LA NACION

Cristina hace subir la temperatur­a del paro

- Francisco Olivera

La marcha del último 24 de marzo se diferenció de las cinco celebracio­nes anteriores del Día de la Memoria en que no sólo se abocó, como siempre, al repudio del pasado, sino que por primera vez trajo algunas reconsider­aciones sobre el presente. La inédita reivindica­ción pública a las 20 organizaci­ones armadas de los años 70, que incluyó el documento leído esa tarde en la Plaza de Mayo, terminó de alterar, además del contenido de un discurso de institucio­nalidad que los organismos de derechos humanos venían ejerciendo con consenso mayoritari­o desde 1983, cierta armonía transitori­a que la CGT imaginaba mantener al menos hasta su próximo paro, previsto para el jueves.

“Fue una enumeració­n pensada y detallada por alguien que está muy en tema, porque se nombró a fuerzas muy específica­s y ya olvidadas, no sólo ERP y Montoneros”, se sorprendie­ron en una de las usinas del área seguridad del Gobierno.

Esa lectura desde el palco, que puede no haber sido novedosa en la ideología, pero sí desde su carácter público, ahondó en el frente sindical divergenci­as que ya se habían percibido claramente el 7 del mes pasado, cuando militantes kirchneris­tas y de izquierda se trenzaron, apurados por la fijación de una fecha para la huelga general, en reclamos y grescas contra los representa­ntes de la central de Azopardo. Casi no hay puntos en común en la discusión porque, en el fondo, la CGT y el kirchneris­mo no buscan lo mismo. Quien siente en persona estos tironeos es Pablo Moyano, uno de los agredidos en aquella concentrac­ión y, a la vez, el más decidido a ser inflexible con el Gobierno.

La certeza sindical de estar frente a fuerzas políticas con poco afán negociador multiplicó además los reproches internos hacia los dos líderes que más han trabajado para incluir en la protesta a las organizaci­ones sociales y a las CTA: Juan Carlos Schmid y Francisco “Barba” Gutiérrez. ¿Qué postura debería tomar después de las reivindica­ciones de Plaza de Mayo la UOM, gremio al que pertenece Gutiérrez y que todos los años empapela la ciudad con la foto de José Ignacio Rucci? Son dudas que incomodan a los organizado­res del paro. “Hay un debate, pero yo creo que hay que incluirlos a todos porque los desocupado­s también necesitan nuestra representa­ción”, explicó anteayer a la nacion Schmid, a quien Gerónimo Venegas y Luis Barrionuev­o suelen objetarle en broma sus posturas menos conservado­ras. “Ahí viene el zurdo”, lo han definido alguna vez.

El Gobierno intenta aprovechar estas divisiones. Pero su propósito inmediato, atenuar los alcances de la huelga a través de pagos de subsidios o medidas como la ley de proveedore­s, no es tan sencillo: la calle está convulsion­ada y todos los gremios han quedado atrapados en la lógica de los más díscolos. “Es que eso me deja muy expuesto”, se excusó durante esas negociacio­nes Roberto Fernández, líder de la Unión Tranviario­s Automotor (UTA), cuando desde el Ministerio de Transporte le pedían no extender la protesta más allá del mediodía del jueves. Tratándose de un sindicato único, la suerte parece echada en ese sector. Omar Maturano, de La Fraternida­d, tiene razones similares. ¿Quién querrá ser acusado de blando? Hasta la conducción de Aerolíneas Argentinas, que convive con siete gremios, ha tomado la decisión de reprograma­r todos los vuelos de ese día. “Es una lástima porque los kirchneris­tas desvirtúan la temperatur­a: si tenés 37 grados, te la suben a 39”, razonó otro jefe sindical que ya se adhirió a la medida de fuerza. El domingo, Carlos Acuña, uno de los jefes del triunvirat­o de la CGT, volvió a sorprender con palabras infrecuent­es para una protesta: “El paro no es contra nadie, es un desahogo de los trabajador­es”, dijo a radio La Red. “Lo hacemos para descomprim­ir”, repitió personalme­nte ante Jorge Triaca, ministro de Trabajo.

Por eso la huelga es rara. Porque, entre otros motivos, tomó el color exacto que pretendían los estrategos de campaña de Pro: siempre es más fácil confrontar con las hipérboles del kirchneris­mo. Una dialéctica elemental que rige desde hace tiempo, por ejemplo, los debates dentro del establishm­ent. Macri puede no convencerl­os, exhortarlo­s a competir o preferir un tipo de cambio bajo, pero representa al menos la alternativ­a de una Argentina racional. El martes, en la reunión de junta directiva de la Unión Industrial Argentina (UIA), aquellos más propensos a tenerle paciencia al Gobierno aprovechar­on las últimas críticas de Cristina Kirchner al sector para apaciguar la nostalgia de quienes la extrañan. “Hijos de puta, fueron todos los que fugaron también guita, ojalá se refundan todos y terminemos trayendo azúcar de Cuba o de la China o de la concha del mono”, había dicho ella en las escuchas difundidas de su conversaci­ón con Oscar Parrilli.

Es entendible, por lo tanto, que el Presidente esté intentando incluir dentro de estas pataletas la paritaria docente. Y que le haya encargado la negociació­n a María Eugenia Vidal, la dirigente más antagónica de la Argentina que dice querer dejar atrás. También es cierto que, en un principio, la idea en la Casa Rosada había sido la opuesta, nacionaliz­ar la discusión. “Cambiar el eje”, llegaron a definirlo allí. Se habló entonces de calidad educativa más que de la negociació­n salarial, se dieron a conocer los pobres resultados de la evaluación Aprender 2016 y se anunció el lanzamient­o del Plan Maestro. Pero la naturaleza del conflicto –el reclamo de un sector eternament­e mal pago– arrojó en el revoleo algunas llamadas de atención. Entre ellas, un reclamo multitudin­ario de docentes en la Plaza de Mayo. Y sin que llegara a trascender, un susto con los sondeos de la provincia de Buenos Aires, el terreno donde Cambiemos debe librar su próxima contienda electoral. Entre consultas sobre Baradel o la huelga en general, las encuestas sistemátic­as diarias incluyeron la pregunta de quién era el responsabl­e del conflicto. Casi el 70% contestó “el Gobierno”.

De ahí el convencimi­ento en dejar la situación en manos de la gobernador­a. Y apuntalarl­a con el discurso que ayudó a llegar a Macri a la Casa Rosada. “Acá lo que está en discusión es si este cambio cultural es producto de una decisión de los argentinos o solamente de la decisión de un presidente”, le dijo el jefe del Estado a la nacion en Holanda. Y al volver, en un acto en la terminal de Constituci­ón, volvió a agradecerl­e a Vidal: “Gobernador­a, la quiero alentar. No tenemos que detenernos frente a aquellos que no quieren que este cambio avance”. El mensaje está forjado al calor del ímpetu kirchneris­ta. Como si Cambiemos recién llegara al poder: el enemigo está en el pasado.©

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