lo suyo son las tareas difíciles: central se dio un gran gusto al compás de Teo Gutiérrez
ROSARIO.– Nacido en las conflictivas y belicosas calles de Barranquilla, a Teófilo Antonio Gutiérrez Roncancio, Teo para los amigos, no lo asustan los ambientes hostiles. Casi se diría que le producen el efecto contrario. Nada hay más estimulante para un provocador que un escenario que intente achicarlo, que pretenda apagar su espíritu conflictivo y su alma pendenciera.
Por eso, a nadie debería extrañar que el polémico delantero colombiano decidiera elegir la casa del peor enemigo para completar una actuación soberbia, a la que quizá le faltó un gol para ser redonda, pero que llenó de condimentos futbolísticos como para ponerle sabor y color a la otoñal tarde rosarina.
Al compás de Teo, de sus apariciones esta vez frecuentes y siempre criteriosas, y también de la ausencia de cualquier tipo de ánimo de pelea ni discusión, Rosario Central edificó una victoria de las que marcan a fuego. No porque haya definido algo sustancial en el desarrollo del torneo (el tropiezo de Boca al fin y al cabo dejó a Newell’s tal como estaba en la lucha porabrazarsealtítulo),sinoporcómo fue elaborada y por las conclusiones que pueden extraerse de 90 minutos conmenosardordelohabitual,quizá porque la superioridad “canalla” no dejó margen ni para el debate.
La carrera de Teo está llena de actitudes criticables, su prontuario al respecto es demasiado amplio como para merecer la indulgencia. Pero tiene a su favor un activo que ya no es tan fácil encontrar por estos pagos: sabe jugar muy bien al fútbol. Y jugar al fútbol, además de poseer la técnica individualindispensableparaquelos pies ejecuten de manera adecuada lo que el cerebro ordena, no quiere decir solo hacer goles extraordinarios ni apiladas monumentales. Significa entender lo que el partido y el equipo necesitan para superar al rival, dominarlo y someterlo hasta que doble la rodilla. Todo eso que Teo puso en práctica en un clásico y con toda la cancha en contra.
Suelto, moviéndose a espalda de la permeable línea media que intentaron conformar Sills y Quignón, el caribeño se hizo un picnic. Por la izquierda en buena parte del primer tiempo o por la derecha de a ratos, Gutiérrez se las ingenió para recibir con el margen de tiempo y espacio indispensables para, a partir de su toque preciso y sutil, hilvanar el juego de un equipo que se sintió cómodo muy rápido. Exactamente desde el momento que estableció el 1-0 en su primera aproximación al área de Pocrnjic (pérdida de Quignón en la salida, robo de Colman, taco del colombiano y magnífico remate cruzado de Carrizo, a los 9 minutos).
Newell’s no tiene un Teo. Pero ayer ni siquiera contó con un Colman, un Carrizo un Musto... en suma,
con gente que hablara un mismo idioma. Los rojinegros construyeron una campaña impensada con recursos limitados, y la llegada de la hora de la verdad va desnudando sus carencias. Si algo así les ocurrió una semana atrás contra Independiente, en esta ocasión quedaron a la intemperie.
Mientras de un lado Pinola ordenaba la defensa, Musto robaba y robaba en el medio; y todos se juntaban alrededor de Gutiérrez para ganar en confianza; en el lado de enfrente solo había empuje, pelotazos con destino dudoso y la intermitente gambeta de Formica para alimentar la ilusión de una hinchada que fue silenciándose a medida que los suyos no les ofrecía ni un bocado de pan. No hubo aporte de Maxi, solo voluntad de Scocco, y muy poca cabeza del resto.
Y aunque Diego Osella intentó retocar, mover y hasta sacudir a su equipo de arriba a abajo, a Newell’s ayer no se le cayó una idea en tanto fue acumulando errores, algunos groseros como el que le costó el segundo gol. Es por eso que la derrota en el clásico puede marcarlo a fuego. Porque más allá que las opciones de campeón sigan vigentes (el domingo visitará a Boca), no se ve fútbol con qué sostenerlas.
Justo lo contrario de un Rosario Central cuya mayor aspiración es clasificarse para alguna copa el año que viene. Pero en el interín juega, gana, crece, y se divierte al ritmo de la música que toca Teo. Incluso en un clásico en cancha ajena.