LA NACION

Jugar de grandes

Con mayor dominio del tiempo, hijos grandes o carreras ya consolidad­as, muchos retoman con pasión y compromiso los deportes de la infancia

- Sebastián a. Ríos LA NACioN

Retomar de adulto el deporte que uno practicaba durante la infancia y la adolescenc­ia es una tendencia cada vez más extendida. Como Luciana Fuks, de 34 años (la segunda desde la izquierda en la foto), muchos reviven experienci­as, recuperan vínculos sociales y se ponen en forma con una actividad que siempre les apasionó. Hockey, rugby, básquet y tenis son los más elegidos por quienes todavía disfrutan del “tercer tiempo”.

“Extrañaba jugar, golpearnos, divertirno­s, pero también el tercer tiempo: los amigos, el asado y charlar de pavadas hasta tarde”, cuenta José Luis Albanese, docente de 50 años, que después de casi tres décadas alejado del rugby no dudó ni un segundo en decir que sí cuando un amigo con el que jugaba en la adolescenc­ia lo invitó a sumarse a un equipo de veteranos. Hoy, ocupando el puesto de segunda línea en el equipo de veteranos del club San Miguel, entrena todos los miércoles a las 20.30: “Ese día nos juntamos sin falta, es como ir a misa”, asegura. El encuentro deportivo se extiende indefectib­lemente a la cena y mantiene al grupo en estado para los partidos que se juegan los domingos por la tarde una vez por mes.

Como a muchos otros, lo que alejó a José Luis del deporte de su infancia y adolescenc­ia fue “la vida” –el trabajo, la familia, el estudio, el país–. Pero los que hallan el camino de vuelta a la pasión de volver a jugar con reglas conocidas y destrezas desarrolla­das, encuentran renovadas las ganas, intacta la felicidad ante el fragor de la cancha y redescubre­n el valor del equipo. Aunque, lo que puede ocurrir, es que no siempre el cuerpo acompañe...

“Uno debe tener presente que el organismo humano necesita cierto tiempo para adaptarse a una rutina de entrenamie­nto y que si no se ha levantado una nuez en décadas hay que tomárselo con calma”, afirma Daniel Tangona, personal

trainer certificad­o por el National Council on Strength and Fitness, que agrega: “La experienci­a habla de que empezar todo junto, rápido y exigido no es sostenible en el tiempo, y aumenta el riesgo de lesiones, estrés, agotamient­o, mal rendimient­o laboral, mala calidad de sueño... lo que llamamos sobreentre­namiento”.

Sin embargo, muchos de los que vuelven a las canchas –de rugby, hockey, básquet, tenis, etcétera– después de años o décadas de ausencia han mantenido de alguna forma encendida o, al menos, “en piloto”, la pasión por el deporte. Es frecuente que aquellos que por motivos de agenda laboral o familiar no pudieron compromete­rse a rígidos horarios de entrenamie­nto y de competenci­a hayan optado por deportes individual­es, como forma de mantener mens sana in corpore

sano. En el caso de Luciana Fuks, que entre los 6 y los 25 jugó al hockey en Hacoaj –hasta llegar a integrar la primera–, pero cuando las responsabi­lidades del trabajo le impidieron continuar, se mantuvo en forma haciendo yoga, pilates y, más recienteme­nte, kickboxing.

“Cuando hace unos meses vi de casualidad en un chat de amigas que estaban por jugar en dos horas el primer partido de un torneo en una segunda, no dudé en escribir por privado “¡quiero ir!” –cuenta Luciana, de 34 años, que se dedica al cine en su productora Prado Cine–. Aunque durante mucho tiempo pensé que no iba a poder encontrar la forma, volví a la cancha y volví a jugar en Hacoaj, lo que fue posible porque estaba muy bien físicament­e”.

Viene de tapa “Siempre seguí metido con el deporte”, cuenta por su parte Guillermo Mizrahi, que después de haber dejado el básquet a los 24 años, hoy, a los 50, ha retomado no sólo su práctica sino su rol de entrenador en el Club Náutico Buchardo, de Núñez. “Aunque había dejado el básquet, siempre que podía buscaba juntarme con amigos en una canchita de fútbol o para jugar al pádel, con la idea no sólo de jugar sino de reunirnos con amigos y quedarnos a comer después del partido. En otra época hice natación, en una pileta que me quedaba cerca de casa, y lo mismo: terminamos armando un grupo de amigos con los que empezamos a competir en torneos informales de natación”.

Pero más allá de lo estrictame­nte deportivo, ¿qué es lo que encuentran las personas al volver a deportes de equipo de su niñez y su adolescenc­ia? “Jugar (algo a veces olvidado) permite sentir lo que hacía tiempo no sentía, esa inefable sensación de equipo, de camaraderí­a, que se añora. El juego en equipo es una manera de hacer deporte ligado no tanto con el afán de ser saludables y vencer a la enfermedad y la muerte, sino que el foco está puesto en gozar, desplegar energías y retroalime­ntarlas con otros que están en la misma”, responde el psicólogo y psicoterap­euta Miguel Espeche.

“Amistad, pertenenci­a, reencuentr­o con el espíritu lúdico, retomar el deporte de la infancia o la adolescenc­ia ofrece a la persona la posibilida­d del compañeris­mo, del humor, de un reencuentr­o con aquello que se vivió en la infancia y adolescenc­ia y que había quedado atrás por las tareas propias de la adultez, cuando hay que relegar algunos aspectos para cumplir con la forja de una familia y el sostén económico”, completa Espeche. Es a través de las distintas historias de regreso a la rutina del entrenamie­nto, los partidos y las giras que se verifica esa sensación de recuperar espacios de disfrute.

“A esta altura de la vida, jugar al rubgy es divertirse, es la excusa para estar con amigos –asegura José Luis Albanese–. Dentro de la cancha obviamente quiero ganar; puede haber broncas, roces, enojos, pero todo eso se termina cuando uno sale de la cancha y empieza el tercer tiempo. En la mesa estamos todos, a veces juntos, a veces separados, depende de la mística que se haya dado en el partido. Pero lo cierto es que ya no se habla más del resultado, y en todo caso de qué buen tackle que hizo tal o cual”. Los caminos de la vida

Siempre latente, más o menos dormido o (como ya hemos dicho) mantenida viva su llama a través de la práctica de otras disciplina­s, el deseo de retomar el deporte de la infancia acecha a todos los que un día debieron dejar a un lado la camiseta para laburar, estudiar, noviar o criar hijos. En la vuelta, el carácter colectivo de la actividad es un factor no menor, ya que las ganas de volver de uno muchas veces encuentran eco en las de otro ex compañero que está en la misma situación.

De chico, José Luis se escapaba de su casa los sábados para jugar al rugby. “Mis viejos no querían que fuera porque pensaban que me iba a lastimar. Y pasé así un par de años hasta que lo aceptaron –recuerda–. Jugué en Regatas, en San Miguel, hasta los 21 años en que, por la crisis del 89, me fui a trabajar a Italia. Ahí dejé el rugby; el único contacto que tenía con el deporte era verlo por la tele o salir corriendo cuando se jugaba algún partido más o menos cerca para verlo”.

Las ganas contenidas encontraro­n (¡por fin!) el camino de regreso cuando un ex compañero y amigo le propuso armar un equipo de veteranos. “Fue algo natural –asegura–. Cuando se lo dije a mi mujer lo único que me pidió es que me controle, que me haga todos los estudios antes de empezar y que si quería que me acompañara, ella me iba a acompañar. Así, hoy en los terceros tiempos tratamos de que venga la familia”. Así, José Luis tuvo que volver a acostumbra­rse a los golpes: “Los lunes me duele un poquito, los martes no me puedo ni mover. En el trabajo siempre me preguntan por qué, y yo les digo que es lo que me gusta, lo que disfruto. ¡Estoy vivo!”

El duelo que debió enfrentar Guillermo Mizrahi fue doble, y doble fue la vuelta. Por cuestiones de trabajo, a los 23 años dejó de jugar al básquet (donde pasó por juveniles hasta llegar a la primera) y, a los 24, dejó el otro foco de su amor por ese deporte: su trabajo como entrenador. “La parte de jugador la fui dejando de a poco (iba a algún partido, jugaba menos), pero lo que más me costó fue dejar de ser entrenador –cuenta Guillermo–. En el Club Náutico Buchardo había hecho siete años de laburo con los chicos, y había logrado una muy buena relación con ellos y con los padres. Intenté seguir, pero me salió un trabajo que no me permitía cumplir al 100% y finalmente decidí dejar”.

Pasó el tiempo, pasaron muchos deportes individual­es de por medio e incluso un regreso temporal al básquet, que tuvo que volver a dejar por “las vueltas de la vida”. Un día, al poco tiempo de tener a su primera hija, recibió el llamado de un primo que le contó que se estaban juntando a jugar con amigos los miércoles en Hacoaj Club de Campo.

“Me enganchó para jugar una vez por semana, y después me dicen que, como yo era entrenador, cumpla ese rol, armemos equipo de veteranos para jugar en el tornero de la federación –relata Guillermo–. Con el tiempo llega mi segunda hija, y yo empiezo a buscar un lugar donde mis hijas pudieran hacer deporte. Y así vuelvo al Club Náutico Buchardo, y me encuentro con que muchos de los chicos de los que era entrenador jugaban en el club, y entonces empiezo a jugar con ellos”.

Resumen: Guillermo no sólo vol- vió a jugar al club de su juventud, sino que volvió a entrenar y llegó, al día de hoy, a ser gerente del mismo. De lunes a viernes, a la mañana, se encarga de los temas administra­tivos del club y a la tarde se pone el traje de entrenador; los miércoles a la noche juega en el equipo de veteranos, y los sábados y domingos participa de picaditos cinco contra cinco. Los miércoles, por supuesto, hay tercer tiempo: “Después del partido nos quedamos a cenar, cena que se puede estirar hasta la madrugada del jueves...” Un poco de aire

“Los 40, los 50 son una edad maravillos­a, donde uno se siente con todo su potencial psíquico y físico, aún cuando el cuerpo no sea el mismo de los 20, por lo que es importante tomarse el tiempo para ponerse en forma y sentirse cómodo con la actividad a la que uno quiere volver”, advierte Daniel Tangona, y agrega: “Tampoco son las mismas responsabi­lidades, ni las familiares y ni las laborales”.

Con una rutina laboral más establecid­a que en años de juventud, vínculos de pareja más asentados, hijos (si los hay) más grandes o cuando menos sin pañales, suele ser más fácil encontrar el tiempo para dedicarle al deporte: a los entrenamie­ntos, a los partidos (lo que puede incluir, a veces, giras) y a los terceros tiempos. “Cuando de grande volvés a jugar, el deporte es incluso una ayuda para la relación de pareja y familiar –opina Guillermo–. Es un día de descarga deportiva, de cena y de despeje de todos los temas laborales, que creo que refuerza un poco las relaciones. Tal vez algún chico joven que intenta hacerlo cuando recién es papá o con chicos muy chiquitos puede llegar a tener conflicto”.

“Estoy en pareja, pero no tenemos hijos todavía, así que es más fácil –dice Luciana Fuks–. Trabajamos juntos, somos socios, pero tenemos distintas facetas que nos permitimos explorar y hacer en forma individual. El deporte está dentro de las mías, así que fue muy fácil incorporar en la rutina familiar que los sábados a la tarde tengo partido”.

“Jugar permite sentir lo que hacía tiempo no sentía, esa sensación de equipo” “En la mesa estamos todos, a veces juntos, a veces separados, depende de la mística” “A los 40 o los 50, uno se siente con todo su potencial psíquico y físico” “Es un día de descarga deportiva, de cena y de despeje de todos los temas laborales”

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DIEGO SPIVACOW /AFV
 ?? Diego spivacow/ afv ?? Luciana Fuks (34) en el equipo de hockey de la segunda de Hacoaj en el club Buena Vista, donde jugaba de chica
Diego spivacow/ afv Luciana Fuks (34) en el equipo de hockey de la segunda de Hacoaj en el club Buena Vista, donde jugaba de chica
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Guillermo Mizrahi es entrenador de básquet del grupo de niños del Club Náutico Buchardo
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José Luis Albanese en el entrenamie­nto del equipo de rugby de veteranos de su club de la infancia

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