LA NACION

El gusto por la variedad: de Gieco a Cage The Elephant

- Sebastián Espósito

Un clima veraniego recibió al cuarto Lollapaloo­za argentino, el festival norteameri­cano que hace un tiempo cuenta con sedes en la Argentina, Chile, Brasil y Alemania. A pesar de ser un día laboral, desde temprano el público se acercó en gran número al hipódromo de San Isidro, la casa del festival. Por la noche, al cierre de esta edición, 100.000 personas colmaban el predio.

León Gieco fue el primer nombre fuerte de la tarde. Con la banda hardcore Infierno 18 como grupo de acompañami­ento, el cantautor desplegó versiones muy rockeras de clásicos como “Pensar en nada” y un segmento solista, acústico y dylaniano, sólo con su voz, su guitarra y su armónica, y dedicado a todas las mujeres. En pantalla, consignas como “Ni una menos” o “Basta de femicidios” podían leerse mientras el hombre de Cañada Rosquín interpreta­ba “Cinco siglos igual”. Un show soberbio y especial.

Los cinco escenarios desplegado­s en el hipódromo invitan a moverse durante todo el día. Mientras alguien está tocando en alguno de los dos escenarios principale­s, alguien más lo está haciendo en el Alternativ­o, el Perry’s, que es el consagrado a la música electrónic­a, o el KIdzapaloo­za, el escenario infantil que cerró luego de que cayera el sol con unos pichones de Metallica. Se trató de The Helmets, la banda de heavy metal integrada por niños. En sus filas se encuentra Tye Trujillo, hijo del bajista de Metallica, Robert. De hecho, el show fue seguido bien de cerca por papá Trujillo, quien se encargó de asistir a su hijo e, incluso, de cargar el equipamien­to una vez finalizado un show, que contó con temas propios bien pesados y versiones de clásicos de Led Zeppelin y Green Day.

Glass Animals, en el Main Stage 2, y Cage The Elephant, en el Main Stage 1, fueron los shows más calientes de la tarde. El público respondió con creces a cada una de las propuestas que emanaban desde el escenario. Tanto Dave Bayley, cantante de los ingleses Glass Animals, como Matt Schultz, frontman de los norteameri­canos Cage The Elephant, basan su despliegue escénico en una entrega adrenalíni­ca que sólo conoce de tempestade­s. Los primeros portan un sonido neoyorquin­o, elegante y adornado con pizcas de Red Hot Chili Peppers. Los segundos, británicos ellos, basan su sonido en una lectura actual del rock de sus tierras de los 60, en especial en Rolling Stones, The Kinks y The Animals.

Matt Schultz se mueve de un lado al otro del escenario. Camisa roja y jeans negros, es el Mick Jagger de los millennial­s. Escuálido y espástico, logra que no le quitemos los ojos de encima. Su banda, mientras tanto, despliega un rock soberbio al compás de ese frontman que está listo para llegar a la cima del gran circo del rock que aquí, en este festival, se manifiesta más colorido, más variado y más amigable que en otras latitudes. Porque, a no dudarlo, Lollapaloo­za es una nación aparte, conformada por jóvenes de veintitant­os y liderada por cantantes como Matt y Dave.

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