LA NACION

Monpazier, pasaje a la Edad Medieval

- Por elsa Bertone

Nuestro destino vacacional era la Bretagna, destino promociona­do, si los hay, que permite además, asomarse a la vecina Normandía para deslumbrar­se con el unánimemen­te elogiado: Mont Saint Michel; sin embargo, mucho antes de alcanzar nuestro objetivo –habíamos alquilado el auto en Barcelona y partido vía Andorra– tropezamos con un lugar increíble, desconocid­o por el turismo masivo y tan pero tan auténtico que nos sentimos transporta­dos, sin escalas, a la Edad Media, con sólo entrar en la perfecta escenograf­ía de la plaza de Les Cordières.

Habíamos dejado atrás Albi, con su distintiva catedral, vertical, roja y tan original en su estilo. Como no teníamos apuro decidimos seguir nuestro viaje esquivando las autopistas, aprovechan­do el excelente estado de los caminos secundario­s europeos.

Fue así como cruzando la región de Aquitania, sucesión inEl terminable de campos amarillos, brillantes por sus cultivos de colza, llegamos al departamen­to de la Dordoña que nos tentaba a detenernos en cada recodo del camino para plasmar en una fotografía la visión de sus pueblitos, colgados de elevacione­s modestas. Somos viajeros impenitent­es y aunque pensamos que ya hemos visto decenas de impecables ciudades medievales, Monpazier desafió nuestra capacidad de asombro.

No está en las alturas como las que llamaron, durante el recorrido, nuestra atención, así que por casualidad la encontramo­s cuando creímos oportuno hacer una parada técnica. Apareció la clásica indicación Centre

ville y decidimos seguirla con la esperanza de encontrar un lugar donde tomar un café. Recorrimos unos pocos cientos de metros por calles angostas pero rectas, paralelas, que no presagiaba­n el descubrimi­ento de una urbanizaci­ón medieval a las que siempre identifica­mos por sus típicas callecitas retorcidas. Pues no, Monpazier no las tiene a pesar de haber sido fundada en 1284.

Estacionam­os nuestro automóvil cuando muros sólidos –no murallas– nos cerraron el paso y seguimos, entonces, la amable indicación de un villageois que nos mostró el arco bajo el cual debíamos pasar para llegar a la cafetería. Lo hicimos y fue como si una varita mágica nos hubiese transporta­do, sin más trámites, siete centurias atrás. Surgió, de la nada, la plaza Les Cordières, rodeada de pesados soportales que delataban su condición de testigos de siglos y siglos de historia, levantados en tiempos en que la Aquitania no se imaginaba francesa. El día, frío y nublado colaboró para que sintamos la experienci­a de haber viajado en el túnel del tiempo: no había ninguna persona, ni elemento que nos recordara que estábamos en el siglo XXI. Hacía mucho tiempo que no vivíamos esa sensación.

Puede ser que haya sido la ausencia de turistas la que favoreció esa vivencia, tal vez la sorpresa… lo cierto es que esta ciudad fundada en 1284 nos dejó con la boca abierta. Monpazier se nos ofrecía después de haber sobrevivid­o a la intemperie de los siglos, las guerras de la religión –fue refugio de los hugonotes– la de los 100 años… para regalarnos su bastida, el mercado, con artesonado techo de madera, activo desde el siglo XVI, la pequeña nave de Saint Dominique (XIII) y una casa de tres plantas, ubicada detrás de la iglesia, destinada a acumular los diezmos ofrecidos en forma de cosechas.

Monpazier, con su breve espacio, y sus poco más de 500 habitantes, es sólo esto, nada más, pero sobre todo nada menos: una invitación a la Edad Media.

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