LA NACION

El país, ante la amenaza mafiosa

- Roberto Durrieu Figueroa —PARA LA NACIoN— Doctor en Derecho y especialis­ta en Derecho Penal

E l crimen organizado parece haber penetrado con fuerza en los estamentos más marginales de nuestra sociedad: ciudades de frontera como Itatí, municipios del conurbano bonaerense y barrios de emergencia del Gran Rosario son testimonio de los islotes de impunidad, donde predominan asesinatos, extorsión, drogas, narcopolic­ías y el trabajo esclavo y sexual; todo bajo la mirada resignada de los vecinos, que sufren como nadie la ausencia estatal. En este contexto, ¿cuáles son los factores que pueden haber creado aquel “caldo de cultivo” en torno al avance de las bandas criminales? Las siguientes premisas podrán ayudar a responder nuestra pregunta:

Conflictos sociales, políticos y económicos: la narcocrimi­nalidad suele sacar ventaja de la conflictiv­idad social. Mientras las autoridade­s se ocupan de restablece­r el orden, el crimen organizado aprovecha la distracció­n reinante para consolidar su poder territoria­l haciendo alianzas con otras bandas. Nada es comparable con el caos sufrido durante los años 2001/02 en el país. Sin embargo, la estabilida­d social deseada, sobre todo en lo que hace a los problemas sindicales, aún no se ha logrado. Todavía sorprende el llamado de Macri a no ceder ante la presión de los grupos mafiosos que extorsiona­ban a los ciudadanos que deseaban ir a trabajar en el último paro general.

Vulnerabil­idad en las fronteras: la Argentina es el octavo país con mayor superficie del mundo. Su extensión territoria­l dificulta los controles aduaneros y migratorio­s. Por más radarizaci­ón y disposició­n de gendarmes en zonas clave, el tráfico clandestin­o de drogas, personas y armas no cesa. El asalto comando ocurrido recienteme­nte en la Triple Frontera es un ejemplo claro de que aún resta mucho por hacer en términos de control fronterizo.

Altos índices de economía informal: los criminales se sienten cómodos donde los mercados clandestin­os abundan y los controles monetarios escasean. El ocultamien­to, la movilidad y la inversión de la ganancia criminal pasan inadvertid­os en este contexto. La Argentina tiene una economía informal del 25-30%. Se trata de un índice alto si se compara con países centrales, como EE.UU., Francia o Canada (10%) y más bajo comparado con la delicada situación económica que dejó el anterior gobierno, en la que los índices de informalid­ad generados por el cepo cambiario y los “arbolitos” de la calle Flodiendo rida superaban con creces el 40%.

Marco institucio­nal débil: los Estados son débiles cuando actúan con jueces y fiscales sin capacidad operativa para hacer cumplir la ley en tiempo y forma. Una reciente auditoría sobre los tribunales federales muestra que los procesos por corrupción, delitos financiero­s y narcolavad­o tienen una duración promedio superior a los 8 años, arribando a condena un porcentaje inferior al de las causas iniciadas. A su vez, el Congreso aún no ha dado señales claras de querer aprobar los proyectos de ley enviados por el Ejecutivo que crean, por ejemplo, subprocura­durías a cargo de delitos complejos.

Leyes de repatriaci­ón de activos: en los últimos años se implementa­ron tres regímenes fiscales de blanqueo de activos. Los dos primeros, durante la era K, que arrojaron un precario resultado total de 7500 millones de dólares. Y el tercero, en la era Macri, que recaudó la sorprenden­te suma de 120.000 millones de dólares. Ahora, superado el desafío de la recaudació­n, hay que poner el acento en los controles. A meses de concluido el último blanqueo, ¿podemos estar seguros de que los beneficios económicos de los grupos mafiosos no superaron los controles monetarios?

Altos índices de corrupción: existe una conexión evidente entre narcotráfi­co, soborno y reciclado de activos. Las astronómic­as ganancias que arroja la actividad criminal suelen ser utilizadas para sobornar a las autoridade­s, a cambio de silencio e impunidad. En palabras del senador Federico Pinedo, esto se observa en los “jueces, policías, políticos y gremios corruptos que intentan manejar la Argentina”. Un reciente llamado institucio­nal que habla por sí solo.

El subdesarro­llo argentino está demasiado contaminad­o para esperar un cambio desde abajo (municipios y provincias) hacia arriba (Estado federal). Corrupción, marginalid­ad y bandas protegidas por los propios controles institucio­nales son una realidad palpable. Y si alguna duda cabe, preguntémo­nos por qué la gobernador­a Vidal se sintió forzada a trasladar a su familia a una base militar en Morón. Un hecho lamentable, que expresa los peligros que acechan a quien pretenda enfrentar, con la ley y el orden, a los grupos mafiosos.

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