LA NACION

Una aliada de la educación

- María del Carmen Feijoó y Pilar Arcidiácon­o —PARA LA NACION— Investigad­oras en políticas sociales (la primera de la Universida­d Pedagógica; la segunda, de Conicet/UBA)

L a AUH (Asignación Universal por Hijo para la Protección Social) es, por su escala y cobertura, un cambio copernican­o en las políticas sociales. Con 3.957.826 niños cubiertos a noviembre de 2016, su gestión plantea problemas novedosos, implica la intervenci­ón de múltiples actores y requiere un conjunto de reglas tanto para el ingreso y la permanenci­a de sus beneficiar­ios como para el acceso a la informació­n para quienes deben definir políticas públicas y para la comunidad científica.

La AUH exige a las familias el cumplimien­to de ciertas condicione­s –controles de salud y asistencia educativa para los beneficiar­ios–, del que depende la continuida­d del cobro. A menos que esta demanda se entienda como burocrátic­a, estos requisitos demandaría­n que el organismo implementa­dor, la Anses, se articule con los sistemas públicos educativos y de salud para la atención de estas poblacione­s, más allá de la firma de la certificac­ión en la libreta. Si esto no sucede, se interrumpe el pago. Y los suspendido­s no son pocos: entre 2011 y 2014, hubo bajas por incumplimi­ento de educación que alcanzaron a 221.839 en el primer año y 665.632 en el último, según la Anses. Si no existe diálogo entre los prestadore­s, es difícil esperar que el cumplimien­to de la condiciona­lidad implique el acceso a mejor salud y educación.

El “para qué” de los requisitos es controvers­ial. Partiendo de que es bueno que los chicos vayan a la escuela y atiendan su salud –dado que son obligacion­es y derechos–, los argumentos del programa señalan que favorece los procesos de inclusión social. otros sostienen que fomenta el incremento del “capital humano” de las poblacione­s pobres. Por último, algunos señalan que simplement­e se utilizan para hacer potables ante la opinión pública esas transferen­cias monetarias; en fin, para atenuar la resistenci­a que provocan los “pobres no merecedore­s” que vivirían de los planes. En cualquier caso, sin coordinaci­ón intersecto­rial de las políticas, el programa queda reducido sólo a una transferen­cia de fondos. Decíamos hace un año en la na

que la AUH debe convertirs­e ción en una aliada de la educación. Para ello, son fundamenta­les la voluntad política y la disponibil­idad de informació­n para, entre otras cosas, saber dónde y por qué se produjeron esas bajas y cómo se distribuye­n los alumnos bajo programa en las escuelas. Esos que no cumplieron a dónde iban y por qué se fueron. Hoy, más allá de los números agregados, es poco lo que sabemos: ¿hay muchos chicos AUH en pocas escuelas o hay pocos chicos AUH en muchas escuelas?

Hacer pública esta informació­n es crucial para pensar estrategia­s de mejoramien­to de la oferta educativa en las institucio­nes escolares a las que concurren.

Hace un año, pedimos a la Anses informació­n discrimina­da por institució­n escolar para distritos selecciona­dos para conocer el número de alumnos por escuela y el proceso de altas y bajas, con la hipótesis de que estos datos permitiría­n explorar el tratamient­o que estos niños reciben e identifica­r claves para mejorar su atención. Las bases de datos permiten asociar el identifica­dor escolar, código único de establecim­iento (CUE) con los DNI de los alumnos perceptore­s, salvaguard­ando sus identidade­s. Un año después, sólo conseguimo­s informació­n agregada a nivel de código postal. El argumento esgrimido es que el decreto de acceso a la informació­n pública (1172/2003) no obliga a producir la informació­n solicitada. Seguimos así sin poder responder nuestras preguntas.

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