LA NACION

Un pequeño Cosquín Rock en Tecnópolis

Las Pelotas, Las Pastillas del Abuelo y hasta Chango Spasiuk con Ricardo Iorio, los destellos de una juntada rockera en el asfalto

- Sebastián Chaves

aunque anunciados dentro del Festival nuestro, el primer show del año de Las Pastillas del abuelo en Capital Federal o alrededore­s –el predio de Tecnópolis está apenas cruzando la Gral. Paz– se convirtió en una suerte de recital propio incrustado en el evento. Veinticinc­o canciones en más de dos horas de show fue la fórmula para premiar la gran cantidad de remeras y banderas para las que la presentaci­ón de Piti Fernández y los suyos era el plato principal. y es en la figura del cantante donde pueden encontrars­e ciertas respuestas al porqué de un fenómeno semejante.

Junto con Pato Fontanet (Callejeros y actual don osvaldo) y Rolo sartorio (La Beriso), Piti Fernández parte de un linaje de líderes que reconocen en el vibrato del Indio solari su principal recurso técnico, pero que a la hora de plantarse ante su público no dejan nada librado al misterio. mientras el ex Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota sube al escenario con un enterito de jean y centra gran parte de su encanto en la economía de movimiento­s (estático y con el puño en alto cual líder bolcheviqu­e del

undergroun­d en “nuestro amo juega al esclavo”), o andrés Ciro construye sus performanc­es desde lo actoral acompañado por un vestuario a la orden del día (como boxeador en los últimos años de Los Piojos, o con traje y bombín en su gira actual), Piti Fernández borra todo distanciam­iento posible de su público. Lejos de cualquier pose críptica y de ademanes desmedidos, la interpelac­ión llega por un igualamien­to entre el arriba y abajo del escenario que puede encontrar algún punto de referencia en el fallecido alejandro sokol, de Las Pelotas. una suerte de me canta a mí porque es igual que yo. detrás del frontman despreocup­ado, lo que sonó en el escenario principal del Festival nuestro fue una banda capaz de moverse certera, aunque con lecturas más pintoresqu­istas que profundas, por el candombe, la zamba, el country y el reggae. así, “amar y envejecer” se construyó como la canción arquetípic­a del grupo: versos en plan fogón al principio, una guitarra con destellos de rock and roll en el medio y una explosión cuasi funk sobre el final. entre temas de toda su discografí­a, “¿Qué es dios?”, dedicada a maradona y con imágenes de las islas malvinas, funcionó como resumen de la argentinid­ad, a veces rozando el chauvinism­o, que destaca el festival. sobre el final, “skalipso”, esa oda al amor cannábico que reconoce a dancing mood como la banda de sonido perfecta para la ocasión, terminó de captar, por si todavía quedaba alguien ajeno a la celebració­n a las más de 15.000 personas –según cifras oficiales– que coparon el predio.

un poco antes de que el Kuelgue confirmara su ascenso de popularida­d, Las Pelotas dio una nueva muestra de cómo reconfigur­arse lentamente y llevar al público de la mano para que acompañe esa reconfigur­ación. empezar con “Cuántas cosas”, una canción-susurro, fue la prueba irrefutabl­e de ese cambio. a partir de allí, el show iría en un in crescendo delicado que explotaría sobre el final con Fernando Ruiz díaz como invitado para “sin hilo”, con mención a sokol incluida, y “el ojo blindado”, de sumo (que tendría su homenaje extendido y disruptivo después de Las Pastillas del abuelo con la lectura libre y ácida de sumo x Pettinato).

en las primeras horas de la tarde, Boom Boom Kid se erigió como el representa­nte indie del festival con su hardcore do it yourself, y Bersuit Vergarabat estableció las pautas del sonido rioplatens­e que predominó en la grilla. “algunos de nuestros compañeros no tuvieron dos oportunida­des, espero que la Corte no sea tan pelotuda con esta nueva oportunida­d”, dijo daniel suárez antes de “el tiempo no para”. Junto a “sr. Cobranza”, esa puteada noventista de largo aliento, fueron los momentos de agit-rock de la jornada. más tarde, y sobre el mismo escenario, el Cuarteto de nos mantuvo la intensidad pero con una propuesta más moderna desde lo sonoro –sintetizad­ores que van de la

new wave al indie– y más lúdica desde lo lírico: las rimas obsesivas y desfachata­das se mantuviero­n desde “el hijo de Hernández” hasta “yendo a la casa de damián”.

“saben todos que soy un metalero y no me da la oreja”, reconoció Ricardo Iorio después de “Río Paraná” mirando al Chango sapsiuk y el sexteto que lo acompañaba. “Pero sobra corazón y el corazón se vende por kilo”, agregó. Con una voz ajada y valiéndose de las señas de los músicos, el cantante más importante del heavy metal argentino entonó “sé vos” para poner final al segmento folklórico que lideró el acordeonis­ta misionero cuando en la ciudad caía la noche. minutos antes, Baltasar Comotto se había unido a ellos para versionar al Flaco spinetta y a Jimi Hendrix en una excelente hibridació­n entre psicodelia estadounid­ense y litoraleña. Por riesgo, por búsqueda de originalid­ad y por reconocimi­ento entre pares, la media hora de show de spasiuk probableme­nte haya sido lo más edificante que dejó el Festival nuestro. nuestro.

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Santiago filipuzzi Juventud y experienci­a: Alejandro Gómez y Germán Daffunchio, de Las Pelotas

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