En deuda con Pochat
Pocos días atrás, desde estas columnas, hacíamos referencia a la falta de reconocimiento social hacia aquellos funcionarios públicos que denuncian abusos del poder político arriesgando su estabilidad laboral y, en algunos casos, su vida. Cerramos aquel editorial con una cita de Edmund Burke: “Para que triunfe el mal sólo es necesario que los buenos no hagan nada”. El planteo, entonces, pasa por responder a la siguiente pregunta: ¿qué pueden hacer los buenos?
Una respuesta la podemos encontrar recordando a un bueno que dejó la vida investigando hechos de corrupción. Se trata del abogado auditor de la Anses Alfredo Pochat, asesinado el 4 de junio de 1997 en Mar del Plata, cuando se aprestaba a brindar una conferencia de prensa para denunciar por corrupción a la titular de la delegación local. Un rato antes, el esposo de la denunciada le pidió una reunión a Pochat y, cuando lo tuvo enfrente, le disparó tres tiros, acabando con su vida.
Veinte años después, podemos extraer algunas enseñanzas que dejaron el inercial paso del tiempo y el aprendizaje generado a partir de la indiferencia de la sociedad.
La enseñanza no buscada, aquella que deriva del asesinato, puede plantearse de la siguiente manera: en contextos de corrupción estructural, la convicción y el compromiso individual por combatirla se pagan con la muerte. Pochat fue asesinado porque el victimario sabía que detrás de Pochat no había otro Pochat y con la muerte del investigador se daba muerte a la investigación. Efectivamente, ni la Anses ni la Justicia continuaron con la pesquisa por la cual Pochat fue ultimado. El Estado sólo actuó para negar la indemnización que reclamó su viuda para poder educar a sus hijos. La corrupción estructural requiere ser combatida desde organizaciones institucionales consolidadas, donde el respaldo de los investigadores sea una justicia dedicada a terminar con los procesos y encontrar las pruebas para que los corruptos sean condenados. El único chaleco antibalas que protege a los buenos para que no callen.
La enseñanza que dejó el crimen de Pochat puede resumirse en cómo la corporación política se apropia de la desgracia ajena para transformarla en rédito propio. Mientras el caso se mantuvo en los medios de comunicación, en parte debido a una campaña de la Fundación Poder Ciudadano, la Legislatura porteña sancionó una ley que declaró el 4 de junio Día de la Lucha contra la Corrupción en memoria de Pochat. Sin embargo, ninguno de los gobiernos de la ciudad –incluyendo el de Aníbal Ibarra, quien había intervenido en la sanción de la norma como legislador– convirtió a esa ley en acción alguna para honrar la vida del abogado asesinado. De esta manera, una norma que podría haber mantenido en la memoria colectiva la convicción y el compromiso asumidos por Pochat, generando iniciativas concretas de promoción de una cultura de transparencia, quedó reducida a demagogia legislativa.
Por último, el único aprendizaje que dejan estos veinte años sin Pochat se encuentra en que su vida se malogró dos veces: la primera, con el crimen; la segunda, con el olvido. La primera es irremediable. La segunda puede ser revertida si la sociedad asume que lo sucedido puede despertar acciones colectivas para luchar contra la corrupción, abandonando la lógica del “roban pero hacen”, porque lo que hacen quienes roban es crear condiciones para que la impunidad proteja a las asociaciones ilícitas y al crimen organizado, y para que el olvido convierta en estéril la lucha contra los corruptos. Ideales e ideologías con valores son ideales e ideologías; ideales e ideologías sin valores equivalen a corrupción. Lo que pueden hacer los buenos es honrar la memoria de Pochat promoviendo sus valores para hacerlos colectivos. De lo contrario, se impondrá el mal y sólo restará expresar: perdón Pochat.