Marcos Peña, un jefe recargado
No es una mera sensación: es bastante ostensible que hay un Marcos Peña recargado. Dicen que no es él quien cambió, sino que lo retempla la consolidación positiva del rumbo económico, por más que todavía no se note en los bolsillos de la gente. Y algo también debe tener que ver la inminencia de un proceso electoral clave que polarizará entre volver al orden anterior al 10 de diciembre de 2015 o profundizar los cambios abiertos a partir de esa fecha. Si el año pasado fue el de los acuerdos –particularmente en el Congreso–, éste, en cambio, es el de la competencia, el de empezar a mostrar las obras en marcha y el de una más intensa reconexión con el mundo.
Sean éstas u otras las razones, pocos vestigios quedan en el actual Peña del parsimonioso adalid del “nopasanadismo” que supo representar durante el año pasado para angustia de los periodistas que salían de su despacho del primer piso de la Casa Rosada con poco menos que nada. Eran tiempos de enfatizar la cautela porque recién arrancaban, se tomaban decisiones fuertes y todavía tenían que probar que habían llegado para quedarse cuatro años (ahora ya arriesgan ocho) por mucho que desearan impedirlo los socios del llamado “Club del Helicóptero”.
Para ilustrar esa impávida actitud, siempre revestida de una amable sonrisa, se recurrió en esta columna, en febrero pasado, a una metáfora tremendista: que si Peña hubiese sido jefe de Gabinete cuando bombardearon la sede gubernamental en 1955, también habría dicho que no pasaba nada. Ahora, nobleza obliga, habría que decir que esperaría a aquella flotilla de aviones golpistas al mando de una batería antiaérea lista para defender al Gobierno con más firme determinación.
Frívolos y supersticiosos creen que la fuerza la saca de los cambios capilares, la barba y el nuevo peinado con los que transita su año N° 40 de vida, como si la leyenda de Sansón hubiese reencarnado en este funcionario, ahora con un look menos inocentón y hasta más cool. Por supuesto que tales cambios son explicados como meras casualidades, nada premeditado. Casualidades que se convierten en muy oportunas causalidades.
Lo cierto es que donde el switch peñístico se percibe con mayor vehemencia es en sus periódicas y kilométricas presentaciones en el Congreso. Allí, el jefe de Gabinete da rienda suelta a un desconocido histrionismo que hasta es capaz de descolocar dos veces seguidas nada menos que a Axel Kicillof. Resulta difícil evaluar qué fue más fuerte como triunfo del nuevo relato oficialista: si el “¡háganse cargo!” que Peña les espetó al ex ministro de Economía y a sus compañeros de bancada, en marzo último, o el más tenue y clonado que el ahora diputado opositor le devolvió al funcionario del Ejecutivo en su última presentación hace unos días, en tambaleante réplica. Si alguien cree que Peña sufre esas visitas al Congreso –la más reciente duró siete horas– es preciso señalar que sucede todo lo contrario. “Me encanta”, sorprendió a los que todavía lo hacían más atildado. Ex Marquitos se divierte cuando comprueba que al no quedarse callado y rebatirles, los peronistas se requiebran sensibilizados y hasta se quedan algo atribulados. Como si eso no fuese suficiente, días antes de su incursión presencial en el Parlamento, Peña y su equipo respondieron con minuciosidad las preguntas que los legisladores le hicieron llegar por escrito días antes. Quien quiera consultar ese documento en https:// www.argentina.gob.ar/jefatura asegúrese de contar con tiempo suficiente para leerlo: ¡asciende a 1764 páginas!
Perjuran en el círculo íntimo de Peña que no ha sido coucheado para adquirir tan repentinas habilidades de filoso y avezado orador. Alegan sus exégetas que no es obra de ningún otro adiestramiento puntual que no sean los ocho años previos, en el gobierno porteño junto a Macri. Allí se curtió mientras adquiría experiencia y resiliencia: resistir la constante hostilidad del kirchnerismo que gobernaba la Nación desarrolló su peculiar musculatura política.
Además, en los últimos meses, hubo varios gestos públicos que empoderaron más aún la figura de Peña. Desde aquel espaldarazo presidencial en diciembre –“Marcos es
Empoderado, cobra más protagonismo y disfruta de sus incursiones en el Congreso
mis ojos y mis oídos”– hasta los repentinos alejamientos de ministros y de otros funcionarios, el jefe de Gabinete tuvo una crucial participación y se volvió más temible, aunque sin perder su natural bonhomía.
Peña procura mantenerse a distancia de la intensidad, la velocidad y el afán anecdótico o por la confrontación que tienen los medios. Tampoco es dado a alimentar lo que en su círculo llaman la “industria del off” (involuntaria cercanía aquí con Amado Boudou, que habló hace un tiempo de “los machos del off”).
Es que, por momentos, vuelve a tallar el viejo Peña al creer –no es broma, lo dice en serio– que el Gobierno genera tan pocos problemas que termina complicándole la tarea al periodismo político. “Muchas veces se comen la curva”, dicen los peñistas y dan a entender –no lo expresan abiertamente porque, por suerte, no han perdido los buenos modales– que el análisis profundo de temas trascendentes en la prensa es más bien escaso. Pero tampoco están dispuestos a mostrar sus cartas más preciadas. Que cada cual atienda su juego, remedan a Antón Pirulero. Y el que no, una prenda tendrá.