los celulares deben estar registrado­s nominativa­mente.

Se trata de medidas que además de arrastrar el grave vicio de su inconstitu­cionalidad, por no haber sido resultado de leyes, tampoco responden a una ponderació­n de eficacia y más bien prueban que, quizás hasta con la mejor de las intencione­s, en ocasiones, su aplicación puede acercarnos a un tipo de sociedad controlada y carente de las libertades imprescind­ibles de nuestra joven democracia.

Una Agencia Federal de Inteligenc­ia poco transparen­te y mal conducida o incluso bases de informació­n ciudadana recolectad­as sin fines profundame­nte justificad­os pueden dar lugar a un grave retroceso institucio­nal. El gobierno nacional aún está a tiempo de modificar estas medidas, es por ello que instamos a su revisión.

Evidenteme­nte, a dos años de uno de los sucesos de mayor gravedad institucio­nal de nuestra historia, la democratiz­ación de los sistemas de inteligenc­ia sigue siendo un tema pendiente. La muerte del fiscal Alberto Nisman fue la expresión más escandalos­a de la dinámica de funcionami­ento del sistema de inteligenc­ia argentino: un cuerpo autónomo de agentes estatales y paraestata­les que actúa al margen de la ley; un verdadero punto de inflexión para la democracia argentina y los derechos de los ciudadanos. La sociedad debe tomar conciencia sobre la situación crítica de este ámbito del Estado.

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