LA NACION

Nadal se revitaliza en París; Wawrinka se gana al público

Pasó por encima a Dominique Thiem y jugará con Stan Wawrinka la final de un torneo en el que muestra lo mejor de su nueva etapa, con su paisano de Mallorca como aporte decisivo en su equipo

- Claudio Cerviño ENVIADO ESPECIAL

PARÍS.–En pleno anochecer en París, todos se siguen preguntand­o: ¿cómo fue que Rafael Nadal hizo que el partido del año fuese uno más e hiciera parecer un jugador del montón a un potencial N° 1 en pocos de años? La historia comenzó hace unos meses y terminó de explotar en su feudo: la cancha central de Roland Garros. Allí donde este domingo buscará coronarse por 10a vez en su carrera. Literalmen­te una obscenidad deportiva. Y tiene que ver con la aparición de Carlos Moyá en su grupo de trabajo, sumándose al tío Toni y a Francis Roig.

Ambos mallorquin­es, el ex campeón aquí en 1998 y ex N° 1 conoce a Nadal de chico, ha sido su rival, compañero de circuito y de la Copa Davis y hasta amigo. Muchas veces pensó cosas, detalles sobre el rey de canchas lentas, aunque recién pudo formarse una idea completa una vez que se incorporó al team.

Moyá supo acomodarse a los tiempos. Sabía que Nadal arrastraba un par de temporadas con altibajos y dudas, sobre todo derivados de las lesiones. Rafa es un jugador cuando no está liberado mentalment­e de factores condiciona­ntes y otro muy diferente cuando no le duele nada. O bien cuando domina su cuerpo y puede exigirlo sin temores. “Pero tuvimos la suerte de que se fue poniendo en óptimas condicione­s y sin recuerdos de esas molestias que lo aquejaban. Entonces, todo fue más fácil. Y aquí no hay una voz: trabajamos en equipo. Todos exponemos y sacamos conclusion­es sobre lo que creemos que es mejor para el Rafael”, destaca el ahora entrenador, que guarda lazos especiales con la Argentina, donde ganó su primer título como jugador en 1995 y repitió en 2003 y 2006.

Algunos tips sumó Moyá y fueron surtiendo su efecto durante la temporada de canchas lentas, allí donde Nadal acentuó su preparació­n y fue alcanzando su mejor forma. Envalenton­ado nuevamente luego de aquella final que jugó con Roger Federer en el Australian Open. La perdió, pero le significó recuperar las buenas sensacione­s. Sentir que a los 30 años su carrera podía ser relanzada.

Moyá aportó sus ideas: regular las cargas físicas ante todo. Esto es hacer lo necesario. Si una práctica queda redondeada en 1h30m, terminar ahí incluso cuando se haya reservado una cancha por dos horas. Nadal, con la cuestión física, es como esos comensales que ya están con el estómago por explotar, pero como todavía les queda comida en el plato, siguen. Como si fuese una herejía dejar algo. En su caso, tiempo sin esforzarse.

Otro objetivo que trazó fue recuperar la derecha. Volver a hacerla incisiva. Con efecto y determinan­te. Que sea el golpe con el que Nadal empiece a someter rivales durante los puntos. Se lo ve en la cancha: cuando toma el control con ese golpe, el oponente ya tiene pocas chances de contraatac­ar. Será en la segunda, tercera o cuarta pelota, pero perderá irremediab­lemente el punto. El game. El set. El partido.

Y finalmente, el saque. Corregir pequeños detalles en el lanzamient­o, ajustarlo, variarlo. Todo eso comenzó a funcionar al unísono en Nadal. Título en Montecarlo (10°). Título en Barcelona (10°). Cuartos de final en Roma, con derrota ante Dominic Thiem. Le dolió, pero esa noche le dijeron: “Mejor perder acá y no en París”.

Así destrozó ahora a Thiem (6°), el joven maravilla de 23 años, en 2h7m por 6-3, 6-4 y 6-0. Con una derecha furibunda, con un saque que se hizo respetar y que le permitió validar varios quiebres en cero, cerrando todo resquicio de reacción del austríaco. Con un despliegue desbordant­e y devolucion­es que causaron estragos.

Thiem buscaba con los ojos a Günter Bresnik, su coach, y lucía cada vez más desmoraliz­ado. Nunca encontró la solución. Y terminó como Djokovic contra él en los cuartos de final: desdibujad­o.

Nadal lleva seis partidos ganados sin ceder sets y apenas ha perdido 29 games: 4,83 por cotejo. Obsceno, sí. “Llegamos de la manera ideal”, dijo Moyá antes del torneo. “Estamos preocupado­s por Thiem, pero en la cancha central de Roland Garros, a morir por Rafa”, señaló horas antes del choque crucial. “Lo que más me inquieta es la intensidad de Thiem y que meta lo que tira, como en Roma”, había expresado Toni Nadal.

Thiem fue una sombra. Sintió acaso el impacto de jugar contra el dueño de la Chatrier y una leyenda vigente como nunca. El partido fue diferente al del Foro Itálico porque Nadal fue mejor y él inferior. El español lo hizo más pequeño y vulnerable en realidad. No debe sentirse mal: el récord de Nadal en París es 78-2. Doblemente obsceno.

Este es un Nadal recargado, que alguna vez se sintió contrariad­o cuando reparó que llevaba dos años seguidos sin acceder a la final de su torneo favorito y mañana irá por el 10° ante Stan Wawrinka. Dicen que está como el de 2008, cuando logró el 4° festejo consecutiv­o con similar contundenc­ia, despachand­o desde octavos a Verdasco (cedió 3 games), Almagro (3), Djokovic (12) y Federer (4).

Pero el de ahora encierra un mérito mayor: ya no tiene 22, sino 31 y un cuerpo que le ha pasado factura muchas veces. En estos seis meses ha afinado su cuerpo sin perder musculatur­a y sus piernas lucen veloces. Aunque como suele decir Moyá, nada es fortuito: “Hombre, con Rafa la suerte no existe”.

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Reuters Nadal ganó las nueve finales que jugó en Paris; ayer, desactivó sin problemas la bomba Thiem

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