LA NACION

Austeridad, la palabra tabú

Bajar el déficit fiscal es más complicado de lo que parece, pero tampoco contribuye la actitud de quienes deciden el manejo del gasto público

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

Bajar el déficit fiscal es más difícil de lo que parece, pero tampoco ayuda la actitud de los que deciden el gasto público, dice Scibona..

Animémonos y vayan” parece ser la voz de orden de la dirigencia política cada vez que se plantea la necesidad de reducir el endémico déficit fiscal en la Argentina. Hace años la palabra ajuste fue desterrada del léxico político, ante su inevitable asociación con la amarga medicina posterior a los excesos de gasto público, que desembocar­on en crisis históricas con un saldo de millones de pobres. Y un sustituto más racional como la austeridad tampoco tiene demasiada aceptación ni buena prensa, pese a que su aplicación puede ser selectiva.

Al menos desde lo conceptual, Mauricio Macri rompió este año dos tabúes. Uno es haber admitido públicamen­te – y más de una vez– que el actual déficit fiscal es insostenib­le a mediano plazo. no le falta razón: si bien el Gobierno prefiere hablar de déficit primario (la diferencia entre ingresos y gastos sin intereses de la deuda pública) y fijó como meta para 2017 contenerlo en el equivalent­e de 4,2% del PBI, el dato es incompleto. Habría que sumarle otros 2 puntos porcentual­es por los intereses a pagar, más 1,5 por el desequilib­rio fiscal de las provincias y alrededor de 1,7 por el déficit cuasifisca­l del Banco Central, generado por los intereses deudores de las Lebac y pases para absorber excedentes de pesos. O sea que, en total, supera el 9% del PBI, de los cuales más de la mitad es una hipoteca K.

El otro tabú descartado fue hablar de austeridad fiscal para 2018 en la última reunión del superpobla­do gabinete nacional, donde pidió un plan de reducción de gastos para bajar el déficit primario en un punto de PBI (3,2%) el año próximo. Con todo, el ministro nicolás Dujovne se ocupó luego de edulcorar esa exigencia al señalar que no habrá sorpresas, sino que se tratará de mejorar la eficiencia y productivi­dad del gasto, evitando superposic­iones de programas similares.

La apuesta oficial sigue siendo disminuir el peso relativo del Estado en la economía con un crecimient­o del PBI que genere más recaudació­n, para lo cual prevé que el aumento del gasto primario no supere al de la inflación. Esto supone aplicar la austeridad según la definición del diccionari­o: evitar excesos. O al menos, compensar las subas en algunos rubros (como el gasto social) con bajas en otros (subsidios a las tarifas).

Pero esto es más fácil de decir que de hacer. Por un lado, Macri tal vez esté pensando en comprimir a fin de año la actual estructura de 22 ministerio­s, que agrega una capa burocrátic­a extra a la ya heredada. no hay más que ver el Boletín Oficial para advertir la cotidiana designació­n (o contrataci­ón temporaria) de funcionari­os, muchos de ellos como coordinado­res dentro de la amplia “raviolera” del organigram­a estatal. Además, la necesidad de bajar el enorme déficit de infraestru­ctura (económica y social) eleva el gasto a corto y mediano plazo. Por otro, no hay margen para subir impuestos (ni tampoco bajarlos de manera generaliza­da), ya que el aumento de los ingresos fiscales (sin incluir los del blanqueo por única vez) sigue siendo inferior al del gasto tras la reducción selectiva de la presión tributaria en 2 puntos de PBI en 2016.

Después de que el kirchneris­mo elevó el gasto público total (nacional, provincial y municipal) en nada menos que 16 puntos de PBI (de 32% promedio en el período 2003/2007 a 48% en 2012/2015, según el Iaraf), la reducción del déficit fiscal resulta mucho más complicada de lo que se cree.

En su reaparició­n pública tras haber sido desplazado de la presidenci­a del Banco nación, el economista Carlos Melconian fue fiel a su estilo y produjo en el congreso anual del IAEF varias definicion­es de impacto mediático (salvo una, inventada por el canal de cable C5n). Pero además aportó una ilustrativ­a “foto” de la estructura del gasto público nacional en 2016: 41,4% del total correspond­e al gasto previsiona­l; 14,8% a subsidios; 13,5% a salarios; 9,2% a gastos de capital (obra pública) y el resto a una infinidad de partidas. En el primer caso, dijo que entre 2005 y 2015 se elevó de 3,8 a 8,4 millones el número de jubilados y pensionado­s, de los cuales 3,25 millones adhirieron a las moratorias (en muchos casos sin aportes) y 1,46 millón a pensiones no contributi­vas.

Esto significa que casi 55% del gasto (jubilacion­es y salarios públicos) es inflexible y además está indexado, con lo cual difícilmen­te pueda evitarse en 2018 la inercia alcista de este año, aún con inflación en descenso. Por su parte, en plena campaña electoral, el ministro Guillermo Dietrich anticipó que las actuales tarifas del transporte público se mantendrán en los próximos meses, a cambio de mayores subsidios estatales que actualment­e cubren 68% de los costos operativos. Está claro que el impacto social de estas tarifas es alto, pero también que habrá ajustes poselector­ales.

Como el sector público nacional representa algo más de la mitad del gasto total, el resto correspond­e a las provincias, algunas de las cuales como Santa Cruz y Córdoba no transfirie­ron sus cajas previsiona­les, que pagan haberes superiores a $ 100.000 mensuales. En el mismo panel del IAEF, el economista ricardo Arriazu advirtió que el endeudamie­nto externo es excesivo en muchas jurisdicci­ones y produce el fenómeno de “déficits gemelos” (fiscal y externo) que, si bien no es peligroso en el corto plazo, obliga a trabajar en su reducción después de las elecciones.

Tanto Melconian como Arriazu coincidier­on en la inconsiste­ncia entre las políticas fiscal y monetaria para bajar la inflación, que su colega Miguel Ángel Broda popularizó tiempo atrás como encender la calefacció­n y la refrigerac­ión al mismo tiempo. El argumento se basa en que financiar el déficit fiscal (nacional y provincial) mayormente con endeudamie­nto externo genera un ingreso de dólares que el BCrA debe comprar (por fuera del mercado para sostener el tipo de cambio) y emitir pesos cuyo excedente debe absorber a través de Lebac con altas tasas de interés. Así, se ralentiza la actividad económica mientras el deterioro cambiario eleva los costos en dólares e inhibe el aumento de la inversión para hacer crecer el PBI. Con todo, Broda cree que la actual abundancia de liquidez y la búsqueda de mayores rendimient­os en los mercados internacio­nales puede aportar financiami­ento a la Argentina durante los próximos dos años a pesar de la debilidad de este esquema.

Paralelame­nte, la Casa rosada deberá presentar el proyecto de presupuest­o nacional para 2018 apenas 50 días antes de las elecciones legislativ­as ante los mismos diputados que acaban de duplicarse los gastos de representa­ción (a $ 20.000 mensuales) y de pasajes aéreos y terrestres (a $ 40.000 en caso de que los devuelvan), por sobre la dieta de $ 117.600 brutos (y $ 95.000 de bolsillo). El bloque del Frente renovador (Sergio Massa) rechazó estos aumentos. Pero, a la vez, promueve en el Congreso el plan “Bajemos los precios” para reducirlos 20% en 11 alimentos de primera necesidad a través de la eliminació­n indiscrimi­nada del IVA (sin aclarar que tributan una tasa reducida de 10,5%) y “otros impuestos” (sic), que implicaría­n un costo fiscal no precisado pero incomparab­lemente superior a ese gesto personal. Incluso, los gobernador­es que adhirieron a esta iniciativa (Mario Das neves en Chubut y Gustavo Bordet en Entre ríos), ni siquiera anunciaron su intención de reducir el impuesto a los Ingresos Brutos en sus provincias.

Macri tal vez esté pensando en comprimir a fin de año la actual estructura de 22 ministerio­s

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Alejandro agdamus

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