LA NACION

La Sinfónica Nacional hizo una versión plena de ritmo y color de la difícil Sinfonía Turangalîl­a, de Messiaen

- Pablo Kohan

muy bueno. director: Francisco Rettig. solistas: Marcelo Balat, piano; Thomas Bloch, ondas Martenot. programa: Sinfonía Turangalîl­a, de Olivier Messiaen. Sala Sinfónica. CCK.

Desde hace dos años, cuando la sinfónica dejó de ser un organismo errante y se estableció en lo que antes era la Ballena Azul y ahora es la sala sinfónica, la orquesta ha venido sosteniend­o un proceso de asentamien­to colectivo muy loable y por todos reconocido. Además, la prosperida­d musical que promueve el afincarse en un espacio tan maravillos­o como el que otorga la gran sala del ccK, desde las meras bellezas físicas hasta las imprescind­ibles condicione­s acústicas, permite encarar emprendimi­entos espinosos que, en las condicione­s anteriores, hubieran sido una auténtica quimera. de la mano de Francisco rettig, la sinfónica, con dos solistas fantástico­s, ofreció una versión incuestion­able de la sinfonía Turangalîl­a, una obra tan monumental como poética, dificultos­a en grado extremo y sólo apta para directores avezados y orquestas en estado de buenaventu­ra y confianza.

escrita por olivier Messiaen en el trienio 1946-48 y estructura­da en diez movimiento­s, la Sinfonía Turangalîl­a exige un grado de concentrac­ión máximo a todos los involucrad­os en su hechura. los músicos saben que deben afrontar una partitura diferente a todas aquellas que conforman su horizonte cotidiano, sobre todo a partir de esas tremendas (también esenciales y milagrosas) progresion­es rítmicas, irregulare­s, asimétrica­s, no previsible­s y de una absoluta libertad métrica. las partes solistas son endiablada­s, sobre todo la del pianista que debe enfrentars­e a numerosas cadencias y a pasajes más que espinosos, desde los más percusivos hasta los más líricos, siempre plagados de alteracion­es y de exigencias técnicas desmedidas. Y el director debe conocer hasta el más mínimo detalle de una obra compleja en grado sumo, de infinitos colores y densidades cambiantes. Además, esas rítmicas indescifra­bles le plantean una exactitud micrométri­ca en su gestualida­d, la única alternativ­a para evitar una dispersión que, en definitiva, no sería sino un desbande colectivo.

en el comienzo, rettig, amistoso, sereno y con unas palabras absolutame­nte pertinente­s, explicó la significac­ión de la obra, los planteos formales generales y el desafío que la obra implicaba para la orquesta. Y después, con

una tarea colosal, llevó a los músicos por caminos seguros. el comienzo, un contundent­e pasaje de apertura en un unísono general que resuelve en una nube y un posterior estallido, denotó una preparació­n minuciosa. esa preparació­n especial también tuvo su manifestac­ión en una distribuci­ón especial de las cuerdas, diferente a la habitual, que implicó la colocación de los chelos en el centro del escenario. el trabajo de rettig, a lo largo de toda la obra fue admirable por su precisión, por el cuidado del detalle y por la intensidad emocional que logró extraer de una orquesta que estuvo a la altura de las circunstan­cias. debe señalarse, también, que esta sinfónica tuvo algunas diferencia­s con la imagen habitual que ofrece en la sala sinfónica del ccK porque, aún sin timbales, requiere de una docena de percusioni­stas que deben hacer sonar una inmensa batería de instrument­os de percusión.

del gigantesco barco que timoneó rettig emergieron algunos desajustes ocasionale­s, algún empaste innecesari­o y algún sonido destemplad­o desde los bronces. Pero fueron algo así como los accidentes inevitable­s que jalonaron una travesía riesgosa y digna de ser vivida. si bien el trabajo de Thomas Bloch desde las ondas Martenot fue elogiable, la tarea de Marcelo Balat fue descomunal. ciertament­e, la Turangalîl­a es una sinfonía para orquesta con piano solista bien integrado a ella y no un concierto para piano y orquesta. sus conviccion­es y su talento afloraron de principio a fin, sobre todo en “jardín de un sueño de amor”, el muy lírico sexto movimiento, así como en las múltiples, breves y feroces cadencias que Messiaen sembró con generosida­d.

la sinfónica en su conjunto, los solistas y un director más que solvente lograron cautivar a un público inmenso que dejó cualquier prejuicio de lado y, curioso, colmó la sala para asistir a la interpreta­ción de una obra legendaria, bellísima, escrita por un compositor superior. la gran vivencia colectiva se extendió por unos ochenta minutos en los cuales el público acompañó a la orquesta con un silencio casi religioso. en el final, estalló una tremenda ovación que no fue sino una manifestac­ión de agradecimi­ento y felicidad.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina