LA NACION

Se renueva el contrato tácito entre Macri y Cristina

- Carlos Pagni

E n 2011, cuando consiguió la reelección porteña, Mauricio Macri recibió una felicitaci­ón telefónica. Era Cristina Kirchner, quien, además de agasajarlo, como de costumbre, le explicaba: “Mauricio, de aquí para adelante sólo quedamos vos y yo”. Ese contrato tácito, en general incómodo, promete renovarse. Sobre todo, si la ex presidenta corrobora la profecía de sus seguidores y se postula para una senaduría bonaerense.

Al mantener su vigencia, la señora de Kirchner auxilia a Macri frente a su principal problema. Los resultados de su política económica todavía no son todo lo estimulant­es que haría falta para que él pueda pedir el voto como un premio por su administra­ción. El Gobierno puede exhibir algunos méritos. La reactivaci­ón se viene acentuando trimestre contra trimestre.

Esa mejora ha permitido que, entre agosto pasado y hoy, se hayan recuperado unos 120.000 puestos de trabajo. La misma cantidad que se había destruido entre enero y agosto del año pasado. Según el Estimador Mensual de Actividad Económica, los sectores más dinámicos son la pesca, la construcci­ón, la energía, el negocio bancario y el inmobiliar­io. La industria manufactur­era creció en marzo 2,5%: en ese mes no se registraba un número similar desde 2013. La gran conquista, sin embargo, es el descenso de la inflación. En el Banco Central apuestan a que el índice de mayo sería 1,5%; el de junio, 1,2%, y en julio, tal vez, 1%. Macri comenzó a decir “la inflación es asunto mío” porque pensaba llevar a las elecciones este trofeo. Está cerca de lograrlo.

Este panorama excluye las euforias. La instrucció­n que emite la Jefatura de Gabinete desde su panóptico para los voceros del Gobierno es no cantar victoria. Cualquier mensaje sobre la vida material debe ir acompañado de un empático “sabemos que hay muchos argentinos que todavía la están pasando mal”. Los vaticinios medidos en semestres deben ser reemplazad­os por “20 años de estabilida­d”. La máxima excitación estará dada porque “cada día estaremos un poco mejor”. Leídas con la parsimonia monacal de Marcos Peña, estas consignas pueden ser narcóticas. Ni revolución productiva ni vamos por todo. El gradualism­o es, también, emocional.

La moderación se alimenta en las encuestas. En una de Isonomía, 38% de los consultado­s cree que el país está peor que el año pasado; 33% cree que está igual, y 29%, que está mejor. Sobre la situación personal, 49% cree que está igual; 38%, peor, y 13%, mejor. La falta de resultados se debería, para un 47%, a que Macri necesita tiempo; 34% cree que nunca logrará el éxito. Y sólo 18% se declara satisfecho. Visto con ojos económicos, el presente sigue siendo problemáti­co.

El principal activo del oficialism­o sigue siendo el que le permitió llegar al poder: la política. Se refleja en las expectativ­as. Según el mismo sondeo, el 58% cree que en un año el país estará mejor; el 24% cree que estará peor, y el 14%, igual. Quiere decir que, a pesar de que el día a día sigue siendo trabajoso, la mayoría confía en que los sacrificio­s tendrán su recompensa.

Los políticos son proclives a organizar sus narracione­s con categorías subliminal­es que suministra la religión. Néstor Kirchner murió para que renazca la política. A Macri le toca aún ser un líder del desierto. Quienes lo siguen valoran que los haya sacado del cautiverio; no que los haya hecho ver la tierra prometida.

Este pacto del Gobierno con quienes lo sostienen llega a extremos sorprenden­tes. Según el mismo estudio, un 43% de los consultado­s votaría a los candidatos de Cambiemos aunque la situación material no mejorara. Un 46% no lo haría. Se podría inferir que Macri es el depositari­o de un mandato de regeneraci­ón político-institucio­nal capaz de disimular la mediocrida­d de la economía. Consigue el voto por diferencia­ción con el estilo autoritari­o del kirchneris­mo. Y, sobre todo, con su imagen de corrupción. Un activo que se transforma, ante el menor desliz, en un riesgo.

Cristina Kirchner ayuda muchísimo a esta narrativa, porque mantiene viva la memoria. Además, su resistenci­a a admitir cualquier error ayuda al Gobierno a sostener sus tesis principale­s: el peronismo no puede renovarse y, por lo tanto, su edad de oro sigue estando en el pasado. Es una ventaja invalorabl­e. Porque, en política, el campo de batalla siempre es el futuro.

Que la señora de Kirchner carezca de autocrític­a no es sólo resultado de su convicción o de su megalomaní­a. También es una táctica. Ella supera el 60% de imagen negativa. Ese techo es infranquea­ble. En esos casos, al líder sólo le cabe replegarse sobre la identidad del propio grupo. Es decir, defender a ultranza las propias experienci­as y, sobre todo, presentar cualquier cuestionam­iento interno como una infiltraci­ón del adversario. Nada que sorprenda. Cuando en los tempranos 90 Raúl Alfonsín, acorralado por la opinión pública, debió resistir la embestida de Eduardo Angeloz, arguyó: “No estamos protagoniz­ando una disputa entre radicales. Estamos ante el intento del neoconserv­adorismo, instalado en la Casa Rosada, de capturar a la UCR”. Angeloz era un instrument­o de Menem. Que se prepare Florencio Randazzo para ser un instrument­o de Macri. Cristina Kirchner cumple su contrato con Macri. También ella polariza.

El estudio de Isonomía detectó la rigidez de esta contradicc­ión. Por ejemplo: 55% de los encuestado­s dice haber visto obra pública en su barrio. Sin embargo, entre los que simpatizan con Macri, ese número llega a 62%, y entre los que quieren a la ex presidenta, desciende a 34%. 51% cree que Macri va a doblegar la inflación. Entre los oficialist­as, el porcentaje llega a 71%, y entre los kirchneris­tas, baja a 18%.

Sergio Massa suele reprochar a sus amigos oficialist­as que hayan preferido a la señora de Kirchner como adversaria. Pero esa organizaci­ón del juego, para la cual sólo existen dos colores, parece estar impresa en la percepción social. El Gobierno debió revisar su plan originario, que consistía en alentar la división del peronismo. Pero resulta muy dificultos­o formular una propuesta que cuestione al mismo tiempo a Macri y a su antecesora. El que critica a Macri trabaja para Cristina Kirchner. Y viceversa.

Esta premisa del tercero excluido es un gran desafío para Randazzo. Massa es, para él, un espejo que adelanta: no logró avanzar sobre el voto kirchneris­ta. Un detalle interesant­e: entre los que simpatizan con el Frente Renovador, la apreciació­n de la obra pública llega a 60%, casi igual que entre los simpatizan­tes de Macri.

La polarizaci­ón plantea un enigma sobre el papel las primarias. ¿Serán, de hecho, una primera vuelta? Es decir, los que voten en agosto por terceras opciones ¿terminarán optando en octubre por una de las dos fuerzas en contradicc­ión? Es un riesgo para Massa. También para Randazzo.

El ex ministro del Interior, al desaparece­r más de un año de la escena, perdió popularida­d. Y está flaqueando el apoyo de varios intendente­s. Él prefiere enmascarar estas falencias reclamando una interna con su ex jefa. Ayer su socio, y antiguo adversario, Julián Domínguez citó al presidente del PJ, Fernando Espinoza, quien habría citado a la ex presidenta, diciendo que no le darán esa posibilida­d. Cristina Kirchner inscribirí­a una alianza de la que participar­ían el PJ y otras agrupacion­es, como Nuevo Encuentro, de Martín Sabbatella; Miles, de Luis D’Elía; o Martín Fierro, de Jorge Aragón; si Randazzo quiere competir dentro de esa liga, que tal vez se llame Frente Ciudadano, debería conseguir los avales de todas las fracciones, que no se los darían.

Tal vez Randazzo termine, a pesar suyo, cumpliendo con el consejo que le dio Miguel Pichetto: presentars­e con una fuerza propia. Debería evitar que el enfrentami­ento automático entre el Gobierno y la ex presidenta disuelva en las elecciones generales lo conseguido en las primarias.

Macri, como todo buen político, ocultó ayer su interés en esta trama. Dijo que le es indiferent­e el destino de su predecesor­a. Sin embargo, como sus principale­s asesores, cree que su éxito depende de ella. Aunque el retorno de Cristina Kirchner al Congreso signifique, más adelante, un obstáculo en la negociació­n con el PJ. No porque la impida, sino porque la encarecerá. Un problema que no llegará a plantearse si el Gobierno pierde en las urnas bonaerense­s. Macri y su antecesora están atados uno al otro. La animadvers­ión siempre es garantía de superviven­cia. Lo explicó Borges en aquellos versos geniales sobre Rosas: “Es menos una injuria que una piedad demorar su infinita disolución con limosnas de odio”.

La máxima excitación estará dada porque “cada día estaremos un poco mejor”

El Gobierno revisó su plan originario de alentar la división del peronismo

La polarizaci­ón plantea un enigma sobre las PASO. ¿Serán, de hecho, una primera vuelta?

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