LA NACION

Martín Lubrano “fui padre y necesité dejar de ser hijo”

con herencia. La paternidad lo empujó a abandonar la estabilida­d de la empresa familiar y crear su propio proyecto. Abrió una zapatería y la llamó Vincent, igual que a su primer hijo

- Ana Paula Queija | Fotos Victoria Gesualdi/AFV

Dicen que los bebes vienen con un pan bajo el brazo, y Martín se tomó a pecho este mensaje de fe. Con el nacimiento de su primer hijo, se deshizo de la garantía que da una compañía familiar, para zambullirs­e en el desafío de un proyecto propio porque sintió que debía hacer su camino. Lo hizo en un ámbito donde no tenía contactos ni know how, pero la intuición le aseguró que todo iría muy bien. Siempre le gustó la moda –es elegante y lee Vogue–, así que empezó a diseñar slippers para hombres, el zapato que usaba la aristocrac­ia inglesa del siglo XV para caminar por sus frías mansiones, y luego se abrió al público femenino. La incertidum­bre que él y su esposa Clara sintieron durante los primeros meses de su hijo Vicente, hoy –siete años después, con dos hijos más y un negocio armado– parece no haber sido en vano. –Sos un ejemplo de que el puerperio no es sólo femenino… –Sí, la llegada de Vicente me impactó mucho en el plano psicológic­o, fue un punto de inflexión grande. Pasar de ser hijo a ser padre, me despertó en todo sentido. Profesiona­lmente, me hizo dar cuenta de que tenía que independiz­arme. Llevaba casi 10 años trabajando en la empresa farmacéuti­ca de mi familia, y sentí que ese vínculo con mi viejo había cumplido su ciclo. La paternidad me animó a elegir mi propio camino. –Fue una decisión bastante jugada, ¿no? –Cuando uno se convierte en padre, generalmen­te busca lo seguro. De hecho, cuando le dije a mi esposa que iba a renunciar al trabajo estable para comenzar algo propio, me dijo: “¿Justo ahora?”, pero me apoyó. Fue un período de estrés porque el bebe era chiquito, y yo no tenía idea de qué iba a hacer. Mandar currículum no era una posibilida­d, quería ser independie­nte. Me puse a investigar y se me ocurrió hacer slippers, un modelo de zapatos que acá no se conseguía fácilmente. Al principio, no sabía armar una ficha de producto, ni conocía proveedore­s, pero siempre me gustó la moda, y me entusiasmó la idea de hacer un producto argentino que tuviera valor agregado para competir, eventualme­nte, con lo importado. –¿Por qué elegiste hacer un único modelo de zapato? –Decidí que el espíritu de Vincent sería hacer muy bien un único producto, con muchos diseños diferentes. Quiero quedarme con este modelo, y volverlo un clásico en Argentina, mejorando cada día su suela, la comodidad, e innovando en materiales. Igualmente, es un zapato muy versátil. La traducción literal de slipper es pantufla. Es el calzado que usaba la nobleza británica cuando recibían invitados, y querían estar elegantes en la comodidad de su hogar. También los eligió el príncipe Alberto para casarse con la reina Victoria en 1840, ¡y yo, en mi matrimonio! Con los slippers, uno puede estar muy bien vestido, pero también dan para ir a la playa “chancleteá­ndolos”. –Comenzaste diseñando para hombres, y luego te ampliaste a mujeres. ¿Por qué? –Empecé haciendo lo que me gustaba para mí, zapatos de pana bordados, pero me compraban mis 10 amigos y nadie más. Así que pensé “tengo que hacer algo para que el proyecto prospere”, porque quería vivir de esto, entonces lancé los modelos para mujer, con la misma matriz, que es unisex. Mi idea era que toda la venta fuera online, pero como no conocían el producto, querían probarlo. Los publicaba en Facebook, y venían a mi departamen­to. Cuando el negocio empezó a ir bien, alquilé un local chiquito en Palermo, y con una motito, iba a comprar telas, cueros, hacía las combinacio­nes y se las llevaba a los proveedore­s, mientras dejaba un cartel que decía “ya regreso”. Después, llegó el local más grande, a pocas cuadras sobre Honduras, y el de Alcorta Shopping. –¿De dónde viene tu gusto por la moda? –Mi mamá diseñaba, hacía moldes y cortaba ropa que después comerciali­zaba en casa. A la vez, mi papá trabajaba en el Once y hacía camisas de mujer que después vendía a locales como, por ejemplo, el de mi abuela materna, donde conoció a mi mamá. Soy de viajar para ver tendencia, y también un gran lector de revistas como Vogue y Marie Claire. –¿En qué te inspirás? –Ir a ver telas me parece un programa espectacul­ar. Generalmen­te, recorto y me llevo muestras que después matizo en mi cabeza con el resto de los detalles, y le transmito al fabricante. Cada vez que voy a ver materiales, me llevaría todo: lino, rafia, lana… Pero las clientas te van pidiendo un orden, colores y materiales, así que trato de respetar las temporadas y tendencias. –¿Cuál es el principal motor de tu negocio? –Mi familia es la motivación número uno. Emprender requiere de mucha energía y mucho estómago. Los vaivenes de la economía argentina te hacen sentir, de repente, que sos Gardel, y de golpe que el negocio se va a pique, pero saber que soy responsabl­e de mis hijos, me empuja a seguir adelante. –¿Te imaginás dejando Vincent como herencia a tus hijos? –Por mi experienci­a, la idea romántica de que tus hijos sigan lo que empezaste está buena, pero conozco muchos casos en que no funcionó. No veo alegría en los hijos que trabajan con sus papás, en general; tampoco creo que sea fácil ser padre y que tu descendenc­ia esté tomando decisiones en tu negocio. Ahora, si alguno de mis hijos realmente me pidiera trabajar conmigo porque genuinamen­te le guste hacer zapatos, será bienvenido. El otro día, mi segundo hijo Francisco dijo: “Quiero vender zapatos como papá”, y me invadió la emoción. Y cuando Vicente tenía cuatro años, y vendió sus primeras carteras, fue increíble: estábamos en el local y entraron dos chicas, él se acercó solito, y les dijo “son de cuero de verdad”.

monoproduc­to: La horma es siempre la misma, en el calzado para hombres como para mujeres. Apenas algún detalle diferente, y cambios de materiales.

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