LA NACION

Cuatro secretos de Del Potro que ahora salen a la luz

“El Milagro Del Potro”, de Sebastián Torok, periodista de la nacion, ya está a la venta

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La historia de la resurrecci­ón deportiva de Juan Martín Del Potro merecía un viaje profundo a sus emociones. Eso es lo que logró Sebastián Torok, redactor de la nacion, buceando en su intimidad y dialogando con los personajes que más influyeron en su campaña, en casi 70 entrevista­s. El Milagro Del Potro, de Ediciones B, es el resultado, del que se extractaro­n los siguientes episodios:

Por qué no ganó Roland Garros

Nunca lo expresó públicamen­te. Jamás. Incluso, tampoco se lo dijo a Del Potro. Pero a Davin siempre le quedó la amarga sensación de que en Roland Garros 2009 el tandilense se conformó con llegar a las semifinale­s. “Nunca lo hablé con nadie, ni con Juan. Hay partidos en los que uno dice: ‘Bueno, ya está bien’. Y ese partido con Federer lo podría haber ganado tranquilam­ente (el argentino cayó por 3-6, 7-6 [2], 2-6, 6-1 y 6-4). Sintió la presión de que todo el mundo quería que ganara Federer para que tuviera, de una vez por todas, un título de Roland Garros. Iba a quedar como el malo de la película. Encima, después iba a tener toda la responsabi­lidad de ganar una final muy complicada, porque Robin Soderling era difícil (el sueco había eliminado a Rafael Nadal en los octavos de final). Estoy seguro de que sintió eso; seguro”, reafirma el entrenador. Sin embargo, pocos meses después, sobre la superficie dura de Nueva York, la sensación fue totalmente opuesta. “Le veía la cabeza y la mirada de campeón”, resalta el ex capitán de Copa Davis.

El escape de Prison Break

Del Potro era reticente a ver series de TV y a veces las horas libres se convertían en momentos tediosos. Adoraba Nueva York, pero estaba claro que durante la competenci­a en Flushing Meadows no saldría a caminar ni a visitar sitios turísticos. Consciente de esta situación, Davin, fanático de Prison Break, la serie que transcurre en la ficticia Penitencia­ría Estatal Fox River, compró la primera temporada y se la regaló a Juan Martín. La estrategia, después de algunos intentos nulos, surtió tal efecto que se transformó en una suerte de sana adicción para el tandilense. Empezó a ver capítulo tras capítulo, sin parar. “Llegábamos al hotel después de entrenar o de jugar y Juan me decía: ‘Mirá que me quedan solo uno o dos capítulos, eh’. Entonces yo salía corriendo por la Quinta Avenida para tratar de comprar las otras temporadas. Después, ya me empecé a preocupar con que se quedara despierto de madrugada, porque esas series son tan adictivas que te las querés comer en un día”, sonríe Davin.

Llantos en la noche

Juan Martín, con 14-15 años, extrañaba muchísimo a su familia cada vez que viajaba. Pero sufría realmente, incluso estando acompañado por el Negro Gómez, una suerte de segundo padre: “Una vez nos prestaron un alojamient­o en un pueblito que si tenía 500 habitantes era mucho. Cividino, se llamaba. Ugo Colombini, que era el manager de Juan, nos consiguió hacer base allí para luego recorrer Italia. Caímos en un departamen­to que era depresivo, sin ventanas, oscuro... Llegamos de noche; había una iglesia, la municipali­dad, un supermerca­do, una pizzería y solo un teléfono, que encima no andaba. Había que comprar una tarjeta para usar el teléfono, había que marcar 200 números y después se cortaba. ¡Una porquería! Vamos a comprar para comer y estaba todo cerrado. Volvimos al departamen­to y solo había un paquete de fideos; calenté agua en una olla y los comimos sin salsa, sin sal, sin manteca, sin nada. Nos acostamos a dormir y Juan se largó a llorar, a llorar mal. Yo estaba en la cama de al lado y le decía: ‘Bueno Juan, quedate tranquilo, mañana vamos a hablar con tu papá, si vemos que la pasamos mal nos volvemos’. Mentira: teníamos pasaje para seis semanas más tarde”.

El mejor lanzando piedras

Mientras atravesaba esa etapa de formación, Del Potro se sometió a algunos exámenes de resistenci­a y capacidad atlética con Horacio Anselmi, quien más tarde, en 2006, sería su preparador físico oficial cuando Infantino se convirtió en el entrenador del tenista. Anselmi tenía una costumbre con aquellos deportista­s jóvenes que evaluaba: hacerlos arrojar piedras. “Era una herramient­a que yo utilizaba —dice el preparador físico. Y obviamente, Juan Martín las mandó a la loma del demonio. Esa es una caracterís­tica de los grandes deportista­s. Me acuerdo haberle comentado que a mí me gustaba pescar y que segurament­e él tiraría la plomada muy lejos. Aquellas piedras las tiró un 50 por ciento más lejos que el resto. Eso me marcaba su habilidad coordinati­va y su potencia. Cuando alguien es bueno lanzando piedras, como deportista es un cheque al portador...”.

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