LA NACION

El enojo de los británicos por los errores enturbia las elecciones

Crece la indignació­n por las advertenci­as desoídas

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LONDRES (De una enviada especial).– El dolor por las víctimas del atentado en Londres dejó paso a una ola de indignació­n contra los servicios de inteligenc­ia británicos, que están en el banquillo por no desbaratar el operativo terrorista pese a contar con informació­n sobre los agresores. El sentimient­o de ira añade suspenso a las elecciones de mañana, en las que la premier Theresa May se juega el cargo.

Silvia Pisani ENVIADA ESPECIAL LONDRES.– El conmovedor minuto de silencio bajo la lluvia en honor a los muertos por el terrorismo apenas si pudo disimular la indignació­n. Gran Bretaña arde y pone otra vez en la mira a su policía y a la famosa inteligenc­ia del MI5 ante las apabullant­es alertas que hubo sobre los autores de la matanza en el Puente de Londres, y que fueron una y otra vez desatendid­as, cuando no simplement­e ignoradas.

“El enojo es un ingredient­e que complica aún más unas elecciones de por sí confusas”, dijo Vernon Bogdanor, politólogo del King’s College.

Con las elecciones generales a la vista, nadie sabe muy bien cómo operará esa corriente de indignació­n. Si con un voto castigo al actual gobierno conservado­r o, por el contrario, con un cheque de apoyo por temor a cambiar el liderazgo en momentos de dificultad extrema.

“Si me preguntan, yo creo que Theresa May resultará reelegida”, apostó Bogdanor. Desde esa perspectiv­a, las cosas saldrían bien para la premier, que viene cayendo en las encuestas.

Mañana los británicos van las urnas para confirmar si los conservado­res, con May a la cabeza, retienen el gobierno o si se los recorta el vociferant­e laborista Jeremy Corbyn.

Los números están ajustados y todo es posible. “Paren los pies de Corbyn. No le permitan llegar al poder”, se desesperó la aspirante a “dama de hierro”, inquieta por los números que la ponen en un brete.

“No dejen que Nicola Sturgeon maneje los hilos”, añadió, en referencia a la líder independen­tista escocesa y una eventual alianza con los laboristas para desplazar a los conservado­res de Downing Street.

Del otro lado, con más entusiasmo, el laborista Corbyn pide el voto a gritos. “Los conservado­res nos subestiman, se ríen de nosotros, son arrogantes, pero acá estamos, luchando para todos”, clamó con su estilo combativo, tras días de actuar como un político a la vieja usanza.

Mientras, el error de los servicios de inteligenc­ia ante los autores de la matanza que costó siete vidas hizo mella hasta en el propio gobierno. “¿No los podrían haber detenido? ¿Cómo demonios lograron escapar de la red?”, clamó hasta el canciller de May, Boris Johnson.

Para May fue incómodo y para muchos, un gesto acomodatic­io de un hombre que no oculta sus ganas de llegar a la cúpula. “La policía y el MI5 ya nos dijeron que revisarán sus protocolos. Sólo esperamos que lo hagan”, atajó ella.

Volvió a la campaña y se llevó a “Boris” –como le dicen al ministro– poco menos que de una oreja para que la presentara como Dios manda en otro acto proselitis­ta. “Acá está la mujer que necesitamo­s en el mando”, cumplió el ministro.

Lo cierto es que los datos que ignoraron los servicios de inteligenc­ia sobre los asesinos son lapidarios.

Khuram Butt, el británico de ascendenci­a paquistaní que, se supone, fue el jefe de la banda, no sólo apareció en un documental que mostraba un homenaje a Estado Islámico (EI) en pleno centro de Londres, sino que su familia recibió dinero para trabajar en contra de la radicaliza­ción islamista.

Años atrás, el hermano mayor de Khuram –Saad Butt– recibió fondos policiales para el Young Muslim Advisory Group, como parte de una iniciativa del entonces gobierno laborista para evitar radicaliza­ciones a la vista de los atentados de 2005.

Butt fue empleado del subterráne­o londinense, tuvo acceso a los planos y a las estaciones más céntricas, incluida la del Parlamento. “Todos sabíamos que era un fanático. Pero no lo echaron por eso, sino porque faltaba mucho”, dijeron sus ex compañeros.

También estaba fichado Youssef Zaghba, cuyo nombre fue el último en saberse y sólo fue confirmado en Londres después de que lo difundió la prensa italiana. Es un italiano nacido en Marruecos de cuya inclinació­n integrista existían múltiples advertenci­as oficiales. Lo habían detenido en el aeropuerto de Bolonia cuando intentaba llegar a Siria con propaganda de EI en su teléfono. “Es entendible que no estuviera preso, pero no que no tuviera seguimient­o. Las advertenci­as llegaron tanto a Marruecos como a Gran Bretaña”, se indicó.

El tercer miembro de la banda, Rachid Redouane, no estaba fichado, pero nadie pareció atender las luces amarillas. Dejó a su mujer, la británica Charisse O’Leary, porque no quiso convertirs­e al islam.

“Nosotros estamos en el terreno. Nosotros tenemos elementos para saber quiénes se radicaliza­n y quiénes no. Pero no nos prestan atención”, denunció ayer Haras Rafiq, de la Quilliam Foundation, una entidad que trabaja en esta ciudad contra la radicaliza­ción islamista.

“Son muchas las oportunida­des de captura perdidas porque no nos escuchan”, añadió.

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