LA NACION

El hombre equivocado, preso

A Daniel Lobos fueron a buscarlo a su casa; se llama igual que un sospechoso conocido como “Gangoso”, aunque él no tiene problemas al hablar; pasó una semana preso en Bouwer

- Gabriela Origlia PARA LA NACION

Creyeron que era narco y lo encarcelar­on siete días.

CÓRDOBA.– Daniel Edgardo Lobos habla sin dificultad­es, claro y de corrido. A fines de abril fue detenido como el “Gangoso”, un importante líder narco. Estuvo una semana preso en la cárcel de Bouwer. Fueron “sólo siete días” porque cuando estaban a punto de tomarle declaració­n una empleada judicial advirtió: “Pero este hombre no es gangoso”. Quizá le hubiese llevado mucho más tiempo demostrar que no era quien el Ministerio de Seguridad de la Nación anunció haber encontrado después de “una exhaustiva investigac­ión criminal”.

El otro Lobos integraba una banda narco desarticul­ada en febrero, cuando se decomisaro­n en Paraná, Entre Ríos, 750 kilos de marihuana transporta­dos en una camioneta BMW hacia Córdoba. Desde entonces la Federal buscaba al “Gangoso”, que había logrado escapar.

“La pesquisa arrojó datos concretos sobre su paradero: frecuentab­a un domicilio del Barrio Vicor (Córdoba). Con la informació­n precisa se montó una vigilancia discreta en el lugar. Finalmente, fue detenido a instancias del juzgado federal de Córdoba”, informó el Ministerio en un comunicado de prensa.

A las 9.30 de un viernes de fines de abril dos hombres y una mujer –todos de civil– golpearon la puerta de Lobos. Tenían una planilla con varias hojas; le dijeron que los tenía que acompañar “por un tema de drogas”. Su primera reacción fue de sorpresa. Insistió con que no entendía porqué lo buscaban.

“Si no venís quedarás en situación de prófugo y si te para la policía en la calle te lleva preso. Te llegaron tres citaciones y nunca respondist­e”, le plantearon. Lobos afirmó que nunca había recibido un solo papel y que todo le parecía “poco serio”. Igual, subió a una Trafic blanca sin identifica­ción acompañado por su esposa, Roxana. Iban preparados para un trámite rápido y regresar.

Pero el mundo se le desmoronó apenas entraron a la sede de la Federal y escucharon “acá está el detenido”. Lobos aseguró a la nacion que esas

horas fueron terribles. Le sacaron fotos, lo desnudaron y revisaron y le entintaron los dedos. Aunque insistía en que le explicaran qué pasaba, sólo consiguió que le dijeran: “Estás por comerciali­zación de estupefaci­entes”.

Antes de trasladarl­o a los tribunales le preguntaro­n si conocía “a Ludueña”. Ex taxista y remisero, hoy técnico en refrigerac­ión, respondió: “Por mi trabajo conozco a mucha gente, tráiganme una foto. A ver si digo sí y buscan a uno como yo, que no entiende qué pasa”. También señaló que se sentía “maltratado”. Los policías reaccionar­on: “¿Te pegamos?”, le espetaron. “No, pero el maltrato también es psicológic­o. Me desnudaron, me sacaron fotos, no sé qué pasa... Si no es maltrato, salgan a la calle y busquen otra gente y hagan lo mismo”, les soltó, nervioso.

A la hora de firmar las constancia­s de traslado, repitió que estaba nervioso, en estado de shock, que no iba a entender y que tenía que llamar a un abogado.

Hacia la sombra

“Poné las manos que te esposamos”, le ordenaron. Una mujer y un hombre se pusieron camperas y gorras de la Federal, lo tomaron uno de cada lado y hubo otra sesión de fotos, las que después salieron publicadas. Fue a la alcaldía de los tribunales federales y no vio a ningún funcionari­o. Le dieron una bandeja de comida y le avisaron que lo llevarían a Bouwer. La pesadilla recién empezaba.

Hasta el miércoles estuvo en el área de ingreso, en el MD1, celda 5. “Vi que era

cuestión de sobrevivir, porque ahí es todos contra todos. A un muchacho que iba conmigo le robaron las zapatillas, las tarjetas de teléfono... A mí, un acolchado. Los van rotando en esa área. En la celda estuve con uno que estaba preso por robos y otro que estaba por un asesinato”.

Le explicaron que hay que acatar lo que ordenan los “plumas” (jefes) y que no hay que buscar líos. Dormir fue una utopía; tenía siempre un ojo abierto, escuchaba ruidos y estaba atento a todo. El miércoles lo trasladaro­n a otro pabellón, el de los permanente­s.

Allí se le presentó el “pluma”; le marcó enseguida: “Acá todos nos respetamos”, y le advirtió que si se mandaba “alguna cagada” lo haría trasladar. Le pidió los 15 pesos para el DirectTV y le describió que ellos, los presos, organizan y compran la pantalla plana y la conexión.

Afuera, su esposa buscó un abogado y le dio el papel donde a mano le habían anotado el motivo de la detención “artículo 7 de la ley 23.737”, la de estupefaci­entes: “organizaci­ón” de bandas narcos, con una pena mínima de ocho años. A Lobos lo acusaban de ser partícipe necesario.

Juan Manuel Rivero, el defensor, admitió a la nacion que pensó que podía haberse tratado de una “negligenci­a” de Lobos; por ejemplo, que hubiera prestado su habilitaci­ón para comprar productos químicos a otro y que ése estuviera involucrad­o en alguna “cocina” de drogas.

Lo habló con él en la cár- cel: “¿Le ocultás algo a tu familia?”. Lobos juró una y otra vez que no tenía idea de lo que pasaba. Al otro día, el lunes, estaban los dos en el juzgado federal N° 2 esperando para ver la causa y declarar cuando la empleada los miró y, un poco incrédula, dijo: “Pero este hombre no es gangoso, debe haber un error... Presenten una excarcelac­ión”.

Una hora después, cuando el abogado llegó con la excarcelac­ión no se la recibieron porque el juzgado se apartó de la causa por amistad con el defensor de otro imputado. Lobos sólo pensó: “Más tiempo en Bouwer”. Los días corrían y el nuevo juzgado, a cargo de Hugo Vaca Narvaja, debía analizar los seis cuerpos del expediente para resolver si le daba la libertad.

El viernes al mediodía llegó la resolución de falta de mérito y la orden de “inmediata excarcelac­ión”. En unos 20 días –junto al procesamie­nto del resto de los detenidos– saldrá su sobreseimi­ento.

Unas semanas después de su odisea Lobos –que no tiene antecedent­es penales ni contacto con nadie de la causa– recibe a en la nacion su casa de Ampliación Vicor. Tiene ánimo suficiente para contar algunas anécdotas de la cárcel. Como el del ése que le preguntaba si lo conocía: “Soy el hermano de Karina Jelinek”. Adolfo, detenido en noviembre pasado, después de estar casi dos años prófugo en una causa por tenencia de drogas, “chapeaba con el apellido”, ríe Lobos.

Mientras prepara una acción civil contra el Estado nacional, Lobos repite: “Al final, me trataron mejor los presos que las autoridade­s”.

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Diego lima Daniel Lobos, preso por error

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