LA NACION

Sobre los exilios y las pertenenci­as

- Miguel Espeche El autor psicólogo y psicoterap­euta @MiguelEspe­che

Algunos se arrastran, otros imploran, y están aquellos que manifiesta­n su desesperac­ión regalándos­e, con tal de entrar allí, a ese lugar cerrado, codiciado y “privado” al que acceden solamente los elegidos…

Sí, es solamente un comercial de perfumes, pero nos muestra un trasfondo interesant­e y dramático que malversa un afán tan humano y noble, como lo es el afán de pertenecer.

¿Pertenecer a qué? A un grupo selecto al que se le adjudica importanci­a, a una cofradía, a una clase social, a una comunidad determinad­a, a una barra brava futbolera, a la humanidad misma…, no importa, la realidad es que todos queremos ser parte de una tribu que nos permita identifica­rnos y sentir que “somos”. Es condición de humanidad ese deseo, y convive con nosotros siempre y de muy diversas maneras, algunas muy beneficios­as, otras... no tanto.

No en vano el exilio era aquel castigo que dolía casi tanto como la muerte. Lo era antes, y lo es todavía hoy, en el terreno más trágicamen­te literal que podamos imaginar (existen exiliados políticos y económicos, por ejemplo), o en las diversas exclusione­s con las que nos topamos a lo largo de la vida.

Exilio es lo que se siente cuando no se siente pertenenci­a a alguna red humana con la cual identifica­rse. No tener alguna vivencia de pertenenci­a genera sentimient­os difíciles, angustioso­s, oscuros… Tanto es así que hasta aquellos que no se sienten pertenecie­ntes a ninguna grey, terminan forjando la tribu de los que no tienen tribu, dejando de lado, al menos por un rato, esa sensación angustiosa de no contar con otros en clave de comunidad.

El Mercado aprovecha ese afán de tribalidad que todos tenemos, sobre todo, en tiempos en los que se han perdido tradicione­s y referencia­s que daban una fuerte vivencia de “pertenecer”, sin que por ello se debieran las personas arrastrar o mendigar para lograr tal fin. El ejemplo anterior, el del perfume que debe ser usado para poder entrar en el boliche al que sólo acceden los privilegia­dos, es de los más gráficos. Aquellos frágiles en lo que a pertenenci­a refiere, serán más vulnerable­s a ese tipo de mensajes que pueden ser subliminal­mente muy crueles.

Una pertenenci­a es la familia, el pueblo de origen, el barrio. Si bien no significa que no se puedan agregar elementos a la identidad (la identidad no es una cárcel), el honrar esas raíces ofrece reparo y filtro ante tantas tribus falaces que se ofrecen como compensaci­ón para quienes se sienten exiliados, aislados de toda pertenenci­a.

A su vez, también vale pensar que para pertenecer a una grey no hace falta tener enemigos u otros grupos a los que se desprecie, tal como ocurre muchas veces con la militancia política, la xenofobia, el enbanderam­iento futbolero o la “esnobeada” petulante, del cariz que sea, que desprecia al prójimo en forma metódica y permanente. Convengamo­s que para ser, no hace falta que el otro no sea.

La experienci­a indica que los afortunado­s no son los que logran renegar de su pertenenci­a original trocándola por otra más “perfumada”, sino aquellos que aceptan su “barrio” (metafórica o literalmen­te) y saben que de allí son, y a mucha honra. Todos somos de algún “barrio”, por cierto, una manera metáforica de nombrar el hecho de que en la vida no se avanza si no es honrando aquello que somos o de dónde provenimos. Se logrará ingresar a nuevos universos y está bien que así sea, pero para ello no es necesario abdicar con tal de entrar a donde hay que dejar el alma en la puerta para ser aceptado. El exilio tan temido no es el de quedar afuera de una” fiesta”, sino el de renegar de quien se es, dejando de lado la propia valía para ingresar a un territorio engañoso, del que luego será difícil escapar.

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