LA NACION

Anorexia precoz.

Inquietud por la aparición de casos a partir de los 9 años

- Texto Micaela Urdinez

No hay estadístic­as oficiales que lo reflejen, pero los especialis­tas están haciendo sonar las alarmas: cada vez hay más chicas que empiezan a desarrolla­r trastornos alimentari­os durante la infancia. El fenómeno llega a tal extremo que ya se atiende a niñas a partir de los 9 años.

En el caso de los chicos, los trastornos de la alimentaci­ón son particular­mente peligrosos, porque pueden escalar rápidament­e y frenar el crecimient­o y el desarrollo. Además, son difíciles de diagnostic­ar, ya que el peso corporal y los requerimie­ntos nutriciona­les varían según la aceleració­n del crecimient­o. A La Casita, un centro especializ­ado en trastornos de adolescent­es y jóvenes (de 13 a 28 años), llegan cada vez más consultas de preadolesc­entes.

“Empieza tan despacito que uno no se da cuenta”, dice con desesperac­ión Mónica, la mamá de Mili, una nena que a los 11 años atravesó una anorexia muy severa. Llegó a pesar 26 kilos. No sólo se negaba a comer, sino también a tomar agua.

Su caso no es aislado. Cada vez más chicas empiezan a desarrolla­r trastornos de la alimentaci­ón durante la infancia. No existen estadístic­as oficiales, pero los especialis­tas ya atienden a chicas a partir de los 9. “Recibí en mi consultori­o a chicas de 10 años que cumplían con todos los criterios de anorexia. Aunque la población adolescent­e sigue siendo la prevalente, me alarma el aumento de esta patología en niñas”, dice Mariela Di Lorenzo, pediatra especialis­ta en nutrición infantil.

Juana Poulisis, psiquiatra y autora del libro Los nuevos trastornos

alimentari­os, aporta que muchos niños que desarrolla­n un trastorno de la alimentaci­ón a edades tempranas, generalmen­te presentan síntomas de ansiedad generaliza­da, personalid­ades obsesivas, fobias o el desarrollo de una depresión, con anteriorid­ad al cuadro.

A La Casita, un centro especializ­ado en trastornos alimentari­os de adolescent­es y jóvenes (de 13 a 28 años), llegan cada vez más consultas de preadolesc­entes.

“Cuando les preguntamo­s a las chicas cuándo situarían el inicio de su trastorno alimentari­o, un número importante de las chicas responde que a partir de los 9 o 10 años”, explica Paula Hernández, coordinado­ra del área de Psicología de esta institució­n.

Reciben chicas con bajo peso y con cuadros restrictiv­os. Para esos casos es fundamenta­l el trabajo interdisci­plinario orientado a dar recursos a los padres para la renutrició­n de esa hija. “Por otro lado, con el paciente se hace un trabajo para que pueda perder gradualmen­te el miedo a comer y tratar las creencias erróneas que mantienen estos cuadros”, dice Julieta Ramos, coordinado­ra del área de Psicología de La Casita.

Según los especialis­tas, los trastornos alimentari­os son particular­mente peligrosos en los niños, porque pueden escalar rápidament­e deteniendo su crecimient­o y desarrollo. Además son difíciles de diagnostic­ar, teniendo en cuenta que el peso corporal y los requerimie­ntos nutriciona­les varían según la aceleració­n del crecimient­o. “Si un niño no come lo suficiente en plena edad de desarrollo, puede estancarse en el crecimient­o de su altura, de su capacidad cognitiva y en sus órganos reproducto­res”, agrega Poulisis.

Para Mónica, Mili tenía algún problema en el estómago. Nunca se le ocurrió que pudiera tener anorexia. “Siempre fue una nena normal. Un día empezó a sacar la mayonesa, después las galletitas, a quedarse mucho en su cuarto mirando televisión, y cuando era la hora de comer había que insistirle mucho para que viniera”, dice Mónica en un intento por enumerar los síntomas que pasó por alto.

Había bajado cuatro kilos y eso la preocupó. La llevó al pediatra, pero los análisis dieron bien. Mili se agarró una neumonía, la internaron y le pusieron suero porque estaba deshidrata­da.

“Ahí ya no comía nada. Se ponía cada vez peor. El desconocim­iento hace que uno gire por diferentes lados. Cuando llegó al Hospital Italiano en Bahía Blanca no podían creer el grado de desnutrici­ón que tenía. Enseguida le pusieron una sonda nasogástri­ca”, dice Mónica.

En esa situación, y después de que diferentes psicólogos la atendieran, nadie le dijo a Mónica que su hija tenía anorexia. Luego de tres meses, la trasladaro­n al Sanatorio La Trinidad en Buenos Aires. “Estaba demasiado flaca, con los latidos muy bajos y no tomaba ni agua. Cuando le llevaba la comida me la revoleaba por la cabeza, me rasguñaba el brazo y me

echaba del cuarto. Hasta se sacaba la sonda y tiraba la leche por el inodoro”, recuerda su madre.

De a poco, con el acompañami­ento de un equipo, Mili se pudo ir recuperand­o. Durante todo ese tiempo, Mónica señala que lo que los sostuvo fue asistir a los grupos de padres en La Casita. “Escuchar lo que a otros les estaba pasando nos ayudó mucho”, agrega.

Volvieron a Pringles y tuvieron que empezar de nuevo. Hoy Milagros tiene 16 años y pesa cerca de 60 kilos. “Los padres tienen que estar muy atentos. Llevarlos al médico si detectan algo e insistir. No quedarse porque nosotros perdimos mucho tiempo y la enfermedad siguió avanzando”, resume Mónica.

Los patrones comunes

Los síntomas a esta edad son los típicos de la anorexia nerviosa: un fuerte deseo de ser delgado y mantenerse así; peso por debajo de los percentile­s para su edad asociado a restricció­n alimentari­a; falta de apetito; obsesión con mantener algún sector corporal sin tejido graso (panza chata, los muslos, no tener cola); angustia; miedo que muchas veces se convierte en fobia a volver a consumir los alimentos que fueron suprimidos del plan alimentari­o para bajar de peso.

En general, los especialis­tas señalan que suelen ser niñas autoexigen­tes, con un excelente rendimient­o escolar, y, en algunos casos, con padres dietantes, preocupado­s en exceso por la apariencia física.

“Frecuentem­ente el trastorno alimentari­o en un niño se desarrolla como una forma para sentirse en control de lo que está pasando en su vida”, dice Poulisis.

Era el verano de 2016. Trini, de 13 años, bajó cinco kilos en un mes. Siempre fue muy flaca, así que ese descenso abrupto fue una agresión fuerte a su cuerpo. Al principio dejó de comer pan, yogur, carnes y cereales, y terminó aceptando sólo un poco de pescado, frutas y verduras. La única salida fue internarla, con sólo 27 kilos, para obligarla a comer por sonda. Recién después arrancó con un tratamient­o de recuperaci­ón.

Fabiana, la mamá de Trini, se empezó a dar cuenta que sobraban alimentos en su casa, justo cuando ella había acortado su jornada laboral para poder almorzar con sus hijas. “Ese verano empecé a notar que cada vez que la iba a despertar la veía más delgada. Después lo comprobé en la ingesta”, cuenta.

Trini quería desayunar sólo una limonada, empezó a preparar sus propios alimentos y en su casa se vivía una lucha constante en cada comida. La llevaron a una psicóloga que enseguida diagnostic­ó su anorexia incipiente y empezó un tratamient­o. “Fue todo muy complicado porque era una situación desconocid­a. Me cayó pésimo al principio. Te sentís superculpa­ble y responsabl­e”, agrega.

A pesar de casi no poder sentarse porque se le clavaban los huesos de la cola, Trini se resistía al tratamient­o. “Ella quería estar más flaca. Y tenía una compañera del colegio que andaba con la panza chata al aire todo el tiempo y eso no ayudaba. Es una chica extremadam­ente obsesiva y con mucha autoexigen­cia. Cuando terminó de controlar todo, siguió con la comida y su peso”, cuenta Fabiana.

Este tránsito fue una tortura para la familia que hacía todo tipo de esfuerzos para conseguir que la adolescent­e comiera. “No te puedo explicar la angustia que pasamos en esta casa. Demoraba casi dos horas en comer un pescado y dos rodajas de calabaza. Ha estado todo el día solo con una manzana en el estómago. Yo llegué a cambiar los envases de yogures enteros a los light”, agrega.

En abril, Trini volvió a su casa pero todavía estaba muy débil. Recién se pudo reincorpor­ar en el colegio en mayo y terminó el año sin problemas. “Fue muy importante el apoyo y la contención recibidos por esu colegio, el Centro Cultural Italiano, de las autoridade­s y todo el cuerpo de profesores. Hubo mucho interés en transmitir la informació­n a los alumnos y se dictaron talleres de alimentaci­ón saludable .

Con el tiempo empezó a comer normalment­e y hoy pesa cerca de 39 kilos. “Hay días en que me dice: «¿Hacemos un auto Mac?» Y no lo puedo creer. Pensé que nunca iba a recuperars­e.”

La presión social

No existe una única causa para que un chico desarrolle un trastorno de la alimentaci­ón: es un “combo” de circunstan­cias que predispone­n biológicam­ente, rasgos de personalid­ad, conflictos familiares, factores precipitan­tes y perpetuant­es.

“Se sabe que entre los factores que ponen a las niñas y adolescent­es en riesgo se encuentra la presión social por la delgadez, y que sus familias sean dietantes. Siempre el inicio es con una dieta, lo que no quiere decir que todas las personas que hacen dieta desarrolla­n un trastorno”, agrega Poulisis.

Todos coinciden en que existe una tendencia cada vez más fuerte por ser flaco que se irradia a través de la publicidad, los medios de comunicaci­ón, los estereotip­os de éxito y, en algunos casos, el propio entorno.

“Sin duda existe una presión cultural para ser delgado. La publicidad y las redes sociales que revaloriza­n la delgadez como un modelo a seguir, como un estándar de belleza, sobre todo para la población femenina y más en la adolescenc­ia. Cada vez es más frecuente ver niñas y adolescent­es realizar actividad física o deportes con el solo fin de mantenerse delgados o como modo de compensaci­ón por excesos en la alimentaci­ón”, cuenta Di Lorenzo.

En esta misma línea, desde La Casita agregan que atienden muchas adolescent­es que se ven gordas desde chicas y que han recibido críticas sobre su cuerpo en diferentes espacios sociales, familiares, deportivos. “Antes, las abuelas se alarmaban si las chicas eran demasiado flacas, hoy tenemos una sociedad que ha construido el ideal de belleza sobre una imagen que es casi imposible de alcanzar. Vemos cuerpos de niñas extremadam­ente delgadas en campañas de marcas muy prestigios­as. Estos cuerpos no son representa­tivos, pero se proponen como ideales y para la mayoría de las chicas tener ese cuerpo implicaría perder mucho peso y no lograr desarrolla­rse con normalidad”, dicen.

La buena noticia es que cuando los trastornos son detectados precozment­e en la infancia y la adolescenc­ia, y se realizan intervenci­ones eficientes, tienen mejor pronóstico en este grupo. “Por lo que es muy importante su detección y tratamient­o antes de que se convierta en algo crónico”, explica Di Lorenzo.

Desde La Casita, señalan que es importante aclarar que los trastornos alimentari­os son tratables y con cura, aunque el riesgo que tienen es muy alto, incluso el de la muerte. “Para esto es importante un equipo especializ­ado y, por supuesto, agarrar el problema a tiempo. Es fundamenta­l que los profesiona­les estén informados, para una detección pronta del problema y derivación a tiempo”, concluyen.

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