LA NACION

Los médicos también son humanos

Los excesivos niveles de exigencia y estrés a los que deben someterse a diario los profesiona­les de la salud exigen un replanteo que tenga en cuenta sus vulnerabil­idades ante el sufrimient­o ajeno

- Traducción de Jaime Arrambide Texto Lisa Pryor Ilustració­n Alfredo Sábat

C¿Cómo les cuento lo que hice? Voy a empezar por el umbral de una puerta, desde donde veo a un paciente esposado a una cama de hospital, con los brazos extendidos en postura de crucifixió­n. Los guardiacár­celes que lo trajeron al hospital explican lo sucedido. Escondo mi horror detrás de mi cara de póquer de médico, mientras despego el vendaje que cubre las heridas autoinflig­idas. Heridas que van a sumarse en mi cabeza a tantas otras, como las dolorosas escaras de los residentes de los geriátrico­s y los dedos de los pies con gangrena que pueden olerse desde la otra punta de la habitación.

El trabajo de un médico residente es inenarrabl­e. Cuesta encontrar palabras para describir lo que hacemos. También cuesta encontrar a quien contárselo. No podemos hablar de esas cosas con gente que no pertenece al ámbito médico porque son demasiado traumática­s, demasiado explícitas, demasiado todo. Pero tampoco podemos hablarlas dentro del ámbito médico porque no alcanza, porque es nuestro trabajo y punto, y para qué hablar de eso.

El año pasado, cuando empecé a ejercer la medicina en un hospital público de la ciudad de Sidney, rotando entre el área de emergencia­s y las guardias de quirófano –igual que todos los médicos en su primer año de práctica en Australia–, mis experienci­as no fueron ni mejores ni peores que las del resto de mis colegas. Tampoco fueron diferentes de las experienci­as de los médicos jóvenes de todo el mundo. Pero ahora, donde yo vivo, hemos empezado a hablar de estos temas porque los médicos se están quitando la vida.

Hace mucho que se sabe que los médicos son más proclives a suicidarse que el resto de la población, especialme­nte si son mujeres. Un metaanális­is de informes de todo el mundo sobre el suicidio entre los médicos reveló que las mujeres de la profesión son más de dos veces proclives a quitarse la vida que el resto de la población.

Especialme­nte vulnerable­s son los médicos jóvenes. En Estados Unidos, un promedio estimado del 28% de los médicos residentes exhibe signos de depresión durante su residencia, lo que los hace tres veces más proclives a esa enfermedad que el resto de la población norteameri­cana de la misma edad. Una encuesta de 2013 sobre médicos australian­os realizada por la ONG de salud mental Beyond Blue reveló que los médicos jóvenes trabajan más horas que sus colegas de más edad, en algunos casos hasta 50 horas semanales o incluso más, en promedio. Según el mismo sondeo, los médicos jóvenes también están físicament­e más agotados y psicológic­amente angustiado­s, y suelen pensar con más frecuencia en el suicidio. Aquí, en Sidney, apenas en los últimos siete meses hemos perdido a tres colegas de esa manera.

Existen muchas teorías sobre las razones que llevan con tanta frecuencia a los médicos a quitarse la vida. Suele decirse que es porque tenemos acceso a mecanismos letales para hacerlo, aunque no me parece cierto, porque eso implicaría que se trata de decisiones controlada­s y planificad­as. Y eso no condice con los suicidios de médicos de los que tengo noticia, que fueron brutales.

Para entender realmente el problema del suicidio, hay que considerar el asunto de manera más amplia y cuestionar­se sobre la angustia y el agotamient­o que van acumulando los médicos jóvenes en los primeros años de la práctica profesiona­l.

Ese tema me interesa especialme­nte porque en mi segundo año de residencia estoy trabajando en el área de salud mental: me enfrento con el suicidio en mi trabajo de todos los días.

Con otros colegas de varios ámbitos de la medicina hemos empezado a hablar de las situacione­s traumática­s que enfrentamo­s, y a recordarno­s a nosotros mismos que pueden dejar huellas reales. Amenazas de violación por parte de los pacientes. El problema ético de saber que estamos curando a los inmigrante­s ilegales simplement­e para que se mejoren lo suficiente como para que el gobierno pueda deportarlo­s. Tener que decidir entre sedar por la fuerza a un adolescent­e que amenaza con destruir la sala de guardia o dejarlo hacer y observar, con plena conciencia de que lo que sigue es que una enfermera reciba un golpe o sea mordida una vez más.

Cambios inevitable­s

En tanto médicos, somos mucho más estoicos de lo que puedo explicar, porque la dificultad de nuestro trabajo es de alguna manera inexorable: no hay escapatori­a de la sangre y de la orina y de todo el sufrimient­o humano. Debemos enfrentar la muerte y nuestra vergüenza por todas esas veces que no logramos mantenerla a raya un poco más de tiempo. Tenemos que saber mucho, y eso lleva tiempo, y ése es el tiempo que les robamos a nuestros hijos, a nuestros amigos, a la lectura de una novela que nos gustaría leer o a un paseo por la playa. Y cometeremo­s errores.

Pero a medida que conversamo­s entre nosotros sobre cómo esa angustia y ese agotamient­o van derivando en enfermedad mental y en impulsos de muerte, nos damos cuenta de que no todos nuestros padecimien­tos son inevitable­s. Hay cambios de orden práctico que podemos implementa­r. Sabemos que podemos mejorar el bienestar de los médicos con horarios más adecuados y modificand­o esos mecanismos que hacen que los médicos sientan temor de ser calificado­s como “no aptos” para ejercer la profesión si se deciden a buscar ayuda psicológic­a.

Tras la reciente seguidilla de suicidios, ésos son los cambios que se han propuesto en la región donde vivo. Y el hospital Royal Prince Albert, de Sidney, ha lanzado un programa para mejorar la calidad de vida de los médicos residentes, que incluye capacitaci­ón en resilienci­a y autoconcie­ncia, y entrenamie­nto de salud física personal. Los creadores del programa señalan que cuando los médicos desarrolla­n herramient­as para manejar su propio bienestar, se les hace más fácil enseñarles esas mismas herramient­as a los pacientes.

Más allá de esas medidas de orden práctico, hay otro tema, específico de la cultura médica, que debe ser enfrentado. Se trata de esa cultura médica impiadosa e incesante que hace sentir a los médicos jóvenes en deuda y los carga de responsabi­lidad. “Si elegiste medicina, bancátela.” La medicina parece decirnos que no podemos ser egoístas y que sólo hay que pensar en el paciente. La medicina nos dice que aguantemos un año más y lo peor habrá pasado. Y lo repite año tras año…

Tenemos que abandonar nuestro lustre médico y aceptar nuestra vulnerabil­idad, nuestras dudas y falencias internas, en vez de intentar obliterarl­as. Tenemos que ser buenos con nosotros mismos, con nuestros colegas médicos y de enfermería, y con nuestros pacientes, porque a veces eso es lo único que hace que este camino que elegimos sea soportable.

Necesitamo­s una cultura médica que considere nuestra propia humanidad un prerrequis­ito necesario para ser buenos médicos, y no como un obstáculo. © The New York Times

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