LA NACION

Benedetto, el goleador que cumple el sueño del hincha

- Javier Saúl LA NACION

Un tatuaje con el escudo auriazul y la frase “esto es Boca”. Una pasión que creció a la distancia y un sentimient­o que interfiere, para bien y para mal, en cada acción de juego. Darío Benedetto es el 9 del puntero del campeonato, el que se ilusiona con el título –no reniega de decir la siempre vedada palabra “campeón”–, y una de las revelacion­es del torneo: llegó desde México, fue ganándose su lugar a fuerza de gritos y se pasea por el barrio con un promedio de goles que hace recordar a Martín Palermo, su ídolo de la infancia. El delantero que emocionaba a ese chico que tenía 10 años cuando vio cómo alguien podía volver de las cenizas en un superclásc­o, aquel 24 de mayo de 2000 (Boca 3 vs. River 0). Al que vio sólo una vez, y al cual no le dedicaría demasiadas palabras. “Lo abrazaría. Sólo lo abrazaría”, supone, en un distendido diálogo con en la nacion Boca Manía, un kiosco frente a la Bombonerit­a en el cual se multiplica­n las fotos de Cacho Laudonio, el Loco Banderita. Benedetto, el goleador que cumple el sueño del hincha, se siente como en casa.

“La ventaja de jugar en Boca y ser hincha es que uno pone el doble de ganas. Pero también está el otro costado. Si no salen las cosas como uno pretende, eso juega en contra por partida doble. Una situación muy complicada de manejar”, revela.

Dice que entiende al hincha y agradece que siempre recibió apoyo, hasta en los momentos de sequía y adaptación. Que se siente como uno de ellos. Que no mira fútbol, ni demasiada televisión, pero que sufre por los colores junto a su esposa Noelia, otra fanática. Es de los que cruzan chicanas con amigos hinchas de River. Un futbolista que podría jugar en México, Europa, Estados Unidos o China, pero que siempre extrañará a su familia. No para recluirse, sino porque necesita del afecto, del contacto con los suyos. Ésos que fueron el sostén cuando perdió a su mamá, Alicia, a los 12 años. Un golpe que sacudió los cimientos de una familia numerosa. Alicia falleció mirando un partido de su hijo en los Juegos Nacionales Evita. “Me aferré mucho a mis hermanos. Mi viejo se quedó solo y nos fuimos acomodando. Mi abuela paterna, Dora, se convirtió en nuestra segunda mamá”, recuerda.

El chico que creció en Arsenal y tuvo que ir a rescatar minutos y confianza en Defensa y Justicia y en Gimnasia, de Jujuy, consiguió despegar en México, con goles en Tijuana y América. Hasta que llegó a Boca, su pasión. Y a menos de un año de su arribo, todavía intenta acostumbra­rse a los aplausos y a las críticas. Todo eso que amplifica el laberíntic­o mundo Boca.

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