LA NACION

La odisea de andar en bici por Montevideo

- Nathalie Kantt

Mi vida en París me la pasé sobre dos ruedas. El primer año, en scooter, hasta que entendí que mi torpeza motorizada era peligrosa. Ahí opté por la bicicleta. Mi suscripció­n por 39 euros anuales me permitía usar las famosas Vélib, las bicis de la ciudad, cuando quisiera y por lapsos de hasta 45 minutos, una manera de evitar que cada cual monopolice el “vélo” como si fuera propio. No es mío ni es tuyo: es de todos.

En estos años, la bicicleta se impuso como medio de transporte en la capital francesa, para turistas y parisinos, y decidí agarrarme del manubrio de esa tendencia. Durante ocho años, descubrí también que las municipali­dades tienen mucho que ver en ese cambio. Es desde allí que se decide ensanchar y prolongar los carriles para bicicletas, crear una circulació­n propia y estacionam­ientos para las dos ruedas, alentar el uso de la bici para ir al trabajo (las empresas reembol- san los gastos de trayecto de sus empleados, incluso si van en bicicleta), y multiplica­r los medios de transporte. Es también desde el gobierno de una ciudad donde se piensa cómo juntar el dinero necesario, priorizand­o el asunto por encima de otros y encontrand­o un socio externo a quien se le puede dar algo, como publicidad en el espacio público, a cambio del financiami­ento del sistema de bicis, considerad­o como uno de los transporte­s del futuro junto a los autos eléctricos.

Cuando llegué a Montevideo, mi amigo Ignacio me prestó eternament­e la suya porque quería comprarse una nueva. Me evitó así desembolsa­r esos buenos mangos que él sí tuvo que gastar para andar en bici dado que acá, como el sistema de Vélib uruguayas son 8 estaciones con 10 unidades y sólo en Ciudad Vieja, cada quien tiene la suya. Con mi caballo de dientes bien blancos, empecé a ir al trabajo bordeando la Rambla y de a poco descubrí que esta ciudad, que tiene todo necesario para convertirs­e en la república oriental de la bicicleta, no está para nada preparada para circular en dos ruedas. Esta ciudad, con cielos de colores increíbles, ritmo pausado para el desplazami­ento, clima cálido durante varios meses, poca lluvia, zonas desérticas, y con el porcentaje más alto de América latina de viajes en bicicletas realizados por mujeres (40% según un estudio del BID), casi no tiene rampas en las esquinas ni ciclovías (sólo algunas que unen las distancias entre universida­des). Aquí, donde todo el mundo se desplaza por encima de la tierra porque no existen subterráne­os, donde los colectivos van llenos y los autos vacíos, y donde todos se quejan del crecimient­o exponencia­l del parque automotor en los últimos diez años, hay que pelearse para apropiarse de al menos el apoya brazos del trono del rey: las cuatro ruedas. Tampoco la Intendenci­a ni gran parte de los montevidea­nos parecen tener interés en que esto cambie. La municipali­dad, liderada desde 1995 por el progresist­a Frente Amplio, genera 25% de su presupuest­o gracias al cobro de las patentes y hasta proyecta construir estacionam­ientos subterráne­os en los barrios más densos de la ciudad para seguir acumulando vehículos. A contracorr­iente con la tendencia de las ciudades del futuro, que desalienta­n el uso del auto creando zonas cada vez más peatonales, los montevidea­nos prefieren tocar la bocina y largar humo.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina