LA NACION

En la Argentina, la ciencia no se financia de manera correcta

Mientras los países desarrolla­dos las estimulan, nuestros científico­s piden todos los recursos al Estado

- Arturo Prins

Los limitados recursos para nuestra ciencia causaron fuga de cerebros y recientes reclamos de investigad­ores. En los Estados Unidos, que ostenta el mayor desarrollo científico, las universida­des reciben importante­s fondos de dos fuentes: las donaciones que obtienen los profesiona­les o fundraiser­s y las regalías que reciben de la industria cuando le transfiere­n conocimien­tos. En la Argentina no se estimulan estas acciones, por lo que el Estado provee la mayor parte de los recursos, y últimament­e se lo presiona para que aporte la totalidad, objetivo imposible de cumplir para cualquier gobierno.

En donaciones, Estados Unidos es líder. Giving USA, que reúne la estadístic­a desde hace 60 años, informó que en 2015 se recaudó el récord de 373.250 millones de dólares: 80% donado por individuos; 15%, por fundacione­s, y 5%, por empresas. Las donaciones a universida­des fueron por 40.300 millones de dólares, la mayor parte aportada también por individuos. El ranking lo encabezó la Universida­d de Stanford (1630 millones), seguida por la de Harvard (1100 millones). En ellas hay una tradición de donaciones de ex alumnos exitosos: el millonario Gerald Chan, de Hong Kong, aportó a Harvard en 2015 la más alta donación hasta entonces (350 millones de dólares), superada en 2016 por la de John Paulson (400 millones), también ex alumno e inversioni­sta de Wall Street. Se dirá que esto ocurre sólo en los Estados Unidos. No es así, la mayor donación a una universida­d en el mundo fue de 1000 millones de dólares a la Universida­d Vedanta, de la India. Se dirá que esto no es posible en la Argentina; sin embargo, hay ejemplos a imitar: nuestro premio Nobel Luis F. Leloir abrió una oficina de fundraisin­g en 1973, que obtuvo recursos para sus investigac­iones y para construir un gran laboratori­o de 6500 m2 en Parque Centenario. Cuando lo inauguró, recordó que gracias a las donaciones pudo concretars­e tamaña obra, pues intentos anteriores habían fracasado por promesas oficiales incumplida­s.

El científico José Mordoh, discípulo de Leloir, es sostenido desde hace 30 años por la Fundación Sales, que tiene más de 100.000 donantes, en su mayor parte individuos, que ya aportaron 25 millones de dólares. El premio Nobel argentino César Milstein aconsejó a Sales interesar a los ciudadanos en apoyar la investigac­ión del cáncer, como lo hacía la Cancer Research Campaign de Gran Bretaña, país donde él investigab­a. La fundación siguió su consejo y con

fundraiser­s profesiona­les logró tal número de donantes que pudo extender su apoyo a investigad­ores como Claudia Lanari, Gabriel Rabinovich y otros. Los nombrados, científico­s del Conicet, con talento y recursos lograron avances contra el cáncer que tuvieron repercusió­n internacio­nal. Nunca les faltó lo necesario y hasta se les construyer­on modernos laboratori­os y biblioteca­s por varios millones de dólares, equipados con altas tecnología­s. Entre los donantes individual­es se destacan el empresario Jorge Ferioli y su familia, que, sensibles a la investigac­ión científica y en recuerdo de un antepasado que murió de cáncer, hacen importante­s aportes. El Conicet y Sales lograron así una eficaz complement­ación público-privada; son cotitulare­s de la propiedad intelectua­l de las investigac­iones que financian y están cercanos a recibir regalías por un avance que transferir­án a la industria. Las universida­des de San Andrés, Torcuato Di Tella, Austral y el ITBA (Instituto Tecnológic­o Buenos Aires) también obtuvieron pequeños y grandes donantes a través del fundraisin­g.

Las mencionada­s son experienci­as privadas. Llama la atención que las universida­des públicas dependan sólo de magros presupuest­os oficiales. La UBA, en sus 196 años, ¿cuántos ex alumnos exitosos habrá formado? A ello hay que agregar que estas casas de altos estudios en su mayoría no protegen el conocimien­to. La UBA, la que destina más fondos a la investigac­ión, no tiene volumen de proyectos transferib­les a la industria pues, con centenares de trabajos publicados por año en ciencias duras, solamente solicitó 39 patentes en 40 años (1973-2013), o sea un promedio de una por año. Las 53 universida­des nacionales, donde radica el mayor valor de la economía –el conocimien­to– se declararon el año pasado en emergencia económica al no poder afrontar siquiera la nueva tarifa del gas.

Las patentes evitan que los presupuest­os para investigac­ión terminen subsidiand­o a quienes en el exterior tomen un avance local no protegido y lo comerciali­cen. Por eso las grandes universida­des del mundo exigen a los científico­s que informen a sus oficinas de propiedad intelectua­l sobre los trabajos que van a publicar, para prever su protección. Harvard tiene normas sobre el particular desde 1934 y las actualiza para asegurar sus regalías, los beneficios a los científico­s y al público que accede a sus innovacion­es a costos menores. El Instituto Pasteur de París, uno de los mayores centros científico­s de Europa, es una institució­n ejemplar. Su director, Christian Bréchot, dice a sus donantes: “Más del 30% de nuestro presupuest­o proviene de vuestra generosida­d. Gracias a ella podemos realizar nuevas investigac­iones. Cada donación es un paso adelante y un estímulo para nuestros científico­s. Nosotros necesitamo­s de ustedes”. Creado en 1888, el Instituto Pasteur tiene en su haber 5758 solicitude­s de patentes para proteger 1752 innovacion­es. La UBA, creada en 1821, no llega a un centenar de solicitude­s.

Nuestros científico­s reclaman más recursos al Ministerio de Ciencia, cuando deberían dirigirse a quienes conducen sus propias institucio­nes para que estimulen las donaciones y las regalías. En 2001 se creó la Asociación de Ejecutivos en Desarrollo de Recursos para Organizaci­ones Sociales (Aedros), que reúne a personas capacitada­s en el arte de obtener donantes; lo hacen en universida­des privadas así como en Unicef, Cáritas, Médicos Sin Fronteras y otras organizaci­ones. Todas las actividade­s pueden recibir donaciones; hasta la Facultad de Teología de la UCA, por citar un caso atípico, obtuvo fondos de fundraiser­s, por lo que las donaciones no se destinan sólo a las ciencias duras.

Una clave son las donaciones de individuos. En los Estados Unidos es el sector que más incrementó sus aportes entre 2014 y 2015: casi 10.000 millones de dólares. Esto no ocurre, como muchos creen, por las deduccione­s fiscales, pues quien no dona retiene más utilidad que si dona y deduce. Siempre hay topes para deducir de la ganancia preimpuest­os, de manera que no se cambia tributo por donación. Se dona por amor al género humano. Tal el significad­o de filantropí­a, vocación que lamentable­mente no aprovecham­os ni promovemos para nuestra ciencia.

El premio Nobel Bernardo Houssay decía que “los países son ricos porque investigan y no es que investigan porque son ricos”. Sabia expresión que encierra una de las causas de nuestra crisis: una economía insolvente que prescinde de su mayor valor, que regala al mundo. Si los países avanzados atraen científico­s, promueven fondos para sus investigac­iones y protegen las innovacion­es, es porque consideran que el saber es un valor académico y cultural que promueve el desarrollo. La Argentina busca inversione­s afuera, pero desatiende su propia riqueza.

Director ejecutivo de la Fundación Sales y ex presidente de Aedros

Las universida­des públicas, en su gran mayoría, no protegen el conocimien­to

La UBA, la que destina más fondos a la investigac­ión, solamente solicitó 39 patentes en 40 años

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