Guillermo Vilas
Perdió. Esa palabra, que él detestaba, en su labios sonaba más amarga que nunca. Se despedía en la primera ronda del abierto de Hamburgo. Su explicación no sonaba sincera, “los tenistas tomamos este torneo como preparatorio”. Una semana más tarde volvió a perder. Esta vez, en la primera ronda del Abierto de Roma. Las críticas no tardaron en llegar. Se le cuestionaba su falta de actitud y resultados en los torneos grandes. No dijo nada, se mordió los labios y prefirió el silencio. Se refugió en la única fórmula que él conocía, trabajo, sacrificio y esfuerzo. Si los demás entrenaban cuatro horas, él lo hacía ocho. No respondió ningún cuestionamiento. Solo se concentró en su perseverancia. Una tras una las rondas fueron pasando. Nadie ganó Roland Garros en forma tan brillante como él. Solo dejó un set en el camino al título. El resultado de la final habla por sí solo, 6/0 6/3 6/0. Levantó el trofeo no como una revancha hacia nadie, sino con una satisfacción personal. La victoria había llegado para quedarse. Inició una serie que continuó con 50 partidos invictos. Muchos de sus récords tardaron años en ser quebrados. Luego vinieron el Abierto de los Estados Unidos y dos veces el Abierto de Australia.
A 40 años del título de Roland Garros, valgan esta líneas como reconocimiento al hombre que estableció un antes y un después en el tenis argentino y sudamericano, Guillermo Vilas.
Alberto A. Calandrino DNI 14.015.264