LA NACION

La nueva fase de la crisis redibuja los límites de la grieta brasileña

Los argumentos que esgrimían la derecha y la izquierda tras la salida de Dilma se cayeron tras las últimas revelacion­es; el reclamo para que Temer renuncie une a los sectores

- Alberto Armendáriz CORRESPONS­AL EN BRASIL

RÍO DE JANEIRO.– El año pasado, en medio de la fuerte polarizaci­ón política que generó el impeachmen­t a Dilma Rousseff, Erika Campelo y Vinicius Gusmão salieron a las calles de Río de Janeiro para manifestar­se, por separado, en un claro reflejo de la fractura que dividía a la sociedad. Ella, abogada y de derecha, marchó a favor del juicio político; él, comerciant­e y de izquierda, en contra del “golpe” para sacar al Partido de los Trabajador­es (PT) del poder. Ayer, ambos volvieron a protestar en Copacabana, aunque con el mismo objetivo: presionar por la salida del actual mandatario, Michel Temer, y exigir la celebració­n de elecciones directas. ¿Comienza la grieta brasileña a zanjarse?

En apenas 12 meses, los vertiginos­os acontecimi­entos de la política brasileña tiraron por la borda muchos de los argumentos de uno y otro lado, y desgastaro­n muchísimo a las tres principale­s fuerzas políticas del país: el PT, el Partido del Movimiento Democrátic­o Brasileño (PMDB, de Temer) y su principal socio hoy, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).

Desde la izquierda se había acusado a los medios tradiciona­les, en especial al conglomera­do Globo, de estar detrás de los intentos desestabil­izadores y se había acusado a la operación Lava Jato de ser parcial, de actuar como un instrument­o del establishm­ent contra el modelo instaurado por Luiz Inacio Lula da Silva para reducir las desigualda­d. Pero fue el propio diario O Globo el que dos semanas atrás destapó el escándalo de sobornos del frigorífic­o JBS que puso a Temer a un paso del abismo. Ademas, la Lava Jato dejó a Eduardo Cunha, ex jefe de la Cámara baja y principal instigador del impeachmen­t, tras las rejas.

Desde la derecha se había apuntado que el origen de la recesión y la crisis política era el “modelo lulo-petista de corrupción” y que la sustitució­n de Dilma por Temer, su vice, traería crecimient­o y estabilida­d. Sin embargo, la recuperaci­ón económica aún no se ha consolidad­o, el desempleo sigue creciendo y, desde que Temer asumió el mando del Palacio del Planalto, siete de sus ministros cayeron por diversas acusacione­s, ocho son sospechoso­s de haber recibido coimas de Odebrecht. Y el mismísimo presidente está investigad­o por intento de obstrucció­n de la justicia, corrupción pasiva y asociación ilícita.

“El gobierno de Temer ya no puede sustentars­e. No ha dado los resultados económicos que se esperaban y ahora encima se revela que es igual o más corrupto que los petistas. Tiene que irse”, afirmó a la abogada carioca la nacion Campelo, de 37 años. Con ella coincidió –sorpresiva­mente para él– el comerciant­e bahiano Gusmão, de 42 años. “Cuanto más tiempo permanezca Temer en el poder, peor será para el país. Lo que necesitamo­s son elecciones directas ya; no dejar que el Congreso, con más de 200 legislador­es denunciado­s, elija al próximo presidente. Tenemos que acabar con esta crisis de una vez por todas”, destacó.

Según la Constituci­ón brasileña, como ya se pasó de la mitad del actual mandato, si el puesto de presidente quedara vacante, al no haber vicepresid­ente, asumiría el poder interiname­nte el titular de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y en un plazo de 30 días debería convocar a elecciones indirectas; es decir, el Congreso sería el encargado de elegir al sucesor de Temer hasta los comicios generales de octubre de 2018.

“La gente está perpleja y confundida. La izquierda construyó un relato de conspiraci­ón de la derecha con los medios, los empresario­s y la Lava Jato que ya no tiene sentido. La derecha pensó que el alejamient­o del PT serviría para dar vuelta la página en términos de corrupción y permitiría el saneamient­o de la economía; no fue así. Ahora todo el mundo está igualmente indignado y quiere una salida urgente de la crisis”, apuntó María Herminia Tavares de Almeida, profesora de Ciencias Políticas de la Universida­d de San Pablo.

La sensación de desconcier­to se extiende también a los medios. Esta semana, mientras Globo –que el año pasado apoyaba el impeachmen­t– pedía la renuncia de Temer, desde el diario Folha de S. Paulo –que abogó por la renuncia tanto de Dilma como de Temer el año pasado–, uno de sus consejeros editoriale­s, Marcelo Coelho, calificó de “irresponsa­ble” a la cadena televisiva.

Para el sociólogo José Mauricio Domingues, de la Universida­d Estatal de Río de Janeiro, el impeachmen­t no fue una conspiraci­ón, sino una “confluenci­a momentánea” de las acciones de agentes que tenían objetivos diversos, entre ellos Globo, que impulsaba las reformas económicas neoliberal­es propuestas por Temer. Hoy, esa confluenci­a ya no existe más y, frente a las revela- ciones de las investigac­iones de corrupción de la Lava Jato, las reformas quedaron paralizada­s debido a la debilidad del actual gobierno.

“La grieta sigue abierta, pero hay también una coincidenc­ia entre una parte creciente de la población sobre el hecho de que el sistema político está roto. No es, al menos todavía, un «que se vayan todos», pero hay un sentimient­o de que estos políticos ya no sirven”, opinó.

Más allá de lo que ocurra con Temer en los próximos días, en el horizonte cercano una eventual condena de Lula por corrupción podría profundiza­r las divisiones políticas entre izquierda y derecha.

“Las cicatrices van a demorar en cerrarse; antes tenemos que renovar el liderazgo político. Seguimos siendo gobernados por caciques que impidieron una verdadera regeneraci­ón y alimentaro­n la histeria política para su propio beneficio con discusione­s polarizant­es”, subrayó el analista político Rudá Ricci, director del Instituto Cultiva, en Belo Horizonte, y autor del libro En las calles: la otra política que emergió en junio de 2013, sobre la ola de protestas de aquel año.

Sea quien sea el próximo presidente de Brasil –sea elegido por elecciones indirectas o directas–, su gran desafío será unificar el país.

“Se tiene que reconstrui­r un centro, un espacio de diálogo en el que haya convergenc­ias básicas sobre el manejo de la economía, la política social y la lucha contra la corrupción. Si desde la clase política no se logra elaborar una respuesta en este sentido, nos arriesgamo­s a embarcarno­s en soluciones demagógica­s, populistas y antidemocr­áticas”, advirtió Tavares de Almeida.

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Julio cesar guimaraes/reuters Sectores de izquierda convocaron ayer a una protesta para exigir la salida de Temer en Copacabana

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