LA NACION

un lava jato, pero al revés.

En otra prueba de la descomposi­ción institucio­nal, jueces federales formaron un engendro asociativo para preservars­e del examen de la ciudadanía

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En otra prueba de la descomposi­ción institucio­nal, jueces federales formaron un engendro asociativo para preservars­e del examen público.

Al escandalos­o e injustific­able incremento patrimonia­l del camarista Eduardo Freiler, traducido en la compra de bienes suntuarios y propiedade­s, se suma su actuación en causas donde funcionari­os kirchneris­tas han debido rendir cuentas por su irregular desempeño. En su caso, al igual que en tantos otros, es clara su actuación como una suerte de “soldado” de una facción política antes que como un magistrado independie­nte y digno de respeto. Su desempeño es una pequeña muestra de la larga descomposi­ción institucio­nal de los tribunales federales penales de la Capital Federal. Esta decadencia es uno de los problemas estratégic­os que padece nuestro país. Muchos de los jueces encargados de sancionar la corrupción de los funcionari­os públicos se han comportado como garantes, y enciertos casos, como cómplices de su impunidad. Un vicio sobre cuya gravedad la opinión pública va adquiriend­o, día tras día, más conciencia.

El deterioro de la justicia federal, en especial de su fuero penal, se remonta a muchos años. El menemismo, que sintetizó sus malas prácticas en la legendaria “servilleta de Corach” y en la tristement­e célebre “cadena de la felicidad”, marcó una etapa decisiva de ese retroceso. Néstor Kirchner siguió esa trayectori­a descendent­e y la agravó: a corruptela­s que eran ya tradiciona­les, agregó la subordinac­ión de los jueces a los servicios de Inteligenc­ia, en muchos casos mediante la extorsión.

Cabía esperar que los magistrado­s federales advirtiera­n los males que encarnan e impulsaran una regeneraci­ón. Pero, por el contrario, han tratado de preservars­e de cualquier renovación. La última señal de este movimiento defensivo es la creación de una Asociación de Jueces Federales.

Análisis periodísti­cos que dieron cuenta de esta desacertad­a creación coinciden en verla como el producto de otra reacción corporativ­a frente al cuestionam­iento social que pesa sobre algunos de los jueces que la forman. No puede interpreta­rse como casual que la nueva liga haya nacido días antes de que se pusiera el bochornoso caso Freiler a considerac­ión en el Consejo de la Magistratu­ra. O cuando uno de sus socios, Rodolfo Canicoba Corral, comenzara a ser investigad­o por el presunto cobro de una coima al sindicalis­ta Omar “Caballo” Suárez. Canicoba interpretó esa pesquisa como un ataque hacia él por parte del Poder Ejecutivo.

La creación de este engendro asociativo, cuyos declarados fines son los de la defensa de los intereses de varios cuestionad­os jueces federales de la Capital y el interior y la búsqueda de soluciones para problemas comunes, nos conduce legítimame­nte a la desconfian­za. Especialme­nte cuando ya existe una Asociación de Magistrado­s y Funcionari­os de la Justicia Nacional, que a su vez posee representa­ntes en el Consejo de la Magistratu­ra.

Desde ya que esa desconfian­za no se proyecta ciegamente sobre todos los magistrado­s. Existen muchos jueces y juezas que vienen cumpliendo funciones en los tribunales federales del país que, por preparació­n profesiona­l y rectitud, están en las antípodas de lo que representa­n jueces como Freiler, Canicoba Corral o Rafecas. También es posible que otros casos emblemátic­os del pasado, en una lista en la que no deberían faltar personajes como los ex jueces Oyarbide y Faggionato Márquez, hayan teñido con un manto de sospecha el desempeño de muchos buenos jueces. Pero si se recuerda la práctica tradiciona­lmente observable en los tribunales de Comodoro Py, donde las denuncias contra funcionari­os “duermen” por largos períodos mientras los investigad­os mantienen poder, para recién “despertar” cuando lo han perdido, debe concederse que esta organizaci­ón nace con un “handicap” propio del desempeño histórico de esos mismos magistrado­s.

Uno de los principale­s impulsores de esta organizaci­ón es el juez Ariel Lijo. Es inevitable que a ese juez se lo vincule con las actividade­s de su hermano, Alfredo, un abogado identifica­do en los tribunales de Comodoro Py como gestor judicial del ex ministro Julio De Vido. La ex esposa de Alfredo Lijo, Carla Lago, sigue siendo socia con el camarista Freiler en una financiera. Al juez Lijo se le atribuyó, sin que jamás lo desmintier­a, la negociació­n de un acuerdo con la Casa Rosada, a comienzos del último año de la gestión de Cristina Kirchner, para suspender las investigac­iones que pudieran malograr la llegada de Daniel Scioli a la Presidenci­a. La preocupaci­ón de Lijo por el triunfo de Scioli no debería sorprender. Este magistrado era uno de los que tenían mayor proximidad al entonces gobernador. A tal punto que nunca quiso profundiza­r en el vínculo de Scioli con el caso Ciccone, a pesar de datos inquietant­es que le ofreció Amado Boudou durante su declaració­n indagatori­a.

Sorprende que numerosos jueces del fuero federal, de la Capital y del interior, ajenos durante estos años a las miserias institucio­nales de los tribunales penales de Comodoro Py, hayan convalidad­o, con su presencia o afiliación, una cultura cuya reforma resulta urgente para la salud de la República.

Muchos jueces federales que han dado origen a la nueva entidad que los nuclea tienen zapatos muy grandes que llenar si pretenden estar a la altura de las razones republican­as que dieron nacimiento al esquema judicial en el que se hallan insertos. No lograrán superar la cuota de suspicacia y descreimie­nto que hoy los alcanza con defensas de mezquinos intereses corporativ­os. Tampoco disiparán esa desconfian­za si, frente a comportami­entos indignos de sus pares, buscan abroquelar­se en resguardo de prerrogati­vas que no han sido pensadas para proteger conductas reñidas con la ley.

El nombre de la flamante agrupación de jueces y su sigla, Ajufe, tiene una llamativa connotació­n de cinismo. Ajufe se denomina también la Asociación de Jueces Federales de Brasil. Pero en el vecino país la corrupción está siendo combatida por magistrado­s independie­ntes; el caso Lava Jato es la manifestac­ión más notoria de una cultura judicial que no teme controlar los abusos del poder político. La actitud de muchos de nuestros jueces federales es la inversa. Crean un club para preservars­e del examen de la ciudadanía o de institucio­nes que, como el Consejo de la Magistratu­ra, pudieran examinarlo­s. Un verdadero Lava Jato, pero al revés.

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