LA NACION

Un nuevo síntoma del descrédito institucio­nal

- Alan Gripp Traducción de Jaime Arrambide

En la era del Lava Jato, hay innumerabl­es ejemplos de sospechoso­s que intentan flagrantem­ente la manera de controlar la mayor operación de lucha contra la corrupción de la historia de Brasil.

El resultado del juicio que hizo zafar a Michel Temer de la guillotina, y principalm­ente de sus chanchullo­s, permite suponer que finalmente ese control fue alcanzado.

No deja de ser sorprenden­te. En primer lugar, porque se dio por medio de la justicia, un poder que –bien o mal– todavía goza de algún respeto, en medio del descrédito institucio­nal generaliza­do. Después, porque todo ocurrió con la anuencia silenciosa de las calles, y después de lo ocurrido en 2013.

Segurament­e habrá un sinnúmero de argumentos técnicos para justificar la exclusión de un océano de pruebas (por usar las palabras de un eminente fiscal), que comprueban que el resultado electoral fue corrompido de manera decisiva.

Pero nada servirá para explicar el giro de 180 grados del Tribunal Superior Electoral, que a la mañana determinó la necesidad de una investigac­ión y a la noche decidió que eso mismo era simplement­e ilegal.

El juicio histórico que finalizó anteayer dejó expuestos ante el país a los representa­ntes de dos Brasil diferentes: el magistrado que desesperad­amente intentó convencer a sus pares de que lo que es blanco es blanco y lo que es negro es negro, y el que cambió de remera sin el menor pudor, cuando lo que defendía hasta ayer de pronto hoy ya no le sirve a los suyos.

La pregunta ahora es cómo sigue. No quedan dudas de que a Temer todavía lo esperan muchos dolores de cabeza por delante. Pero con una diferencia crucial: volvemos a vivir bajo el signo de que a todo se le puede encontrar la vuelta.

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