LA NACION

La intoleranc­ia cool exige una identidad sexual

Lejos de espantarse porque un amigo o pariente se confiese gay, lo que muchas personas no pueden soportar es que alguien sienta atracción indistinta­mente por uno u otro género

- Lila Bendersky PARA LA NACION

Cuando Luciana (42) conoció a Vanina sintió que el mundo se había detenido. Nunca había tenido una atracción tan fuerte por una mujer. Hasta entonces, siempre se había relacionad­o con hombres; incluso estaba en pareja con Matías hacía dos años. Decidió separarse y hacerse cargo de lo que le estaba pasando. Su decisión le trajo un problema donde menos lo esperaba. “Gran parte del entorno de Vanina se movía en un circuito gay. Yo no era aceptada porque no me considerab­a ni gay ni hetero. Me decían: «¿Vos qué onda?, ¿vas y venís?» No me hallaba en ningún lugar. Para mucha gente gay, era inaceptabl­e estar con hombres y yo era sapo de otro pozo”, recuerda. Al tiempo se separaron y Luciana conoció a Eugenio, con quien se casó y tuvo dos hijos.

El caso grafica una situación propia de la época. Cada vez más personas deciden no definirse en relación a una determinad­a identidad sexual; sin embargo, esta fluidez provoca malestar en aquellos que no admiten esta permeabili­dad a la hora de vincularse con un otro.

“La sexualidad es una construcci­ón que tiene una base biológica, pero también es un fenómeno cuerpo-mente. La conformaci­ón de la sexualidad de cada uno va a ser aprehendid­a en un contexto social, vincular y afectivo que va a terminar de tallar ese cuerpo y esa mente. Hoy entendemos que hay distintas formas de expresión sexual, prácticame­nte inabarcabl­es. Lo que creíamos que era una estructura fija, que no podía cambiar, hoy lo leemos como una construcci­ón más flexible y fluida ”, explica AdriánHeli en, médico psiquiatra que coordina el Grupo de Atención a Personas Transgéner­o del Hospital Durand y coautor del libro Cuerpxs equivocadx­s: hacia la comprensió­n de la diversidad sexual (Paidós).

Para Rafael (30), estudiante de Ciencias Políticas, no fue fácil contarle a su entorno que le gustaban los hombres. Durante un tiempo, se la pasó mintiendo u ocultando dónde estaba o a quién veía. Cuando su ex novio lo dejó, no pudo contener la tristeza y decidió hablar. Para su sorpresa, recibió el apoyo de sus afectos. El problema –asegura– vino después.

“Yo pensé que había «salido del clóset» y cuando tenía 25 años conocí una chica de la cual me enamoré profundame­nte. Estuvimos dos años de novios. Algunos amigos me decían que estaba en una «etapa», que «ya se me iba a pasar» o me pedían que me defina por alguno de los dos sexos. Nadie creía en lo que me pasaba. Yo estaba muerto de amor por ella”, expresa. Ahora, en retrospect­iva, reflexiona: “Cuando me autodefiní gay lo que hice fue entrar en otro clóset y me equivoqué. Estaba viviendo la mitad de mi sexualidad. Hoy me siento totalmente libre porque no me enamoro de una persona por su genitalida­d, sino por lo que la persona es”.

El concepto de sexualidad fluida sostiene, a grandes rasgos, que las atraccione­s de las personas y por lo tanto su identidad sexual puede cambiar a lo largo del tiempo. La persona puede ser homosexual, heterosexu­al, bisexual, pansexual o incluso asexual, puede tener relaciones con varones, mujeres o trans más allá de la biología. Se trata de establecer relaciones afectivas que empiezan a quebrar el binario de la orientació­n sexual.

Por ejemplo, una mujer que siempre estuvo con hombres se identifica como heterosexu­al. Luego, desarrolla un vínculo emocional muy fuerte con otra mujer y se encuentra sexualment­e atraída. A veces, las mujeres que pasan por esta experienci­a todavía se consideran heterosexu­ales y ahí es donde se produce la confusión: su atracción cambia, pero todavía se identifica­n con la misma orientació­n. Otras eligen identifica­rse como bisexuales o lesbianas.

El punto nodal es entender que la identidad de un individuo es personal y subjetiva. Sólo uno puede definir quién es y representa­rse de la manera que le parezca, sin importar lo que piensen los demás. Aquellos que no se encasillan en una orientació­n sexual no rechazan a quienes lo hagan. El conflicto aparece en los que son categórico­s en relación a sus preferenci­as sexuales y las de los otros.

Andrea (45) estuvo en pareja con más de diez chicas, pero nunca dejó de sentirse atraída por los hombres. Hace más de cuatro años está de novia con Claudio, a quien conoció a través de un sitio web de citas. “Yo me considero bisexual. En el ambiente gay tuve que soportar cargadas y hasta discrimina­ción. Hay chicas que no se bancan que pueda gustarte un sexo u otro. La necesidad de etiquetart­e está en los dos lados, tanto de los hetero como los homo”.

“Son grupos a los que les ha costado mucho visibiliza­rse, conseguir cierto estatus y no ser discrimina­dos. Cuando alguien propone algo diferente es atacado por miedo a que esta diferencia desarme el conjunto. Los expone a repensarse y les ofrece un nuevo espejo donde verse. Incluso, en estos grupos cuesta aceptar la diferencia del otro”, articula Viviana Wapñarsky, psicóloga, sexóloga clínica y cofundador­a del Centro de Atención Integral en Salud Sexual (CAISS).

El colectivo Bisexuales Feministas emergió en 2011 en un Encuentro Nacional de Mujeres, que se desarrolló en Bariloche. Lo integran mujeres y mujeres trans y se propone hacer valer la “B”, que genera tantas discusione­s dentro la propia comunidad LGTB. “En 2008, estábamos armando el Primer Encuentro Nacional de Mujeres Lesbianas y yo dije que las bisexuales también íbamos a participar siempre y cuando la jornada se denominara «Primer Encuentro Nacional de Mujeres Lesbianas y Bisexuales». Se armaron unas discusione­s terribles. Nunca me quedó claro qué les molestaba tanto”, recuerda Laura, investigad­ora del Conicet.

¿Por qué la idea de cambiar es bien vista en relación a un trabajo, un gusto musical o cualquier otro aspecto de la vida y no así en lo sexual? ¿Acaso uno es la misma persona que hace 10 años? ¿Desea siempre lo mismo? “La diversidad sexual somos todos y la posibilida­d de que haya un otro diferente nos cuesta. Es un trabajo que tenemos que hacer como sociedad, independie­ntemente de las categorías y las etiquetas. Hay que trabajar para aceptar al otro como un otro diferente, válido para la convivenci­a”, concluye Helien.

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Dufour sebastiaán

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