El costado humano del capitán de la Davis
El capitán de la Davis y su perfil menos conocido: qué le molesta, las virtudes y los defectos de la sociedad argentina, la paz interior en las iglesias y su vivencia en el Sagrado Corazón
PARÍS.– Cuando se juegue la final de Roland Garros, el próximo domingo, Daniel Orsanic cumplirá 49 años. Ya estará en familia, con María Fernanda, su esposa, y sus hijos, Guadalupe (13 años) y Baltasar (8); sus padres Branko y María Carolina, más sus hermanos Iván y Mariana, celebrando el Día del Padre. Sus últimas horas en París le dieron una emoción más: la premiación en la Fiesta de los Campeones, que se realizó anoche en la zona de la Opera, para galardonar a los campeones de 2016. ¡Qué mejor que él, el timonel del barco que quebró un embrujo de toda una vida: la Copa Davis!
Hombre mesurado, criterioso, de bajo perfil y distante de entrar en polémicas, a Orsanic le encanta la docencia, las buenas formas. El respeto. Todo lo ha trasladado a su grupo de trabajo, al día a día. Lógicamente, en los últimos tiempos ha hablado mucho de tenis. Pero, ¿cómo es el otro Orsanic, el otro capitán? A conocerlo entonces… –¿Qué cosas te molestan?
–La injusticia, la falta de respeto, la falta de ética.
– La profesión te permite viajar mucho, conocer otras culturas. ¿Son muy distintos a nosotros en ese sentido? –A ver, la gente en distintos lugares del mundo, incluido nuestro país, tiene ética o es respetuosa, o directamente no la tiene o no lo es. Lo encontrás en todos lados. En la Argentina hay muchísima gente que es respetuosa, educada, que trabaja con ética, es justa, busca el bien común. Y esa es la gente con la que yo me siento identificado y para la que trabajo. –Sos de defender los valores de la sociedad. ¿Es algo que adquiriste a nivel familiar, lo viste en otros deportes y lo volcaste al tenis? ¿De dónde te surgió? –Primero de mi familia, claro. Todos nos educamos de arranque en nuestras casas, después en el colegio y más tarde con la experiencia personal que cada uno tiene. Siempre me gustó el buen trato, la cordialidad, la buena educación. Lo experimento en cualquier lugar de la Argentina y siento placer cuando eso ocurre y también en el mundo. Me genera mucho placer la buena relación con las demás personas sin importar la nacionalidad que tengan. Todo ha comenzado en mi casa. –¿Qué es lo mejor que tiene la Argentina?
–En lo que es deporte, hemos conseguido destacarnos en muchos deportes, tener grandes referentes. Con la obtención de la Copa Davis, es uno de los países que ha ganado todos los mundiales en las principales disciplinas. Eso es una muestra de la capacidad que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Me gusta mucho lo familieros que somos, lo abierto que somos, lo fáciles que generamos relaciones de amistad. Quizás en otras culturas no se ve tanto. Vemos culturas muy educadas, pero les resulta mucho más difícil generar lazos de amistad. Somos buenos anfitriones también. –¿Y qué te choca de la Argentina?
–En Buenos Aires, como en cualquier ciudad grande del mundo, me choca el apuro con el que la gente vive, el maltrato que a veces se puede ver en la calle, no me gusta cuando hay faltas de respeto. Responde a ese apuro, a ese estrés que se vive en una ciudad grande. Otra cosa que me choca es que cualquiera opina de cualquier tema. Y en general todos no tenemos los argumentos generales para hacerlo. Me gusta más cuando cada uno habla de lo suyo, con propiedad, con autoridad. –Venís haciendo zapping en tu casa. ¿Dónde parás?
–En deportes. Cualquiera. Sin dudas que los que más me gusta mirar son el tenis y el fútbol, pero lo que más me atrae es observar las posturas de los atletas, cómo se comportan en cada situación, me encanta prestarles atención a esos detalles. Después, obvio, alguna noticia, pero eso dura poco porque en general siempre se le da más relevancia a las noticias malas. –Más deportes que películas entonces
–No, películas también. Pero con una película no me voy a enganchar haciendo zapping. Hoy vos ves la película que querés a la hora que te da la gana. –¿Qué cosas te sensibilizan más? –Me emociono muy fácil con las cosas simples de la vida. El buen trato, si veo que una persona ayuda a otra en la calle o que una es amable con otra. También el recordar buenos momentos o buenas acciones de la gente. Historias en las cuales la gente ha hecho diferencia para bien. Cuando era más chico, con las películas me frenaba de emocionarme. Y hoy por hoy, cuanto más me emociono, más la disfruto. –¿Cuál recordás en particular?
–Me gustan las basadas en hechos reales, los documentales. También las de acción, pero en esas no me emociono (risas). –De todos los lugares que conociste, ¿cuál te marcó? ¿O qué de una ciudad?
–Siempre me sorprenden los países en los que aparentemente está todo en orden, bien. Donde la gente tiene un nivel de vida decente, respetable y se vive tranquilo en cuanto a la seguridad. Me genera una sana envidia.
Me alegro por esa gente, por ese pueblo. Que por ahí no tiene cosas tan buenas como nosotros a nivel humano, quizá son más fríos, más solitarios. Pero tienen todo lo material al alcance de la mano. Mismo las chances de desarrollarse. Eso me shockea bastante. Me gustaría que sea así en nuestro país. Cuando veo a la gente mayor en ciertos países que tiene la posibilidad de viajar, de disfrutar esa etapa de la vida, me molesta que nuestra gente mayor, salvo excepciones, en general la tiene que seguir luchando. No pueden disfrutar de sus familias, de sus nietos, como merecería. Ni tiene la chance económica de recorrer el mundo o bien de darse gustos simples, como ir al cine. Porque no tienen dinero para hacerlo. O para poder comprarse remedios. –¿Sos creyente?
–Sí, cristiano. –¿Mucho?
–Cada vez que entro en una iglesia siento una paz muy grande. Acá fuimos al Sagrado Corazón y cuando entré sentí una paz enorme. Como que toda la urgencia del mundo había quedado afuera. No me quería ir. Estuve un rato largo y me podía haber quedado horas ahí adentro. Pensé muchas cosas, recé mucho. No soy de ir asiduamente a misa. Lo disfruto, me gusta. A veces las cosas menos importantes provocan que uno pase de largo. Pero sí, creo. –La tecnología nos transformó. ¿Te gusta o asusta?
–Me gusta la posibilidad que tenemos de estar conectados con tanta gente a la vez, pudiendo trabajar en distintos lugares, atendiendo varios temas al mismo tiempo. Y por otro lado hay una necesidad muy grande de nuestra generación a adaptarse a cómo van creciendo nuestros chicos. La tecnología tiene una parte que es muy buena y otra que es difícil de entender. A nosotros nos da la sensación de que los chicos no valoran tanto las cosas. Un ejemplo muy simple es que antes íbamos a los juegos electrónicos y teníamos 10 fichas para jugar. ¡Y las valorabas a muerte porque se te acababan y tenías que quedarte mirando a otro como jugaba! Hoy todos esos juegos, y muchos otros todavía mejores, los tienen en el teléfono, y pierden y aprietan play de nuevo, y juegan, y juegan y juegan. Y así se perdió la valoración de lo que era una ficha o el juego en sí. Si uno pudiera ponerle un crédito a ese teléfono para que juegue 10 veces y nada más, creo que recrearíamos ese mismo sentimiento. Los chicos no tienen la culpa, crecen con otras herramientas. Todo avance es positivo, está en nosotros adaptarnos. Los grandes también nos quedamos adentro del teléfono más tiempo del que necesitamos. Más que criticar, hay que adaptarse. –Lograste como capitán la Copa Davis, algo que nadie había conseguido. ¿Qué te falta hacer en la vida?
–Fue un logro único y me llena de orgullo, pero lo importante es el trabajo del día a día, lo que uno puede generar, ofrecer, ayudar, en este caso a los chicos en su crecimiento y a los profesionales en su etapa por el circuito. El logro me dio la certeza de que es un buen camino. No el único, pero sí que está bien. Entonces a uno le da mucha energía. Siempre he confiado en lo que hacía. Lo que me falta se va viendo en el día a día. Ser lo mejor posible hoy y planificar para mañana y lo que viene. Pensar en lo que uno hace, qué puede aportar, que todavía es mucho. Tengo ilusión de seguir haciéndolo. Una vez le dije a un tenista español que veía ganando todo sobre polvo de ladrillo: “¡Qué bien todo lo que estás haciendo!”. La respuesta fue: “Sí, muy lindo, pero eso ya es historia”. No estoy pensando en el logro, sino en lo que viene, lo que tengo que hacer y en mi responsabilidad en el día a día.