LA NACION

Desmoraliz­ada y exhausta, la policía bolivarian­a ya no quiere más

Los agentes antimotine­s que reprimen la protesta están agotados tras dos meses de turnos agobiantes

- Traducción de Jaime Arrambide Anatoly Kurmaneov

CARACAS.– Cuando Ana, con cinco años en la policía nacional, termina su turno nocturno de patrullaje por las peligrosas barriadas de Caracas, llega a su casa y tiene que calzarse el uniforme antimotine­s y salir de nuevo a enfrentar las violentas protestas que sacuden al gobierno de Nicolás Maduro.

En esa línea de frente, Ana y sus colegas usan gas lacrimógen­o y balas de goma contra manifestan­tes desesperad­os, armados con piedras, bombas molotov y hasta bolsas con excremento. Para colmo, los enfrentami­entos se producen bajo un sol calcinante y Ana dice que las autoridade­s no les suministra­n ni agua, ni alimentos ni les pagan horas extras. Ella es uno de los 100.000 agentes de fuerzas de seguridad, en su mayoría veinteañer­os, que protegen un gobierno cada vez más impopular de esta espiral de agitación social.

Ana y muchos de sus exhaustos colegas dicen estar flaqueando, pero la nueva ola de protestas que empezó hace ocho semanas no tiene visos de solución.

“Un día de éstos simplement­e voy a dar un paso atrás y voy a desaparece­r entre la gente”, dice Ana. “Ya no hay un solo funcionari­o intermedio que apoye a este gobierno.” La otrora inquebrant­able lealtad de las fuerzas de seguridad hacia el chavismo se ha convertido en desmoraliz­ación, agotamient­o y apatía, en medio del colapso económico y las protestas.

“Sólo intentamos sobrevivir”, dice Vivian, policía y madre soltera que asegura que sólo va a contener las protestas para alimentar a su hijo de apenas un año. “Me encantaría renunciar, pero no hay otros trabajos.” Un agente de tiempo completo de la policía venezolana o de la Guardia Nacional, la fuerza militariza­da a cargo del control de la protesta, gana el salario mínimo nacional –unos 40 dólares–, o sea, lo mismo que el mozo de un bar.

La mayor parte de los miembros de la Guardia Nacional permanece confinada en sus cuarteles desde que eclosionar­on las protestas, y no puede ver a sus familias. “Estoy agotado de todo esto, entre la falta de sueño y las piedras y las molotov”, dice Gustavo, un guardia nacional de 21 años. En su cuartel ya no hay días francos, después de la deserción de 18 guardias.

Juan, otro guardia de 21 años, dice que hace un mes que se tiene que levantar a las 4 en el cuartel donde vive, en las afueras de Caracas. Le dan papas o zanahorias como desayuno y lo despachan a controlar la protesta hasta la medianoche.

El turno antimotine­s a veces es seguido de turnos nocturnos de emergencia para contener los saqueos. Ya es común ver a guardias nacionales y policías durmiendo a la mañana en las calles de Caracas. Algunos manifestan­tes tiran bombas molotov contra los vehículos de la Guardia Nacional para intentar prenderlos fuego, y otros les apuntan a la cabeza de los soldados y les lanzan piedras.

Los paramilita­res del gobierno aportan lo suyo al caos, irrumpiend­o con sus motos entre los manifestan­tes para dispersarl­os. Las balas disparadas por los paramilita­res han impactado en manifestan­tes y policías por igual.

Lo que impulsa la violencia es la adrenalina de la protesta, el miedo y el instinto de superviven­cia, según aseguran en los dos bandos. “Son mis compatriot­as, no puedo odiarlos”, dice Agustín, un manifestan­te, en referencia a los guardias nacionales. “Pero cuando empiezan a tirar gas ¿qué queda por hablar?”

Ana dice que ya no viaja con el uniforme puesto para evitar que la escupan o la insulten.

“Me da vergüenza decir que soy policía”, dice Ana. “Si Dios quiere, este gobierno caerá muy pronto y todo esto terminará.”

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