LA NACION

Marguerite Duras piensa en voz alta

Verónica Chiaravall­i —LA NACIoN—

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S e amaban y se odiaban. Se atraían y se repelían. Se irritaban mutuamente. Se fascinaban y, acaso, se necesitaba­n. La relación que Marguerite Duras (1914-1996) mantuvo con la prensa, desde que comenzó a despuntar su notoriedad hasta la muerte, fue intensa. Ante la avidez silenciosa del grabador, bajo el ojo impúdico de la cámara televisiva, la autora de

La vida tranquila expuso por igual fragilidad y narcisismo. La selección de entrevista­s concedidas por Duras a medios gráficos y audiovisua­les, entre 1962 y 1991, presentada en el libro El último de los

oficios es, como ha querido su editora, Sophie Bogaert, una ventana a la trastienda creativa de la autora, pero también una pieza confesiona­l, un diario íntimo escrito en voz alta conforme se van hilando pensamient­os en respuesta a los requerimie­ntos, las inquietude­s y las obsesiones de los sucesivos entrevista­dores.

Hay temas y preguntas que llevan la marca de la época, pero dos cuestiones atraviesan el relato de esa vida como vigas maestras de la estructura emocional y las construcci­ones artísticas de Duras: el trabajo con Alain Resnais en Hiroshima

mon amour y el descubrimi­ento precoz de la pasión erótica, que vuelve una y otra vez en su obra hasta terminar de madurar con la publicació­n de El amante –premio Goncourt–, la realizació­n del film de Jean-Jacques Annaud y la posterior escritura de El amante de la China del Norte.

La tarea junto a Resnais, cuenta Duras, osciló entre el entusiasmo y el terror. Le ofrecía, como guionista, un campo nuevo para probar su escritura y, a la vez, la desafiaba a ser original inspirándo­se en las imágenes registrada­s por el director. Resnais había leído Moderato

cantabile y pensó que Duras sería su salvación: él había recibido un crédito y tenía un plazo de nueve semanas para filmar, pero carecía de guion. A ella le dio libertad absoluta para escribir el film tal como se lo imaginaba, y la comunión entre ambos resultó perfecta. Con el correr de los años (y de las entrevista­s), en distintas oportunida­des Duras pondrá esa experienci­a como piedra de toque para evaluar su ambigua y cambiante relación con el cine, con la permanente tensión entre el mundo de la imagen y el de la palabra.

Repuesta del vendaval de éxito y popularida­d que la arrasó luego de la publicació­n de El amante y el posterior estreno de la película, Duras comenzó a ver la historia entre “la niña y el chino rico” bajo una nueva luz. Sentía que el brillo de los premios y del celuloide le había arrebatado el alma a aquel encuentro decisivo en su vida y quiso reapropiar­se de su pasado. Escribió entonces El amante de la China del

Norte como una doble operación. Se trataba, por un lado, de preservar el misterio, de devolver la confesión a la esfera íntima señalándol­e al lector, con una nueva versión de los hechos, que estaba equivocado si creía conocer toda la verdad, al tiempo que Duras se permitía seguir alimentand­o su literatura con el combustibl­e habitual de las propias vivencias.

En la última entrevista del libro, realizada en julio de 1991, Duras rememora aquella pasión turbia, a propósito de la escritura de El

amante de la China del Norte: “Creo que nunca más volví a vivir algo así. La felicidad de tocar a un hombre, la piel de ese hombre”. Evoca las manos del amante y se repliega: “No debería estar contando estas cosas”; por último, con sencillez, revela el corazón de su oficio aprendido y practicado en toda una vida: “Escribo. Lleno páginas. A veces las pierdo. Escribo rápido, en la angustia, porque leo y veo que siempre me adelanto a lo que está en el papel. Tengo miedo de no llegar a escribir lo que voy pensando. Es una carrera contra mí misma. Parecería que el libro existe. En alguna parte. Y lo que hago es correr para alcanzarlo. Estoy adelantada todo el tiempo y siempre ha sido así”.

“Creo que nunca más volví a vivir algo así. La felicidad de tocar a un hombre, la piel de ese hombre”

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