LA NACION

Una revolución que exigirá mucha atención

- Cristian Grosso

Después de las palabras, la selección argentina siguió inyectándo­le contenido a varios síntomas favorables que había anticipado el relato de Jorge Sampaoli. El escenario era incómodo, muchas piezas con nueva partitura ante un examinador calificado. El rodaje aceitará el funcionami­ento de la Argentina y esa proyección despierta entusiasmo desde el compromiso grupal. Aún en el final de la larga temporada europea, el equipo por momentos se pareció a un rebaño de lobos hambriento­s. Porque vale correr riesgos si el esfuerzo es general.

La Argentina no traicionó la búsqueda pese a desajustes en los retrocesos, intermiten­cias en la presión alta, cierto sufrimient­o en las pelotas aéreas por su baja talla y la tendencia al estatismo en ataque. Más allá de los desarreglo­s, hay una revolución en marcha. Alcanzaron cinco entrenamie­ntos y 90 minutos para percibirlo, pero habrá que darle mucha más espesura a las intencione­s. Consolidar la propuesta demandará insistenci­a y convicción en dosis altas.

La estructura colectiva desde luego rechinó. Arrastra crujidos defensivos de otros tiempos. La flexibilid­ad táctica de Sampaoli descompuso al equipo en la segunda etapa, con dibujos cambiantes y una paleta de matices que fueron decolorand­o a la selección. Eligió jugar sin referencia de área y protegerse desde la tenencia. Pero sólo logró diluirse en la abundancia de volantes sin descargas verticales para avanzar.

El resultado definitiva­mente fue anecdótico en un clásico que la Argentina no mereció ganar. Los seis cambios terminaron por desvirtuar la esencia, pero subrayaron un síntoma de la nueva era: llegó el recambio. La selección cerró el partido con Joaquín Correa, Nicolás Tagliafico, Guido Rodríguez, Emanuel Mammana, Manuel Lanzini y Marcos Acuña en el campo.

El clásico fue una desafiante oportunida­d para tasar jerarquías alternativ­as. Y ahí quedó a la vista que Jonatan Maidana es de acá, que Paulo Dybala mantuvo su apagada versión de la final de la Champions League y que sin dudas Gabriel Mercado ha sellado algún pacto con los goles trascenden­tes. Lionel Messi reclamará mejores laderos para cumplir la meta de potenciarl­o. Cuando la Argentina perdió el control del clásico en el segundo tiempo, faltaron gestos de liderazgo. La reconstruc­ción dejará a la vista debilidade­s.

Sampaoli está edificando una selección que valora la pelota y que siempre ataca. Así se acostumbra­rá a sentirse más autorizada al éxito. Deberá estabiliza­r velocidad, espacio y sociedades. Nace un equipo con un concepto noble, que persevera detrás de un estilo. Esa idea no tendría que pervertirs­e. La identidad no parpadeó –sí las formas y la intensidad–, pese a que enfrente hubo un equipo, aun con algunas ausencias (Neymar, Dani Alves, Marcelo y Casemiro, por ejemplo) con muchos kilómetros de prueba. Brasil, sin dudas, hoy es una mejor expresión colectiva.

El secreto es creer en un proyecto antes de que arroje victorias. Este triunfo no es más que una inyección anímica. Hay una diferencia entre armar equipos que queden en la historia y armar equipos solamente para ganar: la valentía del entrenador. Se necesita de jugadores atrevidos para llevar adelante una propuesta que implica riesgos, pero el primer intrépido debe ser el director técnico para insistir con la receta del protagonis­mo desmedido, como prometió.

Sampaoli tiene entre sus desafíos devolverle conceptos y mecánica a una selección vaciada en el olvidable ciclo de Edgardo Bauza.

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