Sobre los exilios y las pertenencias
Algunos se arrastran, otros imploran, y están aquellos que manifiestan su desesperación regalándose, con tal de entrar allí, a ese lugar cerrado, codiciado y “privado” al que acceden solamente los elegidos…
Sí, es solamente un comercial de perfumes, pero nos muestra un trasfondo interesante y dramático que malversa un afán tan humano y noble, como lo es el afán de pertenecer.
¿Pertenecer a qué? A un grupo selecto al que se le adjudica importancia, a una cofradía, a una clase social, a una comunidad determinada, a una barra brava futbolera, a la humanidad misma…, no importa, la realidad es que todos queremos ser parte de una tribu que nos permita identificarnos y sentir que “somos”. Es condición de humanidad ese deseo, y convive con nosotros siempre y de muy diversas maneras, algunas muy beneficiosas, otras... no tanto.
No en vano el exilio era aquel castigo que dolía casi tanto como la muerte. Lo era antes, y lo es todavía hoy, en el terreno más trágicamente literal que podamos imaginar (existen exiliados políticos y económicos, por ejemplo), o en las diversas exclusiones con las que nos topamos a lo largo de la vida.
Exilio es lo que se siente cuando no se siente pertenencia a alguna red humana con la cual identificarse. No tener alguna vivencia de pertenencia genera sentimientos difíciles, angustiosos, oscuros… Tanto es así que hasta aquellos que no se sienten pertenecientes a ninguna grey, terminan forjando la tribu de los que no tienen tribu, dejando de lado, al menos por un rato, esa sensación angustiosa de no contar con otros en clave de comunidad.
El Mercado aprovecha ese afán de tribalidad que todos tenemos, sobre todo, en tiempos en los que se han perdido tradiciones y referencias que daban una fuerte vivencia de “pertenecer”, sin que por ello se debieran las personas arrastrar o mendigar para lograr tal fin. El ejemplo anterior, el del perfume que debe ser usado para poder entrar en el boliche al que sólo acceden los privilegiados, es de los más gráficos. Aquellos frágiles en lo que a pertenencia refiere, serán más vulnerables a ese tipo de mensajes que pueden ser subliminalmente muy crueles.
Una pertenencia es la familia, el pueblo de origen, el barrio. Si bien no significa que no se puedan agregar elementos a la identidad (la identidad no es una cárcel), el honrar esas raíces ofrece reparo y filtro ante tantas tribus falaces que se ofrecen como compensación para quienes se sienten exiliados, aislados de toda pertenencia.
A su vez, también vale pensar que para pertenecer a una grey no hace falta tener enemigos u otros grupos a los que se desprecie, tal como ocurre muchas veces con la militancia política, la xenofobia, el enbanderamiento futbolero o la “esnobeada” petulante, del cariz que sea, que desprecia al prójimo en forma metódica y permanente. Convengamos que para ser, no hace falta que el otro no sea.
La experiencia indica que los afortunados no son los que logran renegar de su pertenencia original trocándola por otra más “perfumada”, sino aquellos que aceptan su “barrio” (metafórica o literalmente) y saben que de allí son, y a mucha honra. Todos somos de algún “barrio”, por cierto, una manera metáforica de nombrar el hecho de que en la vida no se avanza si no es honrando aquello que somos o de dónde provenimos. Se logrará ingresar a nuevos universos y está bien que así sea, pero para ello no es necesario abdicar con tal de entrar a donde hay que dejar el alma en la puerta para ser aceptado. El exilio tan temido no es el de quedar afuera de una” fiesta”, sino el de renegar de quien se es, dejando de lado la propia valía para ingresar a un territorio engañoso, del que luego será difícil escapar.