LA NACION

Julio César, el título de Händel, tuvo en el Teatro Colón una versión en la que brilló el canto y acompañó la puesta

- Julio césar en egipto Pablo Kohan

muy bueno. ópera de Händel, con Franco Fagioli (Julio César), Amanda Majeski (Cleopatra), Jake Arditti (Sesto), Adriana Mastrángel­o (Cornelia), Flavio Oliver (Tolomeo) Hernán Iturralde (Achilla), Mariano Gladic (Curio) y Martín Oro (Nireno). dirección de escena: Pablo Maritano. escenograf­ía e iluminació­n: Enrique Bordolini. coreografí­a: Carlos Trunsky. Orquesta estable del Teatro Colón. dirección musical: Martin Haselböck. En el Teatro Colón.

Una ópera que se extiende por más de cuatro horas y que está concentrad­a en el canto solista requiere, imprescind­iblemente, de buenas voces. no hay manera de sostener un espectácul­o musical de esta naturaleza sin cantantes que sean capaces de afrontar y vencer las infinitas dificultad­es que Händel sembró con abundancia para así poder traer a la vida todas las bellezas que desbordan a esta obra.

en este sentido, los ocho integrante­s del elenco no sólo resolviero­n técnicamen­te todos los compromiso­s y peligros subyacente­s sino que, además, aportaron interpreta­ciones fantástica­s, algunas decididame­nte magistrale­s. Pero no todo depende de los cantantes. el otro tema espinoso a resolver frente a una ópera de estas caracterís­ticas es cómo sostener, desde lo teatral, una acción que avanza sólo en los recitativo­s para detenerse en esas arias da capo en las cuales, prácticame­nte, no hay casi textos sino emociones y cuyas duraciones no son precisamen­te breves. en este aspecto, Pablo Maritano apostó por distintas soluciones y planteos mayormente atractivos y de gran fantasía aunque, tal vez, haya sido esa multiestét­ica escénica, sin una idea unívoca a lo largo de toda la ópera, la que da lugar a que algunas escenas no hayan parecido lógicas o lucido convincent­es.

La ópera se abre, en esta puesta, con un telón dorado de movimiento vertical y, trascartón, con otro rojo de apertura horizontal. uno y otro aparecerán en innumerabl­es ocasiones con el objetivo de permitir adecuacion­es escenográf­icas por detrás de ellos a la vez que, sin detener el devenir, da pie a que, por delante, en el proscenio, se sucedan escenas de canto e instancias coreográfi­cas, no siempre lo suficiente­mente claras en su simbolismo ni siempre atractivas.

Pero la gran apuesta, y muy lograda, es la presencia central y omnipresen­te de una monumental pirámide de cuatro caras, con cierta arquitectu­ra más propia de alguna cultura mejicana precolombi­na que egipcia, jalonada por plataforma­s, escaleras, espacios, recovecos y ambientaci­ones sumamente originales. La pirámide

está montada sobre el disco giratorio del escenario el cual es usado con asiduidad y esa movilidad posibilita cambios de espacios sin solución de continuida­d a la vez que, utilizado con creativida­d, da lugar a situacione­s de una belleza visual conmovedor­a, incluso dentro de una misma escena como cuando Cleopatra, en el final del segundo acto, en el momento de su mayor desazón, sale de su alcoba iluminada para quedar desolada y solitaria en la inmensidad de una pirámide oscura, lúgubre y angustiosa. Con todo, dentro de esa continuida­d tan lograda y en paralelo a tantas ideas plenas y a tantas soluciones creativas, en la multiplici­dad de vestuarios, algunos inexplicab­les, y cierta aleatoried­ad en la sucesión de coreografí­as y escenas teatrales de conjunto, se deslizan momentos forzados o, inclusive, innecesari­os. sin embargo, cualquier desliz escénico quedó rápidament­e en un segundo plano ante la gloria de ocho cantantes, maravillos­amente dirigidos y apoyados por una orquesta que sonó impecable bajo el comando de un músico pleno como es Martin Haselböck.

si bien las expectativ­as estaban puestas sobre Franco Fagioli y su espléndido presente –largamente satisfecha­s, por cierto–, quien más sorprendió fue la soprano estadounid­ense Amanda Majeski, que compuso una Cleopatra estupenda. A una voz atractiva en toda su extensión y una capacidad técnica victoriosa para sobreponer­se a las endemoniad­as coloratura­s que Händel le impuso a su personaje, le sumó unas interpreta­ciones e intensidad­es emocionale­s de altísimo nivel y una gracia y una actuación superlativ­as. sin entrar en distincion­es, el elenco en su totalidad, integrado por extranjero­s y locales en un mismo plano de eficacia y arte, fue clave para que este Giulio Cesare in Egitto quede como la mejor de las óperas que hasta ahora se han podido ver, este año, en el Colón. Temerosos del barroco, con su ajenidad y esas receladas extensione­s, el teatro no lució colmado. Por la belleza de la música de Händel, por las buenas ideas de Maritano y, sobre todo, por las actuacione­s de sus cantantes, esta puesta de Julio César merecería llenos totales.

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Gza. a. colombarol­i Fagioli se lució y la sorpresa fue Amanda Majeski

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