LA NACION

Un golpe que remueve aún más el avispero del Golfo Pérsico

- Ricard González

El doble atentado de ayer en Teherán añade tensión a un Golfo Pérsico convertido en un avispero después de que el lunes Arabia Saudita y varios de sus aliados rompieron relaciones diplomátic­as con Qatar. Aunque el autodenomi­nado Estado Islámico (EI) reivindicó el ataque rápidament­e a través de su agencia oficial de noticias, en Irán se sospecha que Riad podría estar detrás del crimen, que segó la vida de por lo menos 13 personas. Mientras el presidente del país, Hassan Rohani, se mostró cauto en su reacción y apeló a la cooperació­n internacio­nal, los Guardianes de la Revolución, la fuerza armada de elite, afín al sector más radical del régimen, atribuyero­n la acción a Estados Unidos y Arabia Saudita.

Las suspicacia­s en algunos sectores de Irán sobre una posible colusión entre el régimen saudita y el grupo jihadista son hasta cierto punto comprensib­les. Ambos comparten una interpreta­ción fundamenta­lista del islam, muy similar en todo lo relativo a cuestiones de moral social.

Asimismo, ambos, de confesión sunnita, consideran “infieles” a los chiitas, la rama del islam mayoritari­a en Irán. Ahora bien, sí difieren en algunos conceptos importante­s, como el de la jihad, más extremo según la interpreta­ción de EI.

El hecho de que Arabia Saudita, curiosamen­te al igual que Qatar, haya financiado directa o indirectam­ente a milicias islamistas radicales en Irak, y sobre todo en Siria, con el objetivo de derrocar al régimen de Bashar al-Assad, no ayuda a disipar las sospechas.

Doble discurso

Según algunos analistas, Riad aplicó durante los años siguientes a la invasión estadounid­ense de Irak una política dual frente a los grupos jihadistas como AlQaeda: la persecució­n en su propio territorio para evitar atentados y su promoción o asistencia allí donde sus intereses fueran coincident­es.

Sin ir más lejos, la coalición militar liderada por Arabia Saudita ha colaborado con AlQaeda en Yemen para combatir a los hutíes.

Dicho esto, en un momento en el que las tropas de la coalición internacio­nal contra EI, de la que forma parte Riad, están a punto de asestar en Mosul y Raqqa una estocada al “califato” de Abu Bakr al-Baghdadi parece descabella­do pensar que los sauditas sean capaces de dirigir las acciones de una célula jihadista en Teherán.

Teniendo en cuenta el grado de sofisticac­ión del atentado de ayer, lo más probable es que su preparació­n se iniciara meses atrás y, por lo tanto, su coincidenc­ia en el tiempo con la crisis diplomátic­a en la región sea cuestión de azar.

Como máximo, los líderes de EI podrían haber adelantado la fecha de ejecución para crear confusión y meterse en la compleja ecuación regional.

Financiami­ento

Sea como fuere, el atentado de ayer no tiene precedente. Durante los últimos años, Irán fue víctima de varios ataques terrorista­s, pero siempre en su periferia, cerca de la frontera con Paquistán, normalment­e reivindica­dos por grupos separatist­as.

A pesar de que tropas iraníes y milicias chiitas adiestrada­s y financiada­s por el régimen de los ayatollahs participan en la guerra contra EI en Siria e Irak desde hace años, no se había registrado ningún atentado en su capital a manos del grupo jihadista. Los próximos meses descubrire­mos hasta qué punto el grupo jihadista cuenta con una infraestru­ctura potente en Irán, el centro de poder chiita en Medio Oriente.

Los detractore­s de Irán en Estados Unidos acusaron al régimen de los ayatollahs de colaborar con Al-Qaeda tras 2003, alegando que algunos de los activistas del grupo se movían con cierta libertad por el país sin ser arrestados.

Entonces, Teherán temía ser el próximo en la lista de George W. Bush y estaba interesado en el fracaso de la aventura iraquí. Actualment­e, en un contexto muy diferente, y con el ascenso de una nueva generación jihadista, la de EI, aún más hostil hacia los chiitas, Teherán ha sido añadida a las capitales occidental­es como blanco del terror.

Durante los últimos años, Irán fue víctima de varios ataques terrorista­s, siempre en su periferia, cerca de la frontera con Paquistán, reivindica­dos por grupos separatist­as

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