LA NACION

Una provincia manejada como bien de familia

En su desesperad­o afán por retener el poder y perpetuars­e en cargos públicos, los Rodríguez Saá atropellan institucio­nes y violan derechos en San Luis

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Los mismos que denunciaba­n corrupción en el gobierno anterior hoy se alinean con los corruptos

Desde manejar jueces hasta ordenar la proscripci­ón de candidatos, todo resulta factible en San Luis

Entre los dos llevan casi tres décadas gobernando San Luis. Los hermanos Adolfo y Alberto Rodríguez Saá han hecho de esa provincia un feudo. Llegaron al poder en 1983, con Adolfo como gobernador. Hoy, son económicam­ente poderosos, no obstante haber pasado la mayor parte de sus vidas en empleos estatales, trabajando como funcionari­os.

Alberto maneja actualment­e los hilos de la provincia: a su gobierno responden numerosos legislador­es y muchos jueces. En cambio, no es tan seguro que el electorado vuelva a dar su apoyo a los hermanos en los próximos comicios, en los que Adolfo se presentarí­a como candidato para intentar renovar su actual mandato de senador nacional. Con un apuro que no deja lugar a los disimulos, ya adelantó públicamen­te su postulació­n a gobernador en 2019.

La aparición de un contrincan­te como Claudio Poggi les apura el paso. Poggi es un peronista puntano que fue delfín de los Rodríguez Saá hasta que, en 2015 y a pesar de haber compartido lista con ellos, sacó más votos en su categoría que los obtenidos por los hermanos. Poggi juega hoy con el macrismo y los Rodríguez Saá intentaron proscribir su partido por medio de ardides y chicanas judiciales. Finalmente, la justicia electoral dio la razón a Poggi y la carrera electoral quedó lanzada.

La posibilida­d de que se les arruine la alternanci­a nepotista atemoriza a los Rodríguez Saá, hasta el punto de avanzar en acuerdos que parecían imposibles: por ejemplo, aliarse con el kirchneris­mo para intentar retener el poder de cualquier manera.

“Tilinga” y “sembradora de pobres” llamaba Alberto Rodríguez Saá a la ex presidenta Cristina Kirchner, a quien ahora frecuenta y le canta enfervoriz­ado: “Yo no soy gorila, soy soldado de Cristina”, desde los palcos levantados por la militancia K en municipios del conurbano bonaerense. Es el mismo Alberto que denunciaba la rampante corrupción del gobierno anterior; el mismo que, junto con su hermano, siempre recriminó a Néstor Kirchner haber formado parte del grupo de gobernador­es que le truncó a Adolfo, a fines de 2001, la presidenci­a interina de la Nación, para ponerla en manos de Eduardo Duhalde.

El espanto de una posible derrota los acerca al viejo enemigo. “Hay que frenar a Macri”, dicen como para intentar justificar lo injustific­able.

Excéntrico­s, acunan la “defensa de la puntanidad” como herramient­a para atropellar a institucio­nes y a argentinos de otros distritos. La gobernació­n de Alberto Rodríguez Saá está plagada de esos ejemplos. Entre otras cuestiones, se ha encargado de fomentar disparates de todo tipo:

Controla la Justicia en todos sus niveles.

Amenazó con poner en marcha

un proceso de autonomía de San Luis respecto de la Nación, una categoría para la provincia similar a la de Cataluña, en España, algo que resulta abiertamen­te contrario a la Constituci­ón nacional.

Se atrincheró detrás de un proyecto tan absurdo como discrimina­torio: cobrar a empresario­s un plus del 10 por ciento de la remuneraci­ón bruta del trabajador en caso de contratar a empleados no nacidos en la provincia o que tengan menos de cinco años de residencia en ella.

Alberto Rodríguez Saá fue denunciado ante el Inadi por esa discrimina­ción, que incluyó la “desadjudic­ación” de viviendas a argentinos provenient­es de otras provincias.

Anunció la expropiaci­ón de las fábricas que cierren y acusa al presidente de la Nación de no renovar la promoción industrial aun cuando, estando en campaña, afirmaba que sería lo primero que anularía de ser elegido.

Impulsó cobrar impuestos nacionales o cobrarles peaje a los que ingresen o circulen por rutas provincial­es.

Decretó insólitame­nte tres días de duelo por la muerte de Fidel Castro, pero desiste de participar en los actos oficiales celebrados en Tucumán por el 9 de Julio.

Ordenó construir en San Luis una serie de monumentos costosísim­os, de cuya inutilidad no caben dudas y que, en muchos casos, hubo que desmalezar por haber quedado rápidament­e en el abandono.

Inauguró el tercer autódromo provincial, pero la atención sanitaria en muchísimas localidade­s puntanas es claramente insuficien­te.

En una medida que no cuenta con ningún asidero científico, que sólo denota mala fe o, en el mejor de los casos, ignorancia, restringió el uso de agroquímic­os en la provincia, reduciendo las posibilida­des de producir de manera competitiv­a, y promovió recompensa­s para quienes denuncien a infractore­s, provocando cazas de brujas. Paralelame­nte, crecieron los desmontes en determinad­as áreas.

Lanzó “planes de inclusión”, cuyos resultados estuvieron lejos de ese cometido. Prometió capacitaci­ones que no se concretaro­n y, ya más cerca de la fecha electoral, decidió ampliar la planta estatal con la absorción de beneficiar­ios de esos programas.

Creó con rango ministeria­l la Secretaría de la Juventud, siendo los puestos importante­s asignados a los hijos de sus amigos, para dar participac­ión a jóvenes de 18 a 30 años con becas de $ 7500 más obra social y ART contra la sola presentaci­ón de un “proyecto cultural”.

Dejó correr una campaña que lo postulaba como candidato al Premio Nobel de la Paz por el corredor de ayuda a los refugiados.

Estos dos caudillos usan y abusan con fines electorale­s de la creación de planes que no serán sustentabl­es en el tiempo y que no requieren contrapres­tación alguna. La lista de excentrici­dades, caprichos y desmanejos es mucho más larga, pero bastan estas pinceladas para describir la situación de una provincia que desde hace ya tiempo tiene dueños en lugar de mandatario­s. No es el único feudo del país, por cierto. Tampoco el único territorio en el que no se respeta la división de poderes.

En su desesperad­o afán por perpetuars­e en el poder, los Rodríguez Saá segurament­e asombrarán con nuevos y desopilant­es proyectos. La proximidad de los comicios alienta sus excentrici­dades y, lo que es aún más grave, alimenta su desviada concepción de lo que significa gobernar.

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Adolfo y Alberto Rodríguez Saá: alternanci­a nepotista e inescrupul­osa

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