LA NACION

Se agrava la crisis de los ómnibus de larga distancia

Con menos subsidios, ya suspenden algunos servicios

- Diego Cabot

En el aire se espera una revolución; en la tierra, también. Lejos de los prometedor­es planes para los vuelos de cabotaje, los ómnibus de larga distancia incuban una crisis cuyas consecuenc­ias pocos se atreven a predecir.

En los últimos 15 días, las principale­s empresas del país iniciaron un proceso de cancelació­n de servicios y reestructu­ración del negocio, a tal punto que hay compañías que no han logrado pagar los sueldos de su personal. Los interrogan­tes sobre una actividad clave para la integració­n nacional son una constante en el sector.

Viene de tapa

Por ahora, los viajeros deben estar atentos: las cancelacio­nes y la unificació­n de pasajeros en otro servicio serán constantes. En el mediano plazo, la atención deberá posarse en la posibilida­d concreta de un paro, y no sólo del personal de los ómnibus.

Desde el año pasado empezaron las negociacio­nes entre el Gobierno nacional y los empresario­s transporti­stas. El motivo de aquellas reuniones era empezar a esbozar cuál iba a ser la nueva configurac­ión del mundo de los ómnibus de pasajeros cuando se avance en dos caminos que ya estaban escogidos de antemano.

Por un lado, el aumento de la oferta de transporte aéreo a precios que compitan con el transporte terrestre. Por el otro, la quita de subsidios por parte del Estado.

El mojón se puso en el primer día de este año. El ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, ya les había anticipado que el 31 de diciembre terminaban los subsidios que se les entregaba por aquellas rutas que competían con vuelos de empresas aéreas.

Así transcurri­ó 2016, en medio de negociacio­nes por empezar a cambiar un marco regulatori­o que alguna vez fue la pirámide basal para sostener un mercado regulado, ineficient­e y subsidiado, y que hoy pesa como lastre a la hora de buscar agilidad y necesidad de cambios.

Una batería de normas sedimentad­as, salidas muchas veces de los escritorio­s más sospechado­s de la administra­ción pública, son los encargados de darle marco a un sector que durante 2015 transportó a 37,9 millones de pasajeros, último dato conocido del sector.

El tiempo no conoce de ineficienc­ias burocrátic­as. Enero llegó, se quitaron los subsidios o compensaci­ones, como les gusta llamarlos a defensores de estas ayudas del Estado, y no se avanzó en nada. Sólo la temporada de verano, momento del año donde los transporti­stas re cogen grandes ganancias, logró disimular los problemas en los cimientos.

Pero bastó que pasara Semana Santa para que, de a poco, todo los problemas que enfrenta la industria empezaron a salir a la superficie. “Es una crisis que surge empresa por empresa. Todas tienen sus problemas y cada una se arregla como puede”, dice un empresario del sector.

Suspension­es

Hace 10 días, la terminal de Retiro era un hervidero. A las cero de ese sábado comenzaron a suspenders­e servicios por el conflicto gremial de algunas de las empresas. Las compañías afectadas iniciaron negociacio­nes con las que estaban cumpliendo con sus servicios regulares para pasarles sus pasajeros.

Hubo varios casos. La Empresa General Urquiza, que brinda servicios en Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca y Tucumán, paralizó todos los servicios que salen de Buenos Aires y mantuvo con relativa normalidad los que parten de algunas ciudades del interior.

Empresa San José, con epicentro en las rutas que unen Buenos Aires con Entre Ríos, también frenó algunos servicios, al igual que Tramat, El Rápido Internacio­nal y Andesmar.

Don Otto, del grupo Vía Bariloche, empresa que basa sus servicios en la Patagonia, optó por un cronograma distinto y pasó gran parte de aquel fin de semana con servicios reprograma­dos.

Flecha Bus y Vía Bariloche, dos de las compañías de transporte más grandes del país, aún no cambiaron sus rutinas, pero hay muchas dudas sobre los servicios de los próximos días.

Antecedent­es

La crisis no es nueva. En 2010, la Argentina tenía registrada­s en la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT) 4764 unidades, mientras que en 2015 esa lista ya contaba con 619 menos, lo que significó una baja del 12,4%. De 1,31 millones de viajes que se hicieron en aquel año, se pasó a 1,04 millones en 2015, lo que significó una caída del 21,4%.

Desde 2011, el mejor año de los últimos seis, los pasajeros transporta­dos cayeron de 50,51 millones a 37,95 millones, es decir, un 28% menos. Todavía no están los números oficiales del año pasado, pero todo indica que la caída de pasajeros del sistema está entre el 8 y el 10% anual.

Los transporti­stas ponen énfasis en el nivel de ocupación. Dicen que la media de ocupación del sector es del 47%. Las limitacion­es de los entes de control impiden, por ejemplo, consolidar servicios o dejar de correr alguno si no tiene demanda. Los coches salen vacíos, pero salen.

También la regulación impide que se vendan pasajes segmentado­s. Es indistinto para el pasajero comprarlo a último minuto que un mes antes. No hay premios por esa previsión de compra, cosa impensada en el mundo de los aviones. Esas pequeñas modificaci­ones mejorarían la capacidad de oferta y demanda, pero para eso hace falta una regulación que hoy no está presente.

En el sector también se quejan de que el Gobierno no subió la tarifa mínima de los aviones, por lo tanto ya existe una competenci­a directa entre un medio de transporte y otro, al menos en algunas franjas horarias y de fechas. No hay mucho que decir ahí; la Casa Rosada ya decidió poner el foco en una mayor conectivid­ad aérea, al menos en las rutas troncales. Y la llegada de las aerolíneas low cost empeorará aun más el panorama

Ahora llega el momento de las paritarias. Por ahora, en la Unión Tranviario­s Automotor (UTA) prefieren no ir a un paro.

Las empresas reclaman cambios en el convenio colectivo de trabajo para ser más competitiv­as. Vienen meses complicado­s y negociacio­nes de apuro. Mientras, en las plataforma­s, los pasajeros deberán estar atentos a los cambios y las cancelacio­nes, que prometen convertirs­e en moneda corriente.

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