La naturaleza de los Jaguares los obliga a reinventarse
El desgaste mental que se evidenció en el equipo en sus casi dos años de existencia sugieren evaluar si no será necesario diversificar la base de jugadores seleccionables de los Pumas
Otra vez, los Jaguares se quedaron demasiado rápido al margen de la carrera por los playoffs. Nuevamente fueron de mayor a menor y atraviesan un letargo que no se explica sin otorgarle preponderancia al factor anímico y mental. Los atenuantes contemplados el año pasado, como el exceso de viajes y la novedad del Super Rugby, pierden peso específico con un año de experiencia. Aún con tres partidos por jugar, esta repetición de errores obliga a revaluar la naturaleza de la franquicia argentina. El objetivo es llegar de la mejor forma a Japón 2019. Con dos años por delante, hay tiempo de encontrar el rumbo, pero el equipo no puede quedar rehén de un sistema si éste no da las respuestas esperadas. Y tampoco puede ser el Mundial un objetivo único, porque en el camino hay mucho en juego. Si quiere ser exitoso en sus metas y funcional al seleccionado, los Jaguares necesitan reinventarse. El ingreso al Super Rugby prometía salvar dos de los obstáculos que entorpecían el progreso de los Pumas: tener a los jugadores bajo un calendario a contramano y practicando estilos de juego disímiles, y carecer de una competencia de nivel para desarrollar jugadores y nutrir al seleccionado. Hasta aquí, quedó en evidencia que la transición post Mundial ha sido más traumática de lo esperado y que los beneficios se vieron opacados por las complicaciones. La decisión de no convocar al seleccionado a aquellos que no participaran del Super Rugby fue una medida que tenía lógica en aquel sentido, pero que también auguraba algunas pesadillas que se materializaron. Peor que la salida de algunos jugadores, con Facundo Isa a la cabeza, es el hecho de depender del desempeño y del humor de un grupo reducido de jugadores. Urge ampliar y diversificar la base seleccionable. El rugby argentino sigue estando en desventaja respecto de las demás potencias. Los rivales del sur se nutren de cinco o seis franquicias, Irlanda y Gales tienen cuatro equipos profesionales, Escocia dos. Ni hablar de Inglaterra y Francia, con poderosísimas ligas locales. Volver a convocar a los “europeos”, hasta por una cuestión de lealtad con los que se quedaron, está fuera de discusión, al menos hasta el Mundial. Lo ideal sería incorporar una segunda franquicia, pero esto no ocurrirá, si es que sucede alguna vez, antes de 2020. Entretanto, una buena estrategia podría ser sumar más jugadores en las demás franquicias, aunque con la reducción de 18 a 15 equipos para 2018, esto se dificulta. Los dirigentes deberán agudizar el ingenio.
La conducción
No es sencilla la tarea del cuerpo técnico de los Jaguares, que debe supeditar el funcionamiento del equipo a las prioridades de los Pumas. Así, está obligado a rotar constantemente jugadores para darles rodaje al mayor número posible y así ampliar la base y no generar un desgaste excesivo. Incluso el planteo táctico, según contó el propio Daniel Hourcade en una entrevista reciente con la nacion, está en función de lo que requiere el seleccionado.
El problema es que no es tan sencillo sacarse la camiseta naranja y ponerse la celeste y blanca. Lo que les sucede a los Jaguares incide directamente sobre los Pumas, como quedó evidenciado en 2016. Por más que el objetivo prioritario no sea conseguir resultados, está claro que la acumulación de derrotas socava la confianza de todo el plantel, vista los colores que vista.
Si los dirigentes optaran por no renovarle a Raúl Pérez el contrato que vence al final de 2017, lo saludable sería que su reemplazante fuera alguien de afuera del sistema. Naturalmente deberá estar alineado a la conducción de Daniel Hourcade, pero resultaría beneficioso tener una mirada distinta que enriquezca la propuesta de juego y mismo la percepción de los jugadores.
El margen de maniobra es exiguo, pero está claro que, por la salud de los Jaguares y los Pumas, algunas cosas tienen que cambiar.