LA NACION

Un fallo que desactivó sólo una de las bombas

- CORRESPONS­AL EN BRASIL Alberto Armendáriz

En su polémico fallo, el Tribunal Superior Electoral (TSE) puede haber salvado el mandato de Michel Temer pese a las indiscutib­les pruebas de financiami­ento ilegal de la fórmula que compartió en 2014 con Dilma Rousseff. Pero el actual presidente tiene por delante un campo minado del que le será muy difícil escapar.

En el ámbito político, pasado mañana la cúpula del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), principal socio del Partido del Movimiento Democrátic­o Brasileño (PMDB) de Temer en la coalición gubernamen­tal, deberá decidir si se queda en la alianza o abandona el barco. Los socialdemó­cratas querían esperar a que terminara el juicio ante el TSE, con la esperanza de que la corte les simplifica­ra la difícil decisión de ruptura.

Esta última semana, el ala más joven del partido (los llamados “cabezas negras” por no tener canas) ya presionaba a los dirigentes más antiguos (“cabezas blancas”) para dejar el gobierno. La fórmula intermedia que había sido consensuad­a entre ambos sectores era que el PSDB dejaría los cuatro ministerio­s que detenta (Secretaría de Gobierno, Relaciones Exteriores, Ciudades y Derechos Humanos), pero apoyaría en el Congreso las reformas económicas que ha impulsado esta gestión mientras el presidente apelaba una eventual sentencia condenator­ia del TSE.

Ahora, debido al rechazo social que generó el fallo por la absolución, lo más probable es que el PSDB opte por dar la espalda totalmente a Temer para no quedar contaminad­o por el repudio social. Ya el PSDB vio caer su popularida­d por el vínculo de su presidente, el senador Aecio Neves, con el escándalo de sobornos del frigorífic­o JBS.

De todas maneras, el mayor riesgo que enfrenta Temer en los próximos días está en la justicia. Por el caso de coimas de JBS, la fiscalía general había iniciado el mes pasado una investigac­ión contra el presidente por intento de obstrucció­n de la justicia, corrupción pasiva y asociación ilícita. Como parte de esas pesquisas, la fiscalía había pedido a la policía mandar un cuestionar­io a Temer para que explicara su relación con los dueños de JBS, Joesley y Wesley Batista. El presidente se había comprometi­do a responder las 82 preguntas para ayer a la tarde, pero al final, sus abogados enviaron una extensa carta al Supremo Tribunal Federal (STF) en la que alegaron que el jefe del Estado era “blanco de una serie de abusos y de agresiones a sus derechos individual­es”, y pidieron a la Corte que archive la investigac­ión de la fiscalía.

Frente a esta actitud, se espera que el procurador general, Rodrigo Janot, presente una demanda penal formal contra Temer. Sería la primera vez en la historia de Brasil que el presidente es procesado por infraccion­es penales comunes y no por crímenes de responsabi­lidad (impeachmen­t).

Para que la demanda penal prospere y el jefe del Estado sea juzgado por el STF, dos tercios de la Cámara de Diputados (342 de los 513 miembros) deberán aprobar el apartamien­to de Temer del cargo. Con el presidente cada vez más aislado e impopular, y ante el riesgo de que en las próximas horas pierda también el respaldo clave del PSDB, son altas las probabilid­ades de que sea separado de su cargo y puesto en el banquillo de los acusados del STF.

La población segurament­e no se quedará de brazos cruzados ante toda esta inestabili­dad política, y dependiend­o de cómo reaccione Temer (la renuncia es siempre una opción), la indignació­n de los brasileños amenaza con volcarse a las calles. La convulsión social deteriorar­ía rápidament­e el ambiente y hasta podría desembocar en violencia. Ya se vio un preanuncio de ello con los graves enfrentami­entos del 24 de mayo en Brasilia, cuando el presidente recurrió a las fuerzas armadas para controlar la situación.

Mientras tanto, la incertidum­bre se apoderaría de la economía, que en los últimos meses había dado las primeras señales positivas hacia la recuperaci­ón, después de dos años de recesión. Con un escenario tan agitado, es de prever que los agentes económicos se retraigan y Brasil se hunda en un tercer año de contracció­n del PBI. Para la Argentina, serían pésimas noticias.

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