LA NACION

El país tendrá que pelear por el mercado de los agroalimen­tos

condicione­s desfavorab­les. Aunque damos por sentado que el mundo espera nuestros productos, el futuro le exigirá a la Argentina serios esfuerzos de competitiv­idad

- Eugenio Díaz-Bonilla Profesor de Catholic University of America y de George Washington University

S egún una narrativa muy extendida, un mundo cada vez más rico y con más población ofrece mercados prácticame­nte ilimitados para nuestros productos agroalimen­tarios. Pero si bien esta narrativa tiene elementos plausibles, también es posible imaginarse condicione­s menos favorables que requieren serios esfuerzos de competitiv­idad por parte de América latina y de nuestro país. Después de todo, en el último medio siglo el ingreso per cápita casi se triplicó y la población creció en unos 4300 millones de personas, y sin embargo hubo momentos desfavorab­les en los mercados agroalimen­tarios mundiales.

En la conceptual­ización de los escenarios futuros conviene considerar ciertas dimensione­s estratégic­as y su posible evolución. Un primer aspecto son el crecimient­o y la integració­n mundiales. La historia muestra que el mundo ha acelerado su crecimient­o en momentos de cambios estructura­les, unidos a la integració­n de la economía global y relativas paz y estabilida­d geopolític­as, mientras que el crecimient­o se ha desacelera­do o estancado en momentos en que esas tres condicione­s no existen.

Los últimos tres largos momentos de crecimient­o mundial fueron el período que va desde 1870 hasta la Primera Guerra Mundial (vinculado con la Revolución Industrial); la expansión entre los años 50 del siglo XX, luego de la Segunda Guerra Mundial, y hasta mediados de los años 70 (impulsado por la reconstruc­ción europea y la descoloniz­ación), y el período que se inició en los años 90, luego de la ruptura de la Unión Soviética, y que llegó hasta la crisis de 2009 (con la incorporac­ión de China y otros países en desarrollo a la producción industrial mundial en un enorme shock de oferta). Los dos primeros períodos fueron seguidos por períodos que, en diferentes grados, fueron de menor crecimient­o y con fragmentac­ión geopolític­a. Diversos análisis sugieren que luego del último período de expansión el mundo ha entrado en una etapa de desacelera­ción por los próximos años.

Un segundo aspecto tiene que ver con la demografía y las preferenci­as de los consumidor­es. Es cierto que las proyeccion­es sugie- ren un incremento adicional de 1200 millones de personas para 2030 y casi otro tanto adicional hacia 2050, pero las tasas de crecimient­o van a ser menores que en el pasado y la estructura demográfic­a será de mayor edad, lo que implica menos crecimient­o global (tanto por la desacelera­ción de la fuerza laboral como por menos ahorro e inversión y por problemas fiscales relacionad­os con las jubilacion­es), y menor consumo de calorías per cápita.

Los patrones de consumo tamto bién están siendo afectados por preocupaci­ones sobre dietas más saludables (debido a la obesidad y enfermedad­es relacionad­as), por la sostenibil­idad ambiental y por fuertes esfuerzos para eliminar el desperdici­o (esfuerzos que, de ser exitosos, implicarán menos necesidade­s de producción). En este sentido, las proyeccion­es del consumo de carne plantean problemas especiales: en algunos escenarios el consumo per cápita podría declinar, tanto por las preocupaci­ones por la salud como por los niveles de emisión de gases de efecto invernader­o de parte de la ganadería (que es relativame­nte alta). Esto afectaría directamen­te a nuestro país como productor de carne y de alimento para animales.

Una tercera dimensión tiene que ver con las políticas agropecuar­ias y de comercio internacio­nal. Los países desarrolla­dos no están reduciendo el apoyo de inversione­s al sector agroalimen­tario y los países en desarrollo lo están expandiend­o significat­ivamente. Es el caso de China, que según algunas estimacion­es tiene mayor apoyo total a la producción que la Unión Europea, y la India, que superaría el apoyo agropecuar­io en los Estados Unidos (obviamente, el apoyo por productor sigue siendo mayor en los países ricos). Ambos países en desarrollo son grandes exportador­es de productos agropecuar­ios y compiten con productos de América latina, entre ellos los de nuestro país. Por ejemplo, China vende seis veces más frutas y hortalizas que la Argentina, y la India nos supera en las exportacio­nes de carne. Asimismo, numerosos países en África y Asia están invirtiend­o en el sector agropecuar­io tratando de alcanzar la autosufici­encia alimentari­a. Por consiguien­te, los países latinoamer­icanos exportador­es de agroalimen­tos van a encontrar mercados más cerrados en el mundo.

Otras dimensione­s estratégic­as a considerar incluyen la evolución de las políticas y precios de la energía (incluido el tema de los biocombust­ibles); el cambio climático y los eventos extremos (estos últimos cada vez más repetidos), y el importante cambio tecnológic­o en ciencias biológicas, energía y en relación con el medio ambiente. Aunque no es posible desarrolla­r estos aspectos en este artículo, todos ellos requieren un seguimien-

detallado por parte de los países productore­s de agroalimen­tos debido a sus múltiples impactos sobre la producción y el comercio mundial.

En definitiva, a la Argentina le conviene seguir trabajando esforzadam­ente en las condicione­s básicas de competitiv­idad porque debe considerar la posibilida­d de que en los próximos años tenga que enfrentar mercados con menor crecimient­o y más difíciles de ser penetrados con nuestros productos.

Esto implica varios niveles de trabajo. Primero, se necesitan un mayor esfuerzo de planeamien­to estratégic­o y una visión de desarrollo de país. Dentro de eso, sería importante formalizar consejos de competitiv­idad por cadenas de valor para definir visiones compartida­s de los problemas y posibles soluciones, monitorear mercados y las dimensione­s estratégic­as mencionada­s y dar mayor estabilida­d a las políticas y acuerdos, evitando lobbies individual­es y soluciones ad hoc.

Segundo, es necesario tener una combinació­n de política fiscal, monetaria y de tipo de cambio que evite la sobrevalua­ción de nuestra moneda y que facilite el financiami­ento de mediano y largo plazo.

Tercero, es obvia la necesidad de avanzar en el plan de triplicar las hectáreas bajo riego, mejorar el sistema ferroviari­o y reforzar las inversione­s en ciudades intermedia­s con una considerac­ión especial en telefonía, Internet, caminos, salud, y educación.

Finalmente, es necesario incrementa­r las inversione­s en tecnología agropecuar­ia y en relación con las cadenas de valor, dentro de una reorganiza­ción institucio­nal que considere la convergenc­ia de las ciencias, las preferenci­as de los consumidor­es –especialme­nte en salud y nutrición–, la eficiencia energética y los desafíos del cambio climático.

Si luego los mercados mundiales son todo lo favorables que las narrativas optimistas argumentan, mejor. Pero siempre ayuda prepararse también para el caso en que las condicione­s mundiales sean más difíciles.

Es necesario incrementa­r las inversione­s en tecnología agropecuar­ia

Es obvia la necesidad de avanzar en el plan de triplicar las hectáreas bajo riego

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