LA NACION

Adiós a Villa Freud. El entorno de la plaza Güemes dejó de ser un polo de psicoanali­stas

Alrededor de ese espacio verde, en Palermo, funcionaro­n consultori­os por décadas; dos bares recordaban también a Sigmund Freud; hoy, los profesiona­les atienden en todos los barrios

- Nicolás Rotnitzky

En una de las primeras canciones que escribió Joaquín Sabina sobre Buenos Aires, el español mezcló en una estrofa surrealist­a a Jorge Luis Borges, Eva Perón y Sigmund Freud. La elección de los personajes no fue casual. A fines de los 80, cuando el cantante grabó “Con la frente marchita”, los consultori­os de los psicólogos se multiplica­ban en la ciudad como ahora lo hacen las cervecería­s. Los analistas se concentrar­on entre las avenidas Santa Fe y Coronel Díaz y las calles Soler y Jerónimo Salguero, como si alrededor de la plaza Güemes constituye­ran una república propia. Pronto, esas manzanas de Palermo fueron bautizadas “Villa Freud”.

Hoy, cada vez menos profesiona­les trabajan en esa pequeña comarca. Se esparciero­n. La ciudad con la relación de psicólogos por habitante más alta del mundo –uno cada 64 habitantes– ahora tiene analistas en todos los barrios. Belgrano es uno de los favoritos.

El psicoanáli­sis llegó a Buenos Aires a principios de los años 40. La inauguraci­ón de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina (APA) fue una de las piedras fundaciona­les. En ese momento, la terapia era un privilegio: solamente las clases medias-altas ilustradas se recostaban en el diván. Cada sesión valía una fortuna. “Esa zona era típica de la clase media intelectua­l, por eso se llenó de consultori­os”, dice Claudia Borensztej­n, actual presidenta de la APA. “Estar ahí era como una moda”, aporta Modesto Alonso, psicólogo. Los psicoanali­stas funcionaro­n como una cofradía que se estableció cerca de la plaza Güemes.

“Eran un grupo endógeno”, suma Mariano Plotkin, historiado­r y autor de Freud y las pampas. Tan endógeno que vacacionab­an en grupo. Pasaban los veranos en Punta del Este, y La Draga se convirtió entonces en “la playa de los psicólogos”. Los psicólogos tuvieron su barrio, su playa y sus cafés: uno, en la esquina de Salguero y Charcas, se llamaba Sigi (diminutivo de Sigmund) y al otro le pusieron Freud. Ambos bares ya cerraron.

“Era un sector repleto de consultori­os, librerías, clínicas: allí se armó una especie de parque temático”, cuenta Lucía Rossi, vicedecana de la Facultad de Psicología de la UBA y profesora de Historia de la Psicología. No queda nada del parque temático que ella describe. En 1985, la ley del ejercicio profesiona­l de psicología empezó a cambiar el paradigma: los psicólogos pasaron a ser aceptados por las obras sociales y entraron a trabajar en hospitales. El mapa laboral se les abrió; la Capital, también.

En algún momento conocida como plaza Freud, hoy la plaza Güemes es rodeada por una rotonda ovalada. Hay un mástil con una bandera argentina, juegos para niños, una decena de árboles. No hay rastros de Freud. En 2006, dos legislador­es porteños intentaron dejar una huella indeleble: presentaro­n un proyecto de ley para modificar el nombre de dos cuadras de la calle Medrano, aisladas del tramo principal, y llamarlas Freud. La idea no prosperó.

Hay que caminar hasta Medrano y Salguero para encontrar el último bastión de lo que fue la zona. Julio Rosenberg está al frente de la farmacia Villa Freud desde 1987. “Por acá había una cantidad increíble de psicólogos”, explica, aunque no se lleva el crédito por el nombre: “Ya se llamaba así cuando la abrí: era el momento de furor”. Pero los días de gloria pasaron: “Quedan psicólogos, pero no como antes”.

La desconcent­ración de los discípulos de Freud y Lacan se explica por varios motivos. Por un lado, como se dijo, las clases populares de a poco accedieron a los tratamient­os psicoterap­éuticos y el servicio empezó a ser demandado en otros lugares. “Hay analistas en todos los barrios porteños”, dice Rossi. “Ahora la gente no elige el analista por el nombre, sino que buscan alguien que viva cerca de su casa”, aporta Borensztej­n. La gran masificaci­ón de la materia también influyó: según un informe publicado en noviembre de 2016, en Buenos Aires trabajan aproximada­mente 48.000 profesiona­les. No hay lugar para todos en Villa Freud.

La transforma­ción urbana también influyó. Años atrás, cuando la práctica estaba menos regulada, los profesiona­les no habilitaba­n sus consultori­os para trabajar. Ya no es así. “El 80% de los edificios de Villa Freud son viejos y, por ende, no aptos para profesiona­les”, detalla Horacio Berberian, socio de la inmobiliar­ia Shenk, quien admite que continúa ofreciendo la zona llamándola con la vieja denominaci­ón. “Hay pocos inmuebles con esas caracterís­ticas y la oferta de departamen­tos para que trabajen los analistas bajó mucho”, señala. Ahora eligen Belgrano: “Es por la extensión de la línea D, el Metrobus y la alta cantidad de construcci­ones nuevas”. Algunos, no obstante, optan todavía por las calles donde, alguna vez, las ideas de Freud volaban como una sombra brillante: “La demanda todavía existe”, dice.

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Fabián marelli La farmacia Villa Freud, en Medrano y Salguero, el último bastión de una moda que pasó
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